La semana pasada estuvo llena de hechos noticiosos a lo largo y ancho del país que nos deberían sonrojar de vergüenza, por decir lo menos. Ya pasaron más de dos años desde que comenzó la pandemia de Covid-19, tiempo que la humanidad (supuestamente) aprovechó para reflexionar acerca de qué cosas podemos hacer mejor para ayudarnos unos a otros; sin embargo, ya quedó claro que ese tiempo que debimos aprovechar para hacer una introspección nos la pasamos mirando el ombligo, como dirían por ahí. Porque, aunque siempre las ha habido, parece que las ratas andan más sueltas que cuando la peste azotó a Europa en la Edad Media. Además, esta nueva especie de rata se enorgullece más de sus acciones deshonestas. Estamos ante el surgimiento de una especie conocida como rattus cynicus.
¿Por qué lo digo, estimado lector? Porque la semana pasada llegó a las noticias un hecho que, si bien en el gran esquema de las cosas (con la inflación rampante y la crisis de seguridad en el país) puede resultar superficial, en realidad nos deja en claro de cuál pie cojeamos. De seguro usted leyó acerca de una usuaria de Twitter que revendió 108 boletos para el festival musical Corona Capital que se celebrará en noviembre próximo (para el cual, por cierto, ya se agotaron las entradas los canales oficiales). Ante la clara molestia de los usuarios de la red social del pajarito, se armó un buen relajo. Tanto así que incluso Ticketmaster tuvo que salir a deslindarse de la usuaria y declarar que ellos no le hacen a eso de la reventa.
Sin embargo, la revendedora hasta se enorgulleció de sus acciones (negando todo por supuesto) y declaró tener la “conciencia súper tranquila”. Claro, una «conciencia súper tranquila» como la que uno se gana al revender un boleto que costaba originalmente 2700 pesos en 3690. Esos casi mil pesitos por boleto no le vienen mal a nadie, especialmente en estas crisis, ¿verdad? Ahora, si multiplicamos esos 990 pesos por 108 boletos…¡santos boletos, Batman! Hablamos de que la revendedora casi casi se ganó un sueldo presidencial, de un jalón ¿eh?
¡Alguien, por favor, hable con la mamá o la abuelita de la influencer, porque parece que no le leyó la Cartilla Moral! (Aunque eso de «tengo la conciencia súper tranquila» me hace pensar que la revendedora ha pasado mucho tiempo escuchando las mañaneras palaciegas. ¿Será?).
Hablando en serio, y aunque parezca un hecho nimio e inconsecuente, en realidad habla mucho de lo que ocurre en nuestro país. Dejemos de lado, por un momento, que las personas que recurren a la reventa sólo la fomentan. Lo preocupante es el cinismo que algunas personas muestran al hacer cosas claramente deshonestas. Más aún, parece motivo de orgullo: recuerda, mijito, el que no transa no avanza parece seguir siendo la divisa de muchos mexicanos. Recuerdo cuando el hecho de que te cacharan con las manos en la masa en algo chueco era motivo para avergonzarse. Ahora, en esta era del cinismo, parece que las transas son motivo de orgullo y producen «conciencias súper tranquilas». No quiero sonar como un dinosaurio, pero ¡cómo han cambiado los tiempos, caray!
Este hecho, deshonesto en su origen y en su finalidad, no está muy alejado de lo que siempre nos quejamos de la clase política, ¿o no? Por eso tenemos verdaderos pillos en la clase política mexicana: si la sociedad es corrupta, no esperemos que nuestros gobernantes sean un faro de honestidad. Ya bastante malo es cuando alguien se enorgullece por hacer algo deshonesto; pero peor aún es cuando nos quedamos impasibles o celebramos dichas transas, en lugar de señalar estas acciones como los hechos reprobables que son y, al menos, cubrirlos con el manto de la vergüenza.
Si esta es la clase de sociedad en la que nos queremos convertir (lo cual lo dudo mucho, aunque las pruebas parecen demostrar lo contrario), luego que no nos sorprenda que le encargamos la educación de nuestros niños a delincuentes y luego hasta los vayamos haciendo gobernadores, ¿OK?
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