El Senado aprobó por unanimidad de 92 votos, reformas y adiciones la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes y del Código Civil Federal, con lo que queda prohibido el castigo corporal para reprender a menores. Lo que resulta increíble es que tenga que se tenga que reforzar una ley que proteja a los menores del abuso físico y psicológico por parte de sus padres.
Aproximadamente el 60% de la población infantil sufre en sus propios hogares, si se pueden llamar así, golpes, castigos físicos y humillaciones por parte de las personas que les dieron la vida y que son los responsables de salvaguardar su integridad. ¿Qué podemos esperar de una sociedad en la que son los propios padres los verdugos de sus hijos? ¿En qué momento entendimos que por ser sus proveedores tenemos derecho a ejercer la fuerza física sobre ellos?
Nada hay más injusto en el mundo que un niño violentado, nada más terrible y ningún acto puede ser más ruin que maltratar a quien no se puede defender, que someter con miedo y violencia a seres inocentes e indefensos que nos ven por naturaleza como sus únicas figuras de protección.
Todavía es común escuchar frases tan aberrantes como: “La letra con sangre entra” o “Una buena nalgada a tiempo”, “La está pidiendo a gritos”, “La ley de la chancla”. ¿Cuántas veces escuchamos a adultos decir que a ellos los educaron con el cinturón en la mano y ahora son gente de bien?
¡No! No es gente de bien quien agrede a un niño, quien abusa de su tamaño, fuerza y jerarquía para desahogar su propia rabia y frustración. El simple hecho de proponerlo como opción es una aberración. Los niños deben encontrar en sus padres seguridad y refugio, en su casa un lugar de protección y amor en donde pase lo que pase son aceptados y amados por el simple hecho de ser personas. Jamás se puede normalizar una formación a base de golpes.
Un niño maltratado será sin duda un adulto violento que repita los patrones que vivió en casa.
“La ley anti-chancla” le dicen y pareciera gracioso, pero es todo menos eso.
Millones de niños viven el infierno en sus propias casas, la calidad de los castigos puede ir desde un comentario humillante hasta golpizas realmente monstruosas. ¿Qué podemos esperar de una persona que llega a la edad adulta entre golpes e insultos?
Un niño es en su edad adulta lo que aprendió y recibió durante sus primeros años. Es absurdo esperar que una generación que creció a la sombra de los golpes e indultos sea en el resto de su vida alguien funcional, capaz de creer en sí mismo, de relacionarse de una manera sana con la demás gente y de procrear a su vez y formar una familia feliz: “El castigo hace que la autonomía de la conciencia sea imposible” (Jean Piaget).
En cuestiones de infancia segura hay muchos temas que discutir. Sin duda el más urgente es la educación, también la salud y los derechos de los niños, pero antes que todo eso, los niños deben de vivir seguros y libres de violencia, todo lo demás se suma por añadidura. Hay en cada comunidad teléfonos e instituciones en donde denunciar los casos de violencia a menores, tanto en las casas como en las escuelas.
Que no nos tiemble la mano para levantar el teléfono y denunciar a quien sea tan cobarde que crea que por haberlo traído a este mundo sea capaz de levantarle la mano a un niño o aplicarle un castigo inhumano. Es tarea de todos proteger a la infancia de nuestro país y del mundo, empezando cada quién en nuestras propias casas.
La vida es muy difícil, nadie lo cuestiona, pero los niños no tienen la culpa. Los niños son siempre un reflejo de lo que viven en su casa, analizamos mejor nuestro propio comportamiento y acudamos siempre al diálogo y la razón. Si se tienen dudas sobre la educación hay muchas opciones disponibles, terapias familiares, psicólogos y especialistas que nos puedan orientar. “Si queremos un mundo en paz, eduquemos para la paz.” (Maria Montessori). Y no es un tema de moralidad y valores, es un tema de derechos y garantías a los que la niñez tiene el mismo derecho que cualquier ciudadano.
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