Si te digo que este artículo trata acerca de un hombre mayor, aquejado por padecimientos psiquiátricos graves, con una trayectoria de altas y bajas en los negocios y que se cree el Emperador de los Estados Unidos de inmediato te vendrá a la cabeza la imagen de una persona, pero te habrás equivocado.
En realidad te he hecho una pequeña trampa y por eso no has acertado. El título completo del individuo en cuestión fue “Emperador de los Estados Unidos y Protector de México”. De haberte dado la información completa, habrías descartado la primera opción y de inmediato habrías sabido que de quien quiero hablarte es de Joshua Abraham Norton, nacido, al parecer, en febrero de 1818 en Londres y que era ciudadano –en cierta forma distinguido– de San Francisco, California.
Supe de su existencia gracias a la fantástica novela Theodoros (1), del escritor rumano Micrea Cārtārescu, que empieza el capítulo 5 con la solemne autoproclamación de Joshua:
“A petición, y por deseo perentorio de una gran mayoría de los ciudadanos de estos Estados Unidos, yo, Joshua Norton, antes de Bahía de Algoa, del Cabo de Buena Esperanza, y ahora por los pasados nueve años y diez meses de San Francisco, California, me declaro y proclamo Emperador de estos Estados Unidos; y en virtud de la autoridad de tal modo investida en mí, por este medio dirijo y ordeno a los representantes de los diferentes Estados de la Unión a constituirse en asamblea en la Sala de Conciertos de esta ciudad, el primer día de febrero próximo, donde se realizarán tales alteraciones en las leyes existentes de la Unión como para mitigar los males bajo los cuales el país está trabajando, y de tal modo justificar la confianza que existe, tanto en el país como en el extranjero, en nuestra estabilidad e integridad” (2).
A partir de ese momento, el buen Joshua de convirtió en el Emperador de los Estados Unidos Norton I. Fue un poco después que complementó su título con «Protector de México» y las razones eran simples: “Dada la incapacidad de los mexicanos de regir sus propios asuntos, yo, Norton I, asumo el papel de Protector de México” (3).
A lo largo de su reinado de veintiún años, promulgó infinidad de decretos –aunque muchos de los que se le atribuyen parecen haber sido escritos en tono de broma por “ciudadanos comunes”–. En uno de ellos, por ejemplo, disolvía el Congreso de los Estados Unidos debido al fraude y la corrupción provocada por las sectas políticas representadas por los partidos.
Llegó a considerar la posibilidad de contraer matrimonio… con la Reina Victoria, con quien, se especula, llegó a intercambiar correspondencia.
Desde luego que nadie atendía los “actos de gobierno” instruidos por Joshua, sin embargo la comunidad le manifestaba estima y respeto. En los restaurantes le daban de comer sin pagar e incluso le reservaban su lugar en el teatro. Cobraba impuestos que muchos pagaban. Vivía de forma austera y muchas veces las cosas que decía y los decretos que promulgaban si bien eran disparatados, podían leerse desde la ironía como verdaderos problemas sociales. De algún modo ocupó el sitio que en las antiguas cortes tenía el bufón; se burlaba de la sociedad en que vivía a partir de una comicidad, casi seguro involuntaria, que más de una vez debió escocer a las élites norteamericanas denunciadas.
Según la página del Museo de la Ciudad de San Francisco (4), el día de su muerte, el 10 de enero de 1880, el titular de ocho columnas del diario Morning Call fue: “Norton I, por la gracia de Dios, Emperador de los Estados Unidos y Protector de México, partió de esta vida”.
Al día siguiente Norton I fue enterrado en el Cementerio Masónico. A su sepelio asistieron más de diez mil personas y el cortejo fúnebre tuvo una longitud de tres kilómetros.
Wikipedia asegura que su necrológica decía así: «El Emperador Norton no mató a nadie, no robó a nadie, no se apoderó de la patria de nadie. De la mayoría de sus colegas no se puede decir lo mismo.»
Debemos tener cuidado de que en nuestro tiempo no ocurra lo que narra Cārtārescu acerca de Joshua: “Reían por igual los blancos y los negros. De la noche a la mañana, el pequeño comerciante arruinado del barrio judío se convirtió en el héroe de una ciudad en busca de figuras emblemáticas, porque un excéntrico como Norton era el más indicado para causar sensación en todos los periódicos de la Unión” (5).
En tiempos de noticas falsas, de negación de la realidad, de hambre por figuras pendencieras y fuertes, en épocas donde la fama y la celebridad valen por sí mismas y lo que importa es la estridencia y la impostura merece la pena mantenernos atentos para que el ejemplo cómico del Emperador Norton I no se repita de nuevo, ahora como tragedia global.
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(1) Cārtārescu, Micrea, Theodoros, Primera Edición, España, Impedimenta, 2024, Págs. 642
(2) Íbidem, Pág. 81
(3) Wikipedia, Joshua A. Norton, Consulta: 2 de mayo de 2025
https://es.wikipedia.org/wiki/Joshua_A._Norton
(4) The Museum of the City of San Francisco, consulta: 2 de mayo de 2025
(5) Cārtārescu, Obra citada, Pág. 82-83

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