El espejo de Acapulco. ¡Es la ética, güey!

Con la guerra de Independencia, Acapulco fue un punto estratégico para los insurgentes, para cortar las comunicaciones y el comercio del virreinato.

9 de noviembre, 2023 El espejo de Acapulco.

La tragedia de Acapulco nos refleja como sociedad; nos quita el maquillaje y nos deja desnudos ante nuestros problemas profundos y más íntimos, del pasado y del presente. También nos ofrece la opción de reconstruirnos haciendo las cosas bien. 

Partamos de algunos elementos fundamentales de la historia de Acapulco, que muestran muy bien las contradicciones, desajustes y cuellos de botella en nuestro desarrollo como nación. Comencemos recordando que, durante los tres siglos del periodo colonial, el puerto se constituyó como principal en el comercio de la corona española con el lejano Oriente, recibiendo y despidiendo a los galeones de “la nao de China”. Acapulco llegó a ser más importante que Veracruz para el comercio exterior de la Nueva España. Sin embargo, en este periodo no pudo desarrollarse económicamente como un centro de prosperidad para su población en general, mayoritariamente de indios, mestizos, negros y mulatos, que vivían en chozas miserables, mientras la riqueza se concentraba entre la población criolla vinculada con la Ciudad de México. 

Con la guerra de Independencia, Acapulco fue un punto estratégico para los insurgentes, para cortar las comunicaciones y el comercio del virreinato. Con ello, durante algunas décadas se mermó severamente la relevancia comercial del puerto, aunque, con la Fiebre del Oro en el norte de California (1848), éste se activó como lugar de recalada para los barcos que viajaban entre San Francisco y Panamá, lo que sirvió para impulsar ligeramente el desarrollo de la ciudad, con la exportación de frutas, algodón, maderas finas, palma de coco, pieles y cueros. Sin embargo, la calidad de vida de la población siguió siendo muy baja. En 1858, Acapulco seguía siendo un pueblo con 3000 habitantes, la gran mayoría sobreviviendo apenas de la pesca y la agricultura de subsistencia. 

Pese a la importancia comercial del puerto, la antigüedad de su población*, la belleza de su bahía y la relativa abundancia de recursos naturales, los caminos que conectaban al centro de México con Acapulco fueron precarios hasta prácticamente 1930. Ni en el auge económico del porfiriato se mejoraron significativamente, al punto que entre la capital y el puerto el trayecto tomaba 12 días, con riesgo alto de ser asaltado en el camino o sufrir un accidente. Los intentos de hacer un ferrocarril no funcionaron por la dificultad de atravesar la Sierra Madre del Sur. En Acapulco y sus alrededores, el medio de transporte principal siguió siendo el burro, hasta ya bien entrado el siglo XX. Al final de la Revolución, Acapulco no tenía más de 6000 habitantes y era un poblado plagado de miseria con unos cuantos empresarios prósperos.

Fue hasta 1927 cuando el presidente Elías Calles hizo volar una gran piedra que impedía la construcción de una carretera, que finalmente construyó una empresa estadounidense. El trayecto tomaba unas 36 horas entre la CDMX y Acapulco, pero esta carretera cambió el destino del puerto. Con ella, llegaron los hoteles: 8 en los primeros años, que ya eran 64 en 1940 y así inició el impresionante desarrollo turístico de la zona. El presidente Alemán hizo fortuna personal acelerando el crecimiento de la bahía pavimentando el centro de la ciudad, construyendo la avenida costera que lleva su nombre, un aeropuerto internacional, una carretera escénica y el embellecimiento de las playas de Caleta y Caletilla. 

En las décadas de los 50´s y 60´s, Acapulco se convirtió en la joya del Pacífico del turismo mundial y, después de la Revolución Cubana, se quedó como el principal destino de playa para la élite estadounidense. John F. Kennedy y Jacqueline Bouvier celebraron allí su luna de miel y fue lugar de vacaciones favorito para Elizabeth Taylor, Orson Wells o el Shá de Irán y otros personajes del jetset mundial. Acapulco siguió creciendo, mejoró la infraestructura y, desde la Ciudad de México el viaje por carretera se redujo a seis o siete horas, convirtiéndose en el principal destino turístico de la ya millonaria población chilanga. Se construyó el Centro Internacional de Convenciones, donde se realizó el concurso de Miss Universo en 1978. Entonces Acapulco todavía era competitivo como destino internacional versus otras alternativas que desarrolló el FONATUR por aquellos años: Cancún, Ixtapa-Zihuatanejo y Los Cabos. 

Pero para entonces ya empezaban a sentirse los muchos problemas de un desarrollo urbano realizado con considerable descuido y muy notable corrupción. Los desarrollos inmobiliarios se multiplicaron por doquier sin una ordenación adecuada del uso de suelo. Algunos grandes desarrollos se levantaron sobre la playa aunque fueran ilegales, muchos de ellos vertiendo sus aguas negras directamente al mar. Al menos en este sentido las administraciones municipales eran y han sido, para todo fin práctico, inexistentes, salvo para exigir “moches” a cambio de la obtención de las autorizaciones correspondientes para establecer el negocio que fuera (legal o ilegal). Y este fenómeno empeoró después que el gobierno de Salinas de Gortari inaugurara la Autopista del Sol (1993), que facilitó aún más los viajes de la población del centro de la República al bello puerto.

El resultado ha sido que las playas de Acapulco son, desde hace varios años, las más contaminadas y hacinadas del país, siendo señaladas por la COFEPRIS como “no aptas para el uso recreativo de las personas”. (Nosotros dejamos de visitar Acapulco hace algunos años, cuando el descanso en la playa era interrumpido por cuatrimotos que pasaban a toda velocidad o por caballos que defecaban sobre la arena o, en el mar, se tenía uno que cuidar de lancheros que entraban y salían de la playa trayendo o llevando turistas. Mi esposa regresó con una severa infección de oído por la contaminación del agua).

Con el crecimiento económico, la población, que en 1960 era de unos 50 000 habitantes, para el año 2020 había llegado ya a casi 900 000, sin que ese crecimiento haya sido acompañado de la infraestructura urbana necesaria. Se multiplicaron los asentamientos irregulares en los cerros colindantes y en el lecho de ríos; sin servicios públicos elementales para lidiar debidamente con la basura, por ejemplo. Y salvo en las zonas marcadamente turísticas, en torno a la avenida costera y sus inmediaciones, las calles están mal trazadas, mal pavimentadas, mal iluminadas y, además, crecientemente inseguras, con una policía municipal que, aparte de corrupta, es a todas luces insuficiente para el tamaño de la población.

Si el viejo Acapulco, tan relevante para Nueva España nunca se desarrolló, el Acapulco moderno creció anárquicamente, de la mano de una administración pública (federal, estatal y municipal) plagada de corrupción, incompetente e ineficaz hasta el extremo. Pese a la enorme riqueza generada por el turismo y el comercio en los últimos 75 años, con cifras de CONEVAL, Acapulco es el municipio con mayor cantidad de personas en situación de pobreza extrema en el país y el segundo mayor con población “en condición vulnerable”. Según el IMCO, Acapulco ocupaba el último lugar en su índice de competitividad de las ciudades mexicanas, debido a la falta de reglamentación en las inversiones inmobiliarias, la corrupción de los gobiernos, la poca inversión en servicios públicos y la degradación del medio ambiente. Por si fuera poco, en el ranking de la consultora Statista, que evalúa la violencia en distintas ciudades del mundo, Acapulco aparecía, en enero de este año, como la segunda ciudad con mayor número de homicidios dolosos por cada 100 000 habitantes. El puerto, en buena medida está controlado por bandas criminales, que se disputan el territorio, extorsionando lo mismo a los grandes empresarios que a los vendedores callejeros. 

Entonces llegó Otis, con sus ráfagas de viento superiores a los 300 km/hr y su impacto demoledor sobre la infraestructura urbana, turística y comercial de la ciudad, dejando súbitamente sin agua, sin comida, sin casa y sin fuente de ingresos para los próximos muchos meses a la en sí depauperada población costeña (75% de la cual reportaba ingresos inferiores a los dos salarios mínimos -si tenía empleo-) y exhibiendo, escandalosamente, la ineptitud, frivolidad y crueldad de los gobiernos morenistas (en los tres niveles de gobierno hoy involucrados).

Acapulco deberá ser reconstruido. Pero sus desventuras datan de muchísimos años atrás, consecuencia de caciques locales, pésimos gobiernos, viejos vicios de la propia población quizá ya acostumbrada a vivir jodida. La tragedia reciente, con su mucho dolor, es también una oportunidad para enmendar los tantos errores que se han cometido a través del tiempo. Hay una nueva oportunidad para Acapulco, tan bello, tan rico, tan promisorio. En su desgracia, Acapulco nos refleja como estado nación y nos revienta en la cara los muchos vicios que como país hemos tenido a lo largo de nuestra historia.

En su primera campaña presidencial, un asesor exclamó para llamar la atención de Bill Clinton: It is the economy, stupid! Pero en México tenemos que decir: ¡Es la ética, güey!


* Hay restos de asentamientos humanos en la bahía que datan de hace unos 5000 años.

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