Mucho se ha discutido acerca de la indicación de la autoridad sanitaria federal en torno al uso del cubrebocas, sobre todo durante los tres meses de más rígidas medidas en cuanto a la reducción de la movilidad y los confinamientos.
Si se hubiese recomendado el uso del cubrebocas como algo muy seguro y eficaz (como de hecho, sí lo es), habría significado una suerte de permiso tácito para poder salir a la calle, hacer reuniones, prácticamente como si se hubiera estado en días plenamente “normales”, creyendo que con el uso de las mascarillas se obtendría una suerte de inmunidad hacia el nuevo virus SARS-CoV-2 que causa la pandemia de Covid-19. Y no, el cubrebocas famoso está lejos de serlo, mucho antes está la máxima reducción de movilidad posible (el recordado por siempre “¡quédate en casa!”), y, en caso de tener que salir a la calle, la “sana distancia” y otras recomendaciones que se solicitaron encarecidamente a diario durante esos tristemente recordados tres meses.
Si ahora, ya con cierta normalidad recobrada, podemos constatar el pésimo uso que se le da al cubrebocas, por las calles vemos gente que se lo quita, que lo trae colgado de una o dos orejas, que se van de fiesta con él (aunque ya ahí poco se acuerden de él), vemos gente que, incluso, lo usa a manera de collar; cubrebocas hechos de materiales de mala calidad y un larguísimo etcétera.
De ahí que la autoridad federal desestimó el uso de dichas mascarillas: la recomendación de su uso habría sido, pero sin duda alguna, un completo desastre para el país a causa del Covid-19.
En México, en particular, la responsabilidad es de todos, sociedad y gobierno, pero la gente ha mostrado mucha irresponsabilidad, al grado de ser suicida y/u homicida; el mercado negro de alcohol que surgió es mucho más grande de lo que la mayoría cree, y si no, hay que revisar los casos que hubo en todo el país por intoxicación con alcohol adulterado, ese seria, solo, un pequeño ejemplo. Con la inclusión del cubrebocas al mismo nivel del “Susana Distancia” y el “Quédate en Casa”, estaríamos hablando de una crisis sanitaria de proporciones mucho mayores a lo que aún México vive, en éste apocalíptico año 2020.
Pese a todo lo anterior dicho, sumado a que era inevitable que un buen porcentaje de mexicanos salieran a la calle a buscarse el pan y con la disyuntiva de morir de hambre, en Acapulco, ciudad donde vivo, aún se ven escenas como las de la “gran depresión” en los años 20 del siglo pasado en los Estados Unidos: comedores públicos en cada rincón y filas interminables de personas en ellos. No es casualidad que el poema que recitó el Dr. Hugo López-Gatell, a invitación expresa de Paco Ignacio Taibo II, haya sido “EL HAMBRE” de Miguel Hernández.

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