Con la aprobación constitucional de la reforma al poder judicial el pasado 11 de septiembre, se cierra la etapa de la pluralidad partidista, para dar paso a la figura del partido hegemónico morenista. La atomización de la oposición, por sus errores históricos e intrascendencia política en el sexenio del presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se completó con la ruptura del bloque cuyo único mérito había sido la parálisis legislativa sin sentido.
El PRIAN, junto con Movimiento Ciudadano, han pasado a la inoperancia legislativa que les condena a tiempos más oscuros en su visión miope en la búsqueda del poder político. La ciudadanía decidió en las urnas, dejar en la orfandad al PRD y minimizar a la oposición a sus peores números en el juego democrático moderno. La soberbia y la falta de visión política, sin mencionar la autocrítica, hicieron que la oposición junto con la cúpula del poder judicial, liderado por la golpista presidenta de la corte, Norma Lucia Piña Hernández, se durmieran en sus laureles, mientras se gestaba una la mayoría calificada desde la campaña.
En una situación nunca antes vista en la incipiente democracia mexicana, la oposición, grupos afines a la ministra Piña, familiares directos de los liderazgos partidistas, jueces y trabajadores del poder judicial perfectamente identificables, asaltaron el edificio del senado con la intención explícita de no permitir el trabajo legislativo de otro poder autónomo.
Independientemente de la real independencia del trabajo de los diputados y senadores emanados de las siglas morenistas y sus aliados, la consumación de la reforma constitucional se logró en estricto apego a derecho.
Si el oficialismo logró doblar a la gansteril familia Yunes y si nunca quedó claro los motivos de la ausencia del senador emecista Daniel Barreda en la votación final, son temas diferentes al intento golpista de los intereses fácticos que no aceptan los resultados electorales que otorgaron la legitimidad política y en reparto de espacios plurinominales a la mayoría morenista.
En una suerte de tragicomedia, la ministra Piña dio a conocer una reforma al poder judicial al cuarto para las doce, cuando la aprobación de la iniciativa presidencial estaba por materializarse. Los tiempos políticos de la oposición y en especial de Piña Hernández son de manual de fracaso asegurado.
La oposición al no tener poder suficiente para incidir en la vida política, solo siguió los pasos dictados por el magnate e ideólogo del PRIAN, Claudio X González, que indicó no aprobar ninguna ley emanada de las bancadas legislativas morenistas. Cuando alguna reforma era lograda por mayoría simple, el segundo y último obstáculo era la discusión en la suprema corte de justicia, dominada por los ministros afines a la ministra Piña. El proceder de garante de la constitución fue la excusa perfecta para que la ministra se permitiera actuar políticamente contra el presidente AMLO.
En su desempeño faccioso y soberbio, la ministra se reunió clandestinamente con el impresentable Alejandro Moreno, en la casa del ministro González Alcántara Carrancá, donde se trató de limar asperezas con los magistrados del tribunal electoral, luego de la destitución de Reyes Mondragón como presidente del TEPJF. La reunión, confirmada por varios asistentes, ya marcaba una ruta de franca decadencia política del ya muy devaluado poder judicial. No obstante este poder siempre fue defendido por la comentocracia y los intelectuales afines a la oposición.
Ante la deshonestidad intelectual del poder mediático, la patética campaña presidencial de Xóchitl Galvez y la usufructuada sociedad civil, no les permitió entender que el proyecto gatopardista que encabezaban, estaba destinado al fracaso. Como es costumbre autodestructiva, la oposición nunca entendió ni logró medir el descontento ciudadano con el podrido, elitista, nepotista y corrupto poder judicial. Luego de la elección, con la aritmética simple y la aplicación de la ley, la mayoría calificada en el senado, era casi una realidad para Morena que se dedicó a operar políticamente para obtener los votos necesarios.
Ante el pánico y la nula planificación opositora de una reforma alterna, a lo largo del sexenio, las estructuras burocráticas del poder judicial salieron a manifestarse sin la simpatía de la ciudadanía, a la que siempre han despreciado. De poco sirvió las imágenes de la ministra Piña marchando a lado de sus subalternos, pues el régimen no volvió a cometer los tropezones del pasado, donde no lograron romper el bloque legislativo opositor, así como evitar caer en errores de procedimiento legislativo por sus acciones precipitadas.
La oposición “chamaqueada” e incrédula fue testigo de cómo la “mayoritearon” provocando lágrimas fachas y avinagradas caras inmortalizadas en gráficas dignas de premios en fotoperiodismo. Sus cuadros golpistas son un mal augurio de futuras generaciones que ante la adversidad responden con violencia política.
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