¿Qué es lo que mueve a la humanidad? Me lo pregunto todos los días y en el claro entendido que es el tema más complejo y pretencioso de abordar me resigno de momento a solo cuestionármelo y compartirlo como inquietud. La necesidad de creer en algo supremo, la necesidad de poder, las ganas de conquistar, de someter, de tener más que el de al lado, de vivir más tiempo, de ser preferidos de nuestros dioses.
Todas las culturas en todas las épocas y en todos los espacios de este mundo hemos compartido un par de actividades: la fe y las guerras. Por territorio, por ideología, por poder, por riqueza, los pretextos son tantos como guerras ha habido en la historia de la humanidad. En algo hemos sido creativos y ha sido en razones para pelear.
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Me pregunto yo si el resto de las razones que nos mueven obedecen simplemente a nuestra necesidad de pelear y no entiendo por qué a la vez que organizamos todo lo que sea necesario para vivir en guerra inventamos religiones y leyes que tengan como principio la paz y la unidad.
En la mayoría de las religiones el hombre tiene como finalidad después de un camino de penurias la recompensa de un paraíso en el que no existe la división, la enfermedad ni el odio, pero no somos capaces en ninguna religión de llevarlo a cabo en vida, preferimos creer que la recompensa llegará cuando muramos aunque nadie tenga la certeza de ello.
Este fin de semana tuve el privilegio de asistir a dos excelentes exposiciones de arte: el Rey Tut que es una presentación inmersiva sobre el descubrimiento de la tumba del faraón Tutankamón y Notre Dame en el museo Franz Mayer. Con más de cuatro mil años de diferencia entre un evento y otro, mi pobre capacidad de entendimiento me llevó a la misma conclusión: la humanidad ha buscado sin tregua de diferentes formas y lenguajes la oportunidad de trascender y la necesidad de venerar deidades que obviamente solo son reales en la creencia de cada comunidad, quedando en el entendido que solo los que pertenecemos a nuestra religión de preferencia hemos sido elegidos y privilegiados receptores del mensaje divino mientras que los seguidores fieles a otras creencias viven en el error, la ignorancia y la práctica necia de banales idolatrías.
De la mano de mi compañero en esta expedición caminé por las calles del Centro Histórico y él, que sabe muchas cosas, me comentó que las paredes de piedra con la que están sostenidas las iglesias católicas coloniales fueron armadas con piezas de los antiguos templos prehispánicos a manera de unidad y sincretismo aunque yo pensaría más bien que como forma de imposición a las creencias de los pueblos originarios que a fuerza de espadas se convirtieron a una fe que les hablaba de dioses completamente distintos a ellos y a los que solo podrían agradar por medio de la sumisión, el Sacrificio y la obediencia ciega.
No hace falta conocer todas las razones que han tenido para enfrentarse entre países o culturas para entender que la violencia es algo implícito en nuestra especie y que aun habiendo a través de los siglos y la educación obtenido conocimientos que antes no teníamos como la razón de las enfermedades y el supuesto derecho que tenemos todos los pobladores de este mundo de vivir en paz volvemos a rascar en nuestro lado irracional para ver cómo y por qué nos molestamos y confrontamos.
Qué pretextos tenemos ahora que ya sabemos que las cosas enfermedades se propagan por virus y bacterias, que en las guerras son los pobres quienes pierden siempre defendiendo intereses que jamás entenderán ni les serán expuestos con claridad antes de mandarlos como carne de cañón líderes que deciden el futuro de sus pueblos en la comodidad de sus cuarteles militares muy lejos del hambre y del dolor; que las religiones son creadas por el hombre a su total conveniencia y que las doctrinas de amor y compasión son casi en su mayoría utopías que no pasan de los sermones dominicales.
Así vivimos, entre el miedo al castigo, sabiendo lo que deberíamos hacer, eternamente confrontados queriendo ser más buenos y al mismo tiempo ganarle al de al lado en lo que sea, en todo lo que se pueda. La maravilla de la historia y el arte es que nos dan un reflejo de lo que hemos sido, bueno y malo y las dos exposiciones son de lo más recomendable.
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