Siempre he considerado al psicoanálisis y también a la inmensa mayoría de las teorías de Sigmund Freud como una pseudociencia, algo que en unas décadas se verá parecido a lo que hoy hacemos con el uso de los médicos de apenas hace cosa de dos siglos de las sanguijuelas para equilibrar “los humores” del cuerpo. Así es, la medicina occidental hasta hace no mucho tiempo era una práctica bestial, que no abonaba a nada que no fuera el empeoramiento de la salud de los enfermos y un mucho mayor sufrimiento totalmente estéril. Reducir todo al ámbito sexual, lo cual parece sugerir Freud en buena parte de su obra, es pues un total despropósito, una charlatanería y una tomadura de pelo a la ciencia y a la humanidad, dado en parte a la inmensa complejidad de un órgano como el cerebro, el cual aún es en buena medida un misterio sin develar.
Pero hay una parte relacionada a dos personajes de la política mexicana que pudieran acercarse en un punto a una de las hipótesis freudianas, que es aquello de “el matar al padre”, que supone (para mi parecer de manera errática y generalizada de manera simplista) el que todo hijo lo que busca de forma no consciente es “matar a su padre” (en sentido figurado), pero que bien pudiera tener sus excepciones en donde esto sí aplique, ya sea por casualidad o porque en parte Freud no estuvo equivocado, y son pues, los casos de Don Luis Calderón Vega y Andrés Manuel López Obrador, con sus respectivos hijos, Felipe Calderón Hinojosa y José Ramón López Beltrán: Calderón Vega un hombre idealista en extremo, rayando en lo ingenuo, alejado del poder terrenal y sus tentaciones y de las riquezas materiales, candidato perdedor eterno y (sin proponérselo) un “tonto útil” al viejo sistema del PRI partido de Estado. Su hijo, Calderón Hinojosa, bien sea consciente o inconscientemente, obró en su carrera política justo con un estilo por completo opuesto al de su padre; ahondar en detalles sería un ejercicio de total pérdida de tiempo.
Otro caso, el de Andrés Manuel López Obrador y su hijo del mismo nombre, pero de segundo apellido Beltrán, el cual (y ojalá me equivoque) es un auténtico peligro, ojalá sólo para el movimiento social, convertido en partido político fundado por su padre sino para el país en su conjunto. El estilo de Andy nada tiene que ver con el de su progenitor, aquel se atenía a su principio que resumía en una frase: “tan idealistas cómo sea posible; tan pragmáticos como sea necesario”, excediéndose en ocasiones en lo idealista, que por presentarse como purista, perdió las elecciones del 2006, al rechazar apoyos con lujo de soberbia como el de la maestra Gordillo o el de el del “Doctor Simi” o luego de Patricia Mercado, por ejemplo. Si bien lo entendió y procesó bien, y para 2018 no cometió (ni de lejos) ese tipo de errores, siempre tuvo un piso de pudor, un estilo que guste a algunos o no, lo convirtió en un personaje que muy posiblemente pase a formar parte de la Historia de bronce de este país; ahora bien, su hijo Andy es todo lo opuesto, se maneja en la lógica (la malentendida) del florentino Nicolas Maquiavelo, el “el fin justifica los medios”, y se le ve con rasgos (insisto) contrarios en extremo a los de su señor padre:
- Es conducido en camionetas de superlujo blindadas, con chóferes y escoltas.
- Completamente alejado de la gente de a pie.
- Demasiado cercano a los poderosos.
- Afiliando al partido a gente que fue, hasta hace poco, enemiga frontal y abierta a su papá.
- Cero filtros al momento de allegarse de personajes de todo tipo, foto incluida, así se trate de individuos de lo más impresentable y de origen, en ocasiones, oscuro de su capital político y/o económico.
- Cayendo y alimentando aún más lógica del poder en México luego de nuestra fallida transición democrática, donde los cargos públicos SE COMPRAN, y donde esa inversión se paga bien, para multiplicarla, como por ejemplo el reciente nombramiento del señor Ruvalcaba al frente del STCM en CDMX (el metro, la tercera empresa paraestatal más grande de este país).
- Su total carencia de elocuencia y capacidad de comunicación, desprovisto por ejemplo de lo que AMLO llamaba “las benditas redes sociales”, e insisto, busca solamente la aceptación de las élites, sean estas del ámbito que sean, ¡qué más da!
En resumen, un junior de la política, pero con la creencia errónea de que se merece todo, por el sólo hecho de haber nacido con su apellido.
El asunto con el caso AMLO / Andy es que en este país la gente no gusta (salvo en el sureste, por razón de usos y costumbres) de las dinastías políticas, y dos casos hay: el del general Cárdenas y Cuauhtémoc su hijo, que si pareció funcionar en 1988, pero que después, en las dos elecciones siguientes el ingeniero no pasó de su 17% en preferencias electorales y el de Miguel Alemán Valdés y su hijo, del mismo nombre y de segundo apellido Velasco, dónde este era para muchos un presidenciable seguro y con una sólida trayectoria política en su estado, Veracruz, pero que no estuvo ni cerca de ese anhelo.
O sea que si Andy piensa que con el apellido se va a ahorrar todos los sacrificios (innegables) que su padre llevó a cabo durante tantos años para, por fin, llegar a la presidencia, no puede estar más equivocado, y más temprano que tarde, la pesada loza de la realidad le va a caer encima. Aquí la cuestión es referente a la presidenta Sheinbaum, o no actúa (luciendo cada día más débil) en consecuencia porque no quiere o no puede (muchísimo más grave aún, pero creo que casi imposible) o sólo lo deja hacer, sabiendo que con ese estilo sólo lo espera el despeñadero político.

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