Hace ya muchos, muchos años, más de un siglo, la sociedad decidió quitar de su psique social un elemento que estuvo presente durante la formación de las sociedades: el aspecto metafísico, el concepto de la Fe.
Este aspecto daba a las sociedades hasta el siglo XIX un entendimiento que hoy no está más. Uno que se caracterizaba por tener cierto “halo” de divinidad. Era la Fe divina. Lo que provocaba en la gente de esas sociedades un sentido de respeto, reconocimiento y temor por el mismo significado sagrado, de la Providencia.
Muchos factores, que no son solo científicos sino ideologías de todo tipo, contribuyeron para que se generara esta llamada secularización de las sociedades en el mundo occidental, lo que en algún momento fue definido como “Modernismo”. Tema de otra entrega.
La respuesta social, económica, sociológica y política fue la de dotar a la sociedad y sus instituciones de un grado de respeto, dignidad y sobre todo de una clase o tipo de piedad sustituta, ya que ésta era el principal ingrediente junto con su fuente Divina, la que se sustituía. Se creyó que el producto alternativo provocaría la misma respuesta en la gente que conformaba la sociedad de entonces y continuaría per secula seculorum, es decir, por siempre.
Craso error considerar que los seres humanos, las personas, las sociedades responderían de igual forma al remedio que los pensadores, científicos, poetas y filósofos de la misma línea, la secular, crearon. Y es un error de ese tipo porque abandonaron la Fe, pero siguieron siendo personas religiosas. Por ello, trataron, con sus conceptos, llevar a la sociedad occidental a un “Sinaí” secular, donde le entregaron leyes e instituciones para adorar, a las que esperaban, honestamente, que la gente adoptara y cumpliera a cabalidad los preceptos de ellas para continuar con la magnífica tarea de edificar una sociedad lejos de los conceptos metafísicos, divinos, sagrados, de Fe, heredados de las sociedades anteriores que los habían usado como base para llegar a donde se encontraban. Decidieron no conservarlos más.
Nunca las sociedades han sido perfectas. Siempre ha existido una parte oscura, la que se alberga entre las sombras de lo que se edifica. Todo está siempre amenazado por la gran libertad que el ser humano tiene. La que se ha conocido como el “libre albedrío” o el famoso mexicanismo: “a mí nadie me dice qué hacer”. Característica más de la raza humana, que solo del pueblo mexicano. Pero debo recordarme que eso es tema de otra entrega. La pasión por el mismo me domina y las palabras sólo brotan en su carrera por llegar al final de la página y de la entrega. Perdón.
Decretar y “empoderar”, dos términos legales y de la cultura secular en la que vivimos que tratan de lograr lo mismo que las leyes divinas y los principios morales que se desprenden de los primeros sí logran. Aristóteles los calificaba como elementos de segundo y primer grado, respectivamente, debido a que a unos les concedía funciones que no podían lograr los primeros; es decir, las leyes emanadas del senado griego no provocaban que en el interior de la persona surgiera un sentimiento pío o de piedad que provocara lo que las leyes le pedían hacer: que no obrara mal.
“Las leyes solo detienen a las personas de cometer delitos, pero no las cambian”, aseguraba Rousseau. “Menos las transforman”, afirma quien escribe. No así los principios morales y la ética, que sí tenían el elemento metafísico para lograr que el ser humano se autogobernara dentro de los parámetros o límites, los “Ethos” y las “Mores”, la Ética y la Moral, que provoca la sana convivencia de una raza de personas capaces de las mayores atrocidades y las mejores bondades.
Con el decreto y el empoderamiento, las mentes seculares cometen el mismo error que sus antepasados del siglo XIX: creer que la gente va a cumplir lo decretado o que la gente, una vez, “empoderada”, será diferente a lo que ha sido. La experiencia dice que no funciona y no funcionará. Aristóteles y Rousseau, tienen razón. Los decretos y el empoderamiento no provocan el autogobierno, no generan piedad, menos arrepentimiento.
La mejor evidencia que tengo a la mano son las llamadas, “Alertas de Género”, para tratar de palear un hecho atroz: la violencia contra las mujeres. En los últimos seis años se han emitido 23 Alertas de Violencia de Género (AVG) —las últimas tres la semana pasada—; sin embargo, pese a que este mecanismo ha logrado visibilizar la violencia contra las mujeres, las agresiones siguen en aumento.
De acuerdo con el Reporte Especializado de Violencia contra la Mujer, de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, desde 2015 a la fecha, el país registra 5041 carpetas de investigación por feminicidio; el porcentaje va en aumento cada año: en 2016 47% más respecto al año anterior; en 2017, 22.4%; 2018, 2.3%; 2019, 5.8%; y en 2020, 0.32%. De enero a junio de 2021 van 495 indagatorias por feminicidio, que representan 3.7% más que el año anterior.
“En muchas ocasiones, las alertas son llamados a misa, porque no se atiende de fondo el problema, ya que en muchos asuntos no hay acceso en la justicia, ni eco en la atención real” dijo Sylvia Garfias, diputada del PAN, de la Comisión de Igualdad de la Cámara de Diputados. Y agrega que la violencia “feminicida y homicida sigue imparable, pero es cuando te das cuenta que la alerta dista mucho de tener avances, aparte de que los recursos son cada vez menores, pocos”.
Verónica Sobrado, diputada del PAN, en cuanto a la aplicación, la panista consideró que “las acciones que se decretan en cada alerta deben traducirse en resultados, más que en declaraciones”. Hasta el momento, las entidades que tienen AVG son 23 de los 32 estados. Los estados que faltan son Aguascalientes, Baja California Sur, Coahuila, Guanajuato, Hidalgo, Querétaro, Tabasco y Tamaulipas.
Eunice Rendón, experta en seguridad, dijo que: “las medidas no han sido suficientes porque la violencia continúa al alza, por ello, urgió a las autoridades a trabajar para terminar con el problema”.
En el año 2000, El Memo Vicente Fox hizo lo mismo: nombró a Guadalupe Morfín Otero como la Comisionada para Combatir y Erradicar la Violencia contra la Mujer en el país. Lo único que sucedió desde entonces a la fecha es nada. Hablando en plata, fue un soberano fracaso. La violencia sigue imparable porque por más que decretan y empoderan, por desgracia no logran ni siquiera tumbarle una pluma al gallo. Así es El Meollo del Asunto.
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