Día de Balance

Podemos situar el día de hoy como un “corte de caja” que en sentido figurado requeriría una revisión exhaustiva, una auditoría, sin ser cosa menor la actuación al frente de la hacienda pública; el delicado manejo del presupuesto de una nación; seis años de ejercicio con una licencia enmarcada por una Constitución, por leyes y preceptos que sujetan la actividad y libertad discrecional del recurso de todos. Si hiciéramos de este ejercicio revisionista una verdadera ejecución rigurosa, un simple arqueo de caja, o un examen de inventarios, o repaso de activos fijos o una circularización de acreedores y proveedores, seguramente se negaría el dictamen o la certificación de la situación financiera de la nación.

La actuación de esta administración que hoy termina, presenta un saldo negativo y no es un juicio ligeramente expresado; es un recorrido desde su inicio, despojo innegable que traduce cancelaciones, encuestas y desmantelamiento institucional, inducido todo en desbocado propósito de control y decisión centralizada. El desmedido uso del recurso presupuestal siempre tuvo una razón para no ser cuestionada, cimentaba en obra monumental una trascendencia que disfrazaba lo efímero de la herencia implantada en el capricho y la obsecuencia. El tránsito de esta imposición nunca fue gradual, fue medido y calculado de inicio. La clase empresarial y agentes productivos no dimensionaron la invasión a su esfera de acción porque en un sentido figurado, creaba oportunidades de inversión y en algún momento alentaba la participación activa en infraestructura.

Pero la convocatoria cesó. La licitación se canceló y el concurso libre fue arrinconado en medio de un ejercicio grotesco y cínico de asignación contractual directa desde el poder. El camino del dispendio ahora lo vemos en los resultados: obra sin terminar, abandono de infraestructura real y necesaria. El modelo de imposición y absurda mira empresarial de un Estado incapaz, mostró el verdadero rostro que arrostraba esa clase empresarial que precisaba de una lección histórica de circunscripción imaginaria en la acumulación y en la arrogancia. El discurso de inicio de la separación del poder político y el económico no era acomodo temporal de un gobierno populista, era mensaje de fondo y de intención de permanencia. 

En esa permanencia amanece el día del balance verdadero, el de la asonada perpetuidad del control político, el día del sueño del sometimiento del poder económico, que ilustra la incongruencia en un país en donde el producto de la nación se encuentra en manos privadas, en un país que se cuenta entre las grandes economías, en una docena ganada con el denuedo de varias generaciones, en plena coronación del despegue de la sustitución de importaciones, en franca participación de las economías abiertas del orbe. No obstante, llega esa imposición, desde el ángulo del engaño tal vez, desde la compra de voluntades, desde el derroche sin precedente para adquirir adhesión o forzarla desde el ángulo de la dependencia. 

Hoy llega ese día transicional, el día de la ambición sin factura, el día de transmisión de una premura por demás ligada al encargo, a la supresión de la libertad de selección de ruta alterna. El rumbo se fijó sin consulta, el apremio simulaba la consulta amplia y difundida en el voto, en el esquema democrático que originó esta debacle. El amparo de una democracia naciente se convirtió en el cimiento eufemístico de protección y cobertura del indigente, del desposeído. Una historia perfectamente estudiada y perfeccionada para alentar el paternalismo de épocas gloriosas de control. 

La dádiva se instaló, sin lugar a duda. El modelo de captura es actual, real. Es dependencia clara. Pero es herencia proscrita en el recurso; es modelo finito y ángulo que tiene que esquivar diversas vertientes. El agotamiento de reservas de ahorro ya ocurrió y eso ocurre una sola vez; el agotamiento de la deuda también ya ocurrió y es fenómeno no recurrente en las economías que sufren un estanco. La dependencia ahora tiene un efecto reversivo, el gobierno necesita de la producción para que la economía crezca y con el crecimiento resurja la renta nacional. 

Es una encrucijada de poderes; el poder político tuvo su etapa y está por terminar. Es turno del poder económico de mostrar su verdadera fuerza y no es en la derrota del poder político en donde radica su fuerza, es en la producción y en el acomodo de su potencial comercial y participativo en el concierto de naciones. Esa es la verdadera lección de las grandes economías, no es la acumulación que ataca el populismo, no es la preponderancia, es simple acción participativa.

Mañana inicia una nueva etapa para el país, se avizoran matices de todas las tonalidades, desde la continuidad de un modelo desgastado en el fracaso hasta la recomposición con fuerte presencia del exterior. Pero sin recurso no existe sintonía que perpetúe la dependencia en la simple dádiva. Eso no puede ser soslayado. Resultaría imposible tratar de calcular el valor actual del sexenio que inicia, el gobierno no es una empresa fácil de evaluar. Las decisiones de un gobierno con marca popular pueden ser impredecibles. Pero existe la inercia siempre, la que conduce las prioridades que pueden ser vistas desde un plano que impulse la certidumbre para la inversión y el compás productivo. Esa inercia se da en economías abiertas y en esa inercia ciframos la esperanza de reconocimiento de la etapa que inicia, con un pensamiento y guías inciertas, desde luego, pero no dejan de ser metas de nación las que deben imperar. Esa esperanza es más que una apuesta. Veremos su balance en seis años.