El pasado fin de semana, miles de personas salieron a las calles a manifestarse en contra de la deportación masiva de “Inmigrantes” ordenada por el Presidente de los Estados Unidos Donald Trump. Desde el propio gobierno se incentiva la violencia contra los latinos, quienes son detenidos arbitrariamente por su apariencia (color de piel para ser más claros), alegando que probablemente por su ascendencia sean indocumentados e “ilegales”, palabra odiosa detrás de la cual se esconde el odio y el racismo más puro.
El país que se define como libre y demócrata no está siendo congruente ni respetuoso de la memoria, sin recordar que es una nación formada por migrantes que en los últimos siglos llegaron a este territorio buscando libertad y oportunidades. Está situación preocupante nos obliga a preguntarnos: ¿por qué existe el rechazo contra las personas de diferentes razas?
El rechazo a las personas de diferentes razas, también conocido como racismo, es un fenómeno social, cultural y psicológico que ha existido durante siglos. Se basa en la creencia errónea de que unas razas son superiores o inferiores a otras. Este rechazo se manifiesta a través de actitudes, comportamientos, estereotipos y políticas que discriminan a individuos o grupos debido al color de su piel, sus rasgos físicos, o su origen étnico.
Los orígenes históricos del racismo son fáciles de reconocer en el estudio de la humanidad. Durante la colonización europea, especialmente entre los siglos XV y XIX, se construyó la idea de “razas humanas” con fines políticos y económicos. Las potencias coloniales necesitaban justificar la esclavitud, la expropiación de territorios y el dominio sobre pueblos indígenas o africanos. Así, se promovió la idea de que los europeos eran civilizados, superiores, mientras que los pueblos conquistados eran considerados salvajes, inferiores o inhumanos.
Estas ideas fueron reforzadas por teorías pseudocientíficas en los siglos XIX y XX, que intentaron clasificar a los seres humanos según supuestas características raciales. Aunque estas teorías han sido ampliamente desacreditadas por la ciencia moderna, sus efectos culturales y sociales persisten hasta hoy.
El rechazo a personas de otras razas también se explica por factores psicológicos, como el miedo a lo desconocido o la necesidad de pertenencia. Las personas tienden a formar parte de grupos con los que se identifican (por cultura, idioma, religión o color de piel), y pueden ver con desconfianza a quienes consideran “otros” o diferentes. Este fenómeno, conocido como “etnocentrismo”, puede llevar a la exclusión o al desprecio hacia otros grupos.
Además, desde una perspectiva social, el racismo se alimenta y perpetúa por medio de la educación, los medios de comunicación, y las instituciones. Si un niño crece en un entorno donde se ridiculiza o se excluye a personas de otra raza, es muy probable que internalice esos prejuicios. Lo mismo ocurre si los medios reproducen estereotipos negativos o si las leyes favorecen a un grupo sobre otro.
Estos actos como los que ocurrieron este fin de semana en los Estados Unidos afecta, ofende y violenta a toda una comunidad, a la que pertenecíamos todos los latinoamericanos aunque no vivamos allá. El indignante que se pueda detener a nuestros paisanos sin importar si están trabajando, si están trasladándose a su trabajo o si tienen hijos que puedan quedar abandonados a su suerte cuando sus padres sean deportados.
El rechazo racial no es solo un problema individual o de actitudes personales; también existe un racismo estructural o sistémico, que se manifiesta en las desigualdades persistentes en acceso a la educación, salud, empleo, vivienda o justicia. Por ejemplo, en muchos países, las personas afrodescendientes, indígenas o migrantes sufren mayores niveles de pobreza, tienen menos oportunidades laborales y son más vulnerables a la violencia policial.
Este tipo de racismo está tan integrado en el funcionamiento cotidiano de las sociedades que muchas veces pasa desapercibido o se justifica como “natural”. Por eso, combatir el racismo no solo implica cambiar actitudes individuales, sino transformar estructuras sociales y políticas.
El racismo también está relacionado con la lucha por el poder. Cuando un grupo dominante siente que su posición social o económica está en riesgo, puede generar discursos racistas para mantener su estatus. Esto se ve, por ejemplo, en discursos políticos que culpan a los migrantes de la falta de empleo o de la inseguridad, generando miedo y rechazo hacia ellos.
El miedo al cambio cultural, a perder privilegios o a enfrentarse con las injusticias del pasado puede llevar a negar o minimizar el racismo, lo cual también contribuye a su permanencia.
Argumentar que las personas de otros países puedan estar relacionadas con el crimen, con el narcotráfico o representar un peligro, no es más que un discurso que intenta engañar con algo que parece razonable y que lo único que pretende es disimular sentimientos de rechazo racial porque no hay en la gran mayoría de los casos formas de demostrar que las personas por su apariencia puedan representar un peligro en ningún caso.
Además de ser una retórica ignorante y contraproducente que claramente a la larga frena la evolución y el bienestar de los países que se resisten a trabajar en equipo, y brindarnos la oportunidad y la libertad de buscar nuevos horizontes, pretender noquear el movimiento de las sociedades y la libre migración por las causas que sean ya que no siempre obedecen a la búsqueda de un lugar con más oportunidades de trabajo, hay gente que se ve obligada a migrar por razones de salud, de trabajo o causas familiares, por la simple libertad de poder vivir y trabajar o estudiar y aportar lo mejor de uno a el lugar donde cada quien elija por su libre albedrío vivir.
El rechazo a las personas de diferentes razas es un problema complejo con raíces históricas, sociales y psicológicas. Aunque las diferencias biológicas entre razas humanas no existen de manera significativa, las construcciones sociales alrededor de la raza han generado divisiones profundas y dolorosas. Para erradicar el racismo, es necesario un esfuerzo colectivo: educar para la empatía, visibilizar las injusticias; promover leyes igualitarias y transformar las estructuras que sostienen la discriminación. Solo así se puede construir una sociedad más justa, diversa y humana.

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