La publicación de la encuesta de preferencias electorales del diario Reforma donde la candidata morenista y sus aliados, Claudia Sheinbaum, mantiene una amplia ventaja de dos dígitos frente la candidata opositora PRIANista, Xóchitl Gálvez, no sentó muy bien en la clase política tradicional, en el equipo de campaña de la exsenadora y en sus propagandistas más abyectos.
El mazazo de realidad que mostró cómo la candidatura de Gálvez es un barco a la deriva con amplias posibilidades de encallar, provocó la ira del ex secretario de comunicaciones calderonista, Javier Lozano y del publicista priista, Carlos Alazraki que no contuvieron su ira y calificaron el ejercicio demoscópico del periódico de derecha, como un acto escatológico.
Si bien, históricamente las encuestadoras no han sido un dechado de pureza e imparcialidad, a raíz del ridículo que hizo GEA ISA y Consulta Mitofsky en la elección de 2012, donde resultó triunfador Enrique Peña Nieto, con un margen menos holgado del que pronosticaron. Ahora las casas encuestadoras procuran tener mejores mediciones para evitar ser desnudadas ante resultados cada vez más difíciles de pronosticar, que las dejan sin credibilidad alguna.
Xóchitl Gálvez ha pagado caro su precoz lanzamiento hacia la presidencia, pues ni ella misma, hace más de un año, lo tenía contemplado. Como se sabe, ante la caballada sumamente flaca de los precandidatos opositores, la única figura visible que no estaba tan atada al pasado neoliberal con sello indeleble de corrupción, era la mujer de origen indígena, que en verdad buscaba ser una aspirante seria a la jefatura de gobierno capitalino.
En el currículo político de Gálvez solamente contaba con una elección ganada para un cargo ejecutivo que fue la alcaldía Miguel Hidalgo, misma que su partido Acción Nacional no pudo retener en la siguiente elección. La figura política dicharachera y hasta cierto punto ignorante de las realidades nacionales, su falta de recorrido del país y una verborrea incontrolable era suficiente para un cargo estatal. El aventarla al ruedo político de una candidatura presidencial fue un acto suicida políticamente, del que nadie con un poco de rigor periodístico podría llamarse sorprendido.
Gálvez fue impuesta por las elites políticas y económicas con la esperanza, de que por generación espontánea, se formara una figura emergente que revirtiera las difíciles condiciones que la oposición enfrenta. El bloque prianista debió aglutinarse por simple supervivencia política, pero aún enfrenta un desprestigio gigantesco por sus actos de corrupción, su desprecio por la verdadera sociedad civil, pero sobre todo, por el arraigado clasismo que concibe a las clases más desfavorecidas como ignorantes, que no entienden de la meritocracia de las elites gobernantes caídas en desgracia.
Si bien la elección es aun larga, y alguna desafortunada tragedia podría aun cambiar el escenario, es una posibilidad muy remota. El partido oficialista puede no ser muy popular entre clases medias más privilegiadas y entre sectores aspiracionistas que nunca se han identificado con esa convergencia de ideológicas diversas que llaman izquierda, pero nadie puede negar que el presidente AMLO sigue siendo su figura más fuerte y esa popularidad y aceptación parece poderse transmitir a su favorita, que podría ser la primera mujer presidente en la historia de México.
A diferencia de Xóchitl, que no puede controlar sus disparates en campaña, como amenazar con cerrar refinerías (algunas de ellas inexistentes) o referirse en su visita a Tijuana como una ciudad fea, la candidata morenista tiene un cuidado especial en sus discursos y entiende muchas de las propuestas de campaña que propone.
Los ataques contra Sheinbaum y contra el presidente se realizan desde el despecho, los señalamientos irreflexivos, así como el pago de granjas de bots que impulsan campañas de odio digital. Mismo que hasta ahora no han resultado como fueron planeados y contradictoriamente parecen haber fortalecido la figura del presidente, por añadidura a su candidata.
Es entendible que hasta el medio impreso que conjunta las críticas, las campañas negativas y a los actores empresariales que no comulgan con la denominada 4T, saliera a reconocer que la distancia entre las candidatas presidenciales es abismal, con pocas probabilidades de tener cambios significativos. Los denominados intelectuales orgánicos del neoliberalismo mexicano, las oligarquías mediáticas y la intromisión extranjera de su prensa no han podido abonar a la polarización útil en favor de la candidatura de Gálvez.
El fracaso estrepitoso de pretender contrarrestar las conferencias mañaneras ha sido evidente en medio de las campañas de lodo, que han intentado mostrar al régimen como un narco estado que negoció impunemente su apoyo a los grupos delincuenciales. Una realidad diferente es que la crisis de inseguridad del país, tiene puntos rojos donde en verdad los gobiernos locales están dominados por grupos delincuenciales, otra cosa incomparable es que en los bulos propagandistas, se reconozca que el primer protector de estas diversas agrupaciones criminales sea el titular del ejecutivo.
La autodestrucción de los medios tradicionales mexicanos, en aras de imponer una agenda golpista contra el régimen, ha traído el desgaste de las audiencias que van perdiendo interés en escuchar todo el día, verdades a medias, falacias y exageraciones disfrazadas de periodismo. En la era donde la verdad ya es irrelevante, el análisis, del debate y la crítica razonada se pierde en favor de agendas maniqueas que no abonan a la democracia y la verdadera libertad de expresión.
La clase política opositora no tiene ni el valor de reconocerse como la derecha, usa el camuflaje de libertaria, humanista, como sociedad civil pero nunca asume con los valores conservadores que muchos mexicanos comparten. El estancamiento de su candidata en las preferencias electorales es síntoma inequívoco de que un proyecto competitivo no nace de la simple inversión en publicidad y la propagación de noticias falsas compartidas en redes sociales de cartuchos quemados del pasado, que se niegan a ver su realidad.
Las elites políticas parecen haber sacrificado a su creación sin el menor de los escrúpulos, la figura populachera de Xóchitl naufraga en un proceso electoral para el que nunca estuvo preparada. Para colmo, hasta las diferencias entre coordinadores de partidos se dirimen a cabezazos en videos virilizados. Pero la arrogancia de los sectores más rancios del conservadurismo no admite la autocrítica y prefiere culpar de su imposible situación política al medio impreso de casa, que les demuestra que el iceberg se acerca nuevamente al Pritanic.
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