Asumir la incertidumbre

La incertidumbre es una condición ineludible de nuestro futuro inmediato. Si bien la fluidez y maleabilidad de nuestro tiempo puede ser una fuente inagotable de desastre, también lo es de posibilidades inéditas para el desarrollo de la...

23 de agosto, 2024 Asumir la incertidumbre

Al día de hoy no sabemos a ciencia cierta lo que habrá de ocurrir con el planeta, con el gobierno, con las relaciones personales, con nuestra salud, con el clima –tanto el ambiental como el político–. No está claro si dentro de un lustro seguiremos teniendo trabajo o si el que tenemos continuará existiendo o lo realizará una máquina. Tampoco tenemos idea acerca de qué tanto cambiará nuestra cotidianidad por causa de la tecnología. No existe certeza de si nuestros vínculos de pareja o de amistad persistirán en el tiempo. Y no hablamos de años, sino quizá de meses, semanas e incluso días. Los escenarios, en apariencia estables, se derrumban y reconstruyen irreconocibles en cuestión de horas. Para Shoshana Zuboff, “la incertidumbre es el medio en el que la voluntad humana se expresa en forma de promesas”1. Yo complementaría que, de forma análoga, se expresa también como una amenaza acechante.

No basta con plantearse una recuperación de «valores tradicionales», no basta con un cientificismo riguroso que pretenda controlar todas las variables, no es suficiente con la buena intención, con la ilusión de un mundo de recursos infinitos o con entregase irreflexivamente a las corrientes de cambio y ver a dónde nos llevan. Se trata de encarar el futuro de manera diferente, de influir en él, de participar de su diseño, de formar parte de las corrientes humanas que moldean la realidad en la que habremos que vivir de forma inexorable.

“Sentimos incertidumbre –afirmó Zygmunt Bauman– cuando no conocemos a ciencia cierta los factores que condicionan nuestra situación y, por lo tanto, no sabemos cuáles son los factores que es preciso implementar y poner en marcha para que esa situación se vuelva más agradable… o los factores necesarios para evitar que empeore”2.

[Bauman, Zygmunt, Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global, Primera Edición – Primera Reimpresión, México, FCE, 2015, Págs. 233/P. 130]

Por su parte Berger y Luchman aseguran que “ninguna interpretación, ninguna gama de posibles acciones puede ya ser aceptada como única, verdadera de incuestionablemente adecuada”3.  

La incertidumbre es una condición ineludible de nuestro futuro inmediato. Si bien la fluidez y maleabilidad de nuestro tiempo puede ser una fuente inagotable de desastre, también lo es de posibilidades inéditas para el desarrollo de la civilización humana. El mito del progreso perpetuo, necesario y previsible que prometía la modernidad se ha derrumbado, pero tampoco tenemos por qué convertirnos en los músicos del Titanic, que tocan las piezas de siempre mientras el barco se hunde.

Ante este nuevo escenario, prepararnos para vivir en la incertidumbre es el entrenamiento más importante para afrontar el siglo XXI, pero sin renunciar a quienes hemos sido y a quienes somos como humanidad. Quizá la primera enseñanza de la incertidumbre consista en la necesidad de entenderla de un modo distinto. Se trata de un concepto que suele asociarse con inseguridad, desconcierto, indefinición, cambio, confusión, vulnerabilidad, pero sobre todo con la idea de desconocimiento, de no saber, cuando en el fondo se trata de lo contrario.

En lo que en realidad consiste la incertidumbre es en la aceptación existencial de que el ser humano está imposibilitado para controlarlo y saberlo todo. Nos rodeamos de bienes y de compromisos, hacemos planes y proyectos, nos sumergimos en relaciones poco saludables, saturamos nuestras agendas de tareas y quehaceres creyendo que de ese modo tendremos control sobre el tiempo, sobre los demás, sobre las circunstancias y sobre nuestra propia vida. Sin embargo esa certeza no es otra cosa que una ilusión. Pero una ilusión que hemos alimentado desde siempre.

Jamás ha existido la «certidumbre» de nada. Emergimos en un planeta donde cualquier cosa puede suceder –y sucede–, donde los ecosistemas se transforman de manera violenta, las especies se extinguen y la vida se abre camino sin que parezca importarle las reglas de la estadística y la probabilidad. La incertidumbre no es una anomalía sino una condición existencial inevitable y si asumimos nuestro papel de humanidad adulta y la aceptamos como es, vivir en lo incierto puede convertirse en una manera novedosa y creativa de contactar con la esencia más profunda de la realidad. Desde esta perspectiva, vivir en la incertidumbre no es un problema en sí mismo sino un nuevo saber, un conocimiento más profundo del mundo que nos rodea.

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