Más allá de las consideraciones habituales que se leen en prácticamente todos los medios serios de comunicación sobre sus impactos globales en materia de economía y comercio, seguridad y geopolítica, el proceso electoral estadounidense merece ser analizado desde otra perspectiva que en lo general se suele pasar por alto: Estas elecciones, de manera análoga a las realizadas recientemente en Francia o antes en Italia cuando fue Electa Giorgia Meloni, expresan dos crisis altamente significativas que debemos valorar y comprender: una crisis civilizatoria de valores éticos profunda que vivimos en la cultura occidental y, por otro lado, la crisis del modelo de gobernanza política y crecimiento económico que ha estado vigente desde la caída del Muro de Berlín y el colapso del régimen soviético.
En cuanto a la crisis de valores éticos, me refiero al choque de los valores judeo-cristianos fundamentales en la civilización occidental contra los nuevos valores que se promueven desde la llamada “cultura Woke”. Por una parte, tenemos la centralidad de los valores tradicionales que bien se recogen en el slogan de Dios, Patria y Familia, con su marcado rechazo a la ideología de género y su abierta promoción de la homosexualidad y el resto de las implicaciones del movimiento LGBTTQ+; su rechazo al aborto y la afirmación de la cultura pro-vida; la defensa de la familia tradicional y heterosexual y la defensa de valores y tradiciones nacionales contra la deslocalización globalista que se impone desde los centros de poder mediáticos y financieros del llamado “Nuevo Orden Mundial”.
Esta crisis de valores, en los EEUU es particularmente visible cuando uno mira con atención el mapa de tendencias electorales, que muestra en rojo (pro-Trump) prácticamente todo el centro del país, que es la Norteamérica profunda –cristiana, nacionalista y tradicional– en oposición a los territorios azules (pro-Kamala), básicamente en las franjas de los extremos occidental y oriental, donde está la población progresista, con su relativismo ético, su ateísmo o agnosticismo religioso y su aceptación del orden globalista. Para los progresistas se trata de una guerra entre la tradición supersticiosa y represiva y la modernidad liberadora; para los otros -conservadores-, llega a verse como una lucha entre el bien y el mal. Para ejemplificar, los rojos repudiaron la estética de la inauguración y clausura de los recientes Juegos Olímpicos de París considerándola una manifestación satánica, mientras que los azules aplaudieron su creatividad y compromiso con los nuevos valores woke.
Esta crisis es muy relevante y frecuentemente pasa desapercibida entre los principales medios de comunicación, cuyos voceros y analistas están claramente ubicados en la cosmovisión postmoderna –woke- de esta verdadera guerra cultural.
Por otro lado, tenemos la crisis derivada del agotamiento del modelo de gobernanza y crecimiento que se extendió después del derrumbe soviético a principios de los 90’s. Hoy enfrentamos una severa crisis de la democracia liberal en lo político y del paradigma de la globalización neoliberal en lo económico, porque ambos ejes rectores del sistema aún prevaleciente se perciben agotados y sin capacidad para resolver los problemas de sectores muy amplios de la población, no solo en EEUU sino en todo el mundo. Así, los valores de la democracia liberal se ven fuertemente afectados por las imposiciones de los poderes fácticos del mundo globalizado (desde las instituciones supranacionales -ONU, FMI…- hasta las grandes corporaciones de negocios entre las que destacan los grupos financieros y los emporios mediáticos), que disminuyen el impacto de los poderes locales democráticamente electos. Los poderes fácticos globales, le arrebatan trozos importantes de soberanía a los ciudadanos de los estados nacionales supuestamente soberanos y los ordenamiento globales no suelen resolver los problemas locales: Joe, the plumber, no suele beneficiarse particularmente de los dictados del FMI, pero sí le afectan sus efectos colaterales. Además, el paradigma de la globalización neoliberal ha tenido como consecuencia la concentración del ingreso en un grupo relativamente pequeño de actores globales (al final, los gigantes fondos de inversión: Black Rock, Vanguard, Fidelity, JP Morgan y similares), en una dinámica que si bien ha incrementado notablemente los flujos globales de comercio e inversión, en muchas regiones ha dejado desempleo o subempleo, contracción salarial y quiebra de muchas pequeñas empresas, aunque el escenario pinta para peor con el impacto de la IA y la robótica que robarán más empleos.
En el caso de los EEUU, estas dos crisis explican que, buena parte del voto en favor de un personaje en principio tan desagradable como Donald Trump, proceda de las regiones conocidas como the Bible belt y the rust belt (la Norteamérica cristiana y las zonas antes manufactureras que vieron mudarse sus fábricas a países como China o México) y que este hombre mantenga cerca de la mitad de las tendencias de votación. La otra mitad del electorado se inclina por Kamala Harris que se presenta como una candidata defensora de la agenda woke y del progresismo globalista. Lo interesante aquí es la polarización existente en la sociedad estadounidense, donde la fuerza de los extremos de uno y otro lado rasgan el espacio del centro político haciendo muy difícil el diálogo y una reconciliación nacional en favor de un bien común que, por lo pronto, se ha vuelto invisible o inconcebible.
Independientemente de los perfiles personales de Trump o de Kamala esto es lo que está en juego en la presente elección: ¿Cómo recuperar el sentido común de nación? Ese espacio del centro político en que las agujas ideológicas se podían mover ligeramente hacia un lado o hacia el otro, pero moderadamente. Hoy eso no ocurre y, gane quien gane, el escenario futuro amenaza con una creciente polarización.
Amén de otras consideraciones relevantes en materia de economía o geopolítica, una lección trascendente de esta contienda electoral es que, como sociedad (no solo en Estados Unidos), es necesario recuperar consensos básicos sobre valores compartidos y el sentido de nuestra vida en común.
Tal como escribiera el viejo G.K.Chesterton en un libro que me parece cada vez más relevante para nuestro tiempo, What is wrong with the world (1910), cuando las cosas se ponen difíciles -como hoy- es urgente regresar a las preguntas fundamentales en pos del sentido último (o primero) de las realidades humanas. Hoy se requieren filósofos y sacerdotes para resolver esto que queda lejos del alcance de los técnicos.
X: @Adrianrdech
Apagones a la mexicana
SOLAMENTE UNA NACIÓN DE INSTITUCIONES SÓLIDAS Y DE LEYES CLARAS Y RESPETADAS PUEDE ASPIRAR AL PROGRESO.
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