Nuestro país vive un síndrome bastante frecuente en nuestra sociedad. El de la jovencita perdidamente enamorada que se convierte en la esposa maltratada.
Se trata de la niña inexperta que se pierde en las bellas palabras y promesas del galán que le baja las estrellas y la llena de promesas comportándose como el hombre ideal: atento, responsable, respetuoso, pleno de cualidades, con quien tendrá la vida que ha soñado y que solo le presenta un futuro totalmente halagador, que no para de mentir para demostrarle durante el noviazgo la veracidad de sus promesas y la rectitud de sus intenciones, dejando embelesada a la niña que nada más tiene ojos y oídos para él y que desoye a quien se atreve a sacarla de su ensimismamiento.
Terminada la luna de miel, y en muchas ocasiones durante la misma, el monstruo adormecido despierta y clava garras y colmillos en su frágil presa previamente anestesiada e incapaz de reaccionar, víctima del previo condicionamiento, sus esperanzas basadas en “por el amor que me tiene va a cambiar, a superar sus problemas”; “mi cariño suplirá el que careció en su infancia”; “lo apoyaré para sacar a flote sus grandes cualidades”; “lo que le falta es reconocimiento y yo se lo daré”. Para terminar con el “mi marido ya no me quiere, tiene más de una semana que no me pega”.
Así nos pasa con el gobierno actual que experimentó con diversos lemas, hasta que encontró en la promoción de la honestidad la llave para ser aceptado por una mayoría que veía en la recuperación de los valores la auténtica y profunda solución a los problemas.
El líder de este movimiento creó la imagen del ser honesto, basado en publicidad de excelente manejo ya que hábilmente oculta el origen de la fortuna que a partir de un modesto puesto burocrático le permite adquirir desde un departamento a su regreso de provincia hasta financiar su carrera política con los gastos que implican plantones y marchas de protesta, bloqueo del Paseo de la Reforma, sesiones “informativas” con miles de acarreados, algunos voluntarios y muchos obligados con diferentes condiciones, como incluirlos en las listas de programas sociales con asignaciones de departamentos en unidades nuevas o mantener los privilegios de puestos en mercados públicos o a media calle, permanecer como paracaidistas en terrenos baldíos o casas abandonadas, continuar circulando como taxistas piratas, dejar de informar claramente el destino de los fondos etiquetados para la construcción de segundos pisos para vías de comunicación o construir accesos invadiendo terrenos que le hicieron merecedor del único desafuero de un jefe de gobierno en la historia y un buen rancho para su descanso al retiro. Estas acciones objetivamente distan mucho de corresponder a un gobernante eficiente y honesto como se publicita.
Es tan buen manipulador que aprovecha el legítimo desencanto de la población para posicionarse como la única alternativa de honestidad y buen gobierno.
Lo que no considera es que, en el imaginario colectivo, de la misma manera que la novia idealiza al pretendiente fantoche, la población idealiza al candidato llenándolo de cualidades de las que carece, consecuentemente en el promotor de la honestidad, sabiduría e inteligencia, voluntad y justicia, poder y bondad, forman parte del bagaje de falsas cualidades del candidato.
Cuando en la boda el macho encubierto jura ante el altar “amar hasta que la muerte los separe”, solo cumple con un ritual que le permitirá abusar en todos sentidos de la víctima inocente que le acompaña. Cuando el presidente electo jura “cumplir y hacer cumplir y hacer la Constitución y las leyes que de ella emanan” oculta las palabras que completan su verdadero sentimiento y que no tardará en poner en práctica que son “cuando esté de acuerdo a mis deseos, caso contrario, las modificaré a mi conveniencia”.
Durante la luna de miel gubernamental no tarda en retirarse la piel de oveja y mostrarse como el verdadero lobo que es para el pueblo de México, aun cuando exista una mayoría que esté dispuesta a continuar con los maltratos recibidos que considera prueba de su amor.
Su actuación evidencia que continúa siendo el resentido atacante de las “clases adineradas” a quienes culpa de todos los males; se solidariza y apoya a quienes bloquean vías de comunicación, es totalmente incapaz de utilizar la legítima fuerza del estado conferida por la Constitución confirmando la falsedad de su otrora lema de “Honestidad Valiente” demostrando que carece de ambas cualidades, cancela la construcción del aeropuerto de Texcoco alegando corrupción sin demostrar con pruebas fehacientes apoyándose en amañadas y parciales encuestas, evidencia que la corrupción no se reduce a dinero, tampoco vemos encarcelado a algún huachicolero y pregona el triunfo de este aspecto como el de una operación limpia sin considerar el cúmulo de muertos causados por este crimen; se arroga facultades de las que carece al tratar de cancelar decisiones que requieren modificación de la Constitución para llevarlas a cabo; menosprecia a quienes hemos conseguido títulos universitarios argumentando que para dirigir una nación lo único que se requiere es sentido común, sin darse cuenta de que se cumple en él el refrán que dice: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Podría alargar la lista al triple, más lo que pretendo transmitir es la reflexión de que debemos prepararnos para el final de la luna de miel que inevitablemente se dará cuando el crecimiento del PIB se convierta en negativo y el enamoramiento se revierta, lo cual está difícil de ser pronto ya que los amlovers compiten en intensidad con los pedroninfantelovers, lo que ya es decir, y al señor se le acaben los culpables a quienes achacarles los males del país.
Es el momento de empezar a preocuparnos por un nuevo rumbo.
Esto es para los que sabemos quien es el culpable y que nos invitará a su rancho al final de su mandato.
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