Octavio Paz dijo alguna vez que al último bolchevique del planeta habría que buscarlo en Latinoamérica. No erraba. Por diversas razones, a pesar de los resultados terribles de la experiencia soviética, el liderazgo de Vladimir Ilich Uliánov -Lenin- sigue vigente, en espíritu, inspirando y guiando las acciones de dirigentes políticos, particularmente en nuestro subcontinente. En buena medida, las más infames dictaduras del siglo XX siguieron el camino trazado por Lenin para realizar una transformación social que, en su particular valoración, consideraban buena o deseable, a partir de un férreo control del poder político del estado: émulos de Lenin fueron Benito Mussolini, Adolfo Hitler, Mao Tse Tung, Fidel Castro y Pol Pot. Y, en el siglo XXI, han seguido sus pasos Hugo Chávez (y, con menos talento, Nicolás Maduro), Daniel Ortega y, tal parece, que está en el fondo del corazón de la 4T. Desde luego no se puede hacer esta consideración a la ligera y requiere diversos matices, pero se hace relevante de cara al proceso de sucesión presidencial y los signos claros que se pueden apreciar desde Palacio Nacional y sus seguidores en Morena.
En su estudio biográfico “Lenin: el inventor del totalitarismo”, el historiador Stéphane Courtois cuestiona que después de tantos asesinatos, violencia y ruina económica y moral propia de los regímenes de corte o inspiración leninista, el personaje siga teniendo, aún, defensores y adeptos, tanto en ámbitos académicos como entre activistas políticos. Las banderas en favor de la justicia social y la utopía de una sociedad sin clases, más las insuficiencias y perversiones del capitalismo, han sido muy atractivas para numerosos idealistas en los últimos 100 años y el enorme despliegue de propaganda por parte de los partidos e intelectuales comunistas ha impedido (increíblemente) a muchos valorar debidamente el desastre humanitario, político, económico y social de estos trágicos experimentos sociales.
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Para valorar adecuadamente la herencia de Lenin se debe enfatizar que, el viejo Volodia, sentía un profundo desprecio por el estado de derecho, la división de poderes, la democracia, las libertades civiles y los derechos humanos, que no consideraba más que vicios burgueses, constructos ideológicos que mantenían adormecida la conciencia de clase del proletariado impidiendo su liberación. Sólo el triunfo de la Revolución proletaria permitiría el advenimiento del hombre nuevo, comunista, y la solución de los problemas históricos de la humanidad, resumidos en la idea, marxista, de la explotación del hombre por el hombre. Lograr el triunfo de esa Revolución era el fin absoluto e innegociable que, para alcanzarlo, no debía repararse en cualquier medio que se considerara necesario. Derrotar para siempre a los enemigos de clase era el propósito último, que justificaba el uso de todo el poder estatal.
Máximo Gorki, opositor al zarismo que se sumó a la causa bolchevique hasta que fue censurado en 1918, para ser asesinado por la policía secreta estalinista en 1936, declaró: “Lenin y Trotski no tienen la menor idea de lo que significan la libertad o los derechos humanos. Ellos y sus compañeros de viaje ya están intoxicados por la abyecta ponzoña del poder, como da buena muestra su actitud vergonzosa hacia la libertad de expresión, hacia las personas y hacia todos los derechos por los que luchó la democracia”.
El “evangelio” leninista se convirtió en una religión secular, y atea, como lo documentó el británico John Gray en “Misa Negra: la religión apocalíptica y la muerte de la utopía”. Se trata de una concepción radical de la política que sólo admite una visión de la realidad, una única interpretación de la historia: la suya. Al amparo de esta fe revolucionaria se han estimado más de 100 millones de asesinatos y varios más de desaparecidos, encarcelados, torturados y arrepentidos.
Para el disidente ruso y premio Nobel de Literatura que después de ser héroe de guerra pasó 13 años preso en campos de concentración soviéticos, Alexander Solzhenitsyn, lo peor del régimen leninista es la mentira, “que lo impregna todo, corrompe todo y destroza al que pretende defender la verdad”: Es un régimen surgido, primero, desde un legítimo anhelo de justicia, pero construido fundamentalmente a base de mentiras, como queda claro en el relato distópico “1984” de George Orwell, donde el Estado crea el Ministerio de la Verdad, que pervierte la realidad, falsea los hechos y trastoca el lenguaje para ocultar lo que es e imponer una narrativa ficticia que permite el control de una población que va pasando, lentamente, de la esperanza al terror, a medida que el poder se va concentrando de manera absoluta en la cúpula del Partido.
Como decíamos, este monstruoso modelo de ingeniería social se expandió como el cáncer a todos los continentes del planeta, hasta que se colapsó en 1989, pero del que quedan cenizas que todavía ilusionan a algunos, particularmente en América Latina. Tuvo razón la Virgen de Fátima cuando, en el mensaje que se le atribuye mediante unos niños campesinos, advirtió a la humanidad, en 1917, antes de la Revolución de Octubre, que Rusia esparciría sus errores por todo el mundo, causando muchas muertes y sufrimiento. Así fue y sigue siendo.
¿Qué tiene que ver esto con la 4T? Se dice que una cualidad de la inteligencia consiste en saber apreciar similitudes entre cosas diferentes y diferencias entre cosas semejantes. La izquierda mexicana, históricamente, ha estado poblada por radicales leninistas, trotskistas, estalinistas, castristas, junto con grupos de corte más socialdemócrata. De esa mezcla surge el núcleo duro de MORENA. El presidente López Obrador, en principio, parecía estar en una línea más bien neo-cardenista, nacionalista, pragmática, no radical. Sin embargo, a medida que ha avanzado su sexenio, su discurso y, sobre todo, sus acciones, se ha acercado mucho más al ala radical de su movimiento y alejado de los moderados socialdemócratas. Así, es de llamar la atención que el equipo a cargo de la visión 2030 de su proyecto de nación está dominado por algunos de los miembros más radicales, como Taibo, el Fisgón, Díaz Polanco, Elvira Concheiro y Armando Bartra. Por otro lado, es notable la mucha cercanía de los embajadores de Venezuela y Cuba a Palacio Nacional, a lo que se suman las continuas referencias del presidente al régimen cubano y el marcado contenido ideológico de los nuevos libros de Texto de la SEP.
Mucho más importante es la visión personal del presidente sobre su proyecto nacional: él busca una profunda transformación de la vida nacional manifiesta en “la revolución de las conciencias”; la condena recurrente “al aspiracionismo” burgués, al afán de lucro de los empresarios y el repudio radical a la oposición democrática liberal y a la prensa libre, a quienes tilda de “conservadores”. Lo que él quisiera es que “el antiguo régimen” (neoliberal, de democracia burguesa) no volviera nunca más. Quiere un gobierno del pueblo y para el pueblo, pero en el que se excluye a más o menos la mitad de la ciudadanía que no lo apoya (y que, entonces, no es pueblo).
El presidente quiere que su huella en la historia haga valer las aspiraciones populares de la Revolución Mexicana que, a su juicio, se quedó truncada cuando Lázaro Cárdenas se traicionó a sí mismo al cederle la estafeta presidencial a Manuel Ávila Camacho. Esto no puede volver a pasar. Lo dijo, con toda su fuerza, en su discurso del 18 de marzo pasado en el Zócalo de la CDMX: no darán ¡ni un paso atrás!
Dicho de otro modo, el presidente quiere lograr el triunfo total de su revolución popular nacionalista, para el que ha luchado toda su vida, con el mismo espíritu trascendente con el que Lenin promovió el advenimiento de una nueva sociedad y de un nuevo tipo de hombre. Es un proyecto que es más religioso que político, pero que pasa por la política. Y para ese fin, heroico, de sublime grandeza, se justifica cualquier medio.
Ese propósito se construye a base de discursos, llenos de mentiras. Y al margen de la ley, con toda la fuerza del poder presidencial, eliminando contrapesos y cualquier obstáculo que se le interponga. Por esto hay que estar alertas. No son vanas las voces que advierten que tratará de eliminar la candidatura de Xóchitl Gálvez, por los medios que sean: con falsedades, promoviendo su desafuero o lo que sea menester.
El espíritu de Lenin resuena en las entrañas de la 4T. Hoy está claro.
Contacto: @Adrianrdech
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