Todas las decisiones que tomamos en la vida las tomamos pensando en que son buenas para nosotros, que nos provocan placer o beneficio. Nadie en su sano juicio decide mal a propósito. ¿O si? Bueno, hay que aceptar que algunas veces nuestra cabeza piensa: ¡qué tanto es tantito! Y efectivamente decidimos mal con ese pretexto. Lo mejor en esos casos es reconocer que nos equivocamos, aprender y seguir adelante.
Muchas disciplinas han estudiado cómo y porqué decidimos las cosas que decidimos. Es un lugar común para la psicología, la mercadotecnia y también para la economía.
Desde el punto de vista económico, los economistas usan modelos para entender comportamientos individuales y así extrapolarlos a comportamientos colectivos para hallar patrones de cómo suceden las decisiones económicas.
En el siglo XIX, con un primer modelo de decisión económica individual, se pensaba que las personas tomaban decisiones racionales, informadas, buscando siempre de un beneficio personal y deseando riqueza. A este modelo se le llamó homo economicus.
¿Cómo decidimos según este modelo de pensamiento?
En este tipo de modelo se supone que cuando vamos a tomar una decisión económica, por ejemplo, comprar unos zapatos, tenemos TODA la información en nuestras manos. Ya estudiamos los distintos pares que son similares a éste, conocemos todas las ventajas y desventajas de comprarlos, sabemos que tenemos el mejor precio porque ya recorrimos miles de tiendas, además le regateamos al señor que los vende y conseguimos un descuento, y hasta hemos calculado exactamente por cuanto tiempo serán útiles en nuestra vida. Con ello sabremos la riqueza que nos otorga esta compra.
Pero… obvio que no compramos así, ¿o si? La verdad es que básicamente compramos los zapatos, y otras miles de cosas, por otras razones muy distintas. No usamos estos “cálculos” racionales para comprar.
Para empezar, nunca ha sido real que se pueda tener TODA la información, es imposible. Actualmente hay muchísima información, estamos sepultados en información. Mucha información útil y montañas de información inútil. Por lo tanto, decidir por unos zapatos nos llevaría meses de investigación y aun así podría ser una mala decisión.
Pongo la reflexión en zapatos, pero podemos trasladarlo a bonos, acciones, EFTs y esas cosas que se venden en las bolsas de valores del mundo. Los inversionistas piensan que tienen toda la información y la realidad es que eso es imposible. Muchas de las decisiones en materia de valores son bastante irracionales, ahí tienen las burbujas y las subsecuentes crisis económicas.
Si tomáramos decisiones súper racionales, siendo bien homo economicus nos encontraríamos con que también tendríamos que considerar el costo de oportunidad.
El costo de oportunidad es lo que nos cuesta o lo que perdemos al decidirnos comprar una cosa en lugar de otra. En nuestro ejemplo de los zapatos, si decidimos por los zapatos de tacón con suela roja, los costos de oportunidad son casi infinitos: los de suela normal, lo de tacón bajito, los de otros colores, los dos pares de huaraches que me cuestan igual que un solo par de zapatos de tacón con suela roja. Todo eso estamos perdiendo al elegir los tacones de suela roja.
Hay que valorar si esa decisión económica vale la pena o podríamos encontrar una opción mejor. Y entonces sería el cuento de nunca acabar.
No las pasaríamos analizando opciones.
No quiero ser injusta con el pobre homo economicus, ha sido un gran tipo y junto con otros modelos económicos han sido maravillosos para tratar de entender cómo se toman decisiones económicas.
Algo muy gracioso es que en el campo de la economía dos personas pueden obtener un premio Nobel por decir uno exactamente lo contrario del otro. Así pasó que, en el 2002, un psicólogo fue galardonado con el premio Nobel de economía por una investigación muy extensa sobre las decisiones, explicando que éstas suelen no ser racionales. Daniel Kahneman realizó investigaciones a lo largo de su carrera y concluyó que las personas tenemos dos sistemas de pensamiento. Los llamó: sistema 1 y sistema 2. Para él estos dos sistemas son los que hacen que tomemos buenas y malas decisiones. El sistema 1 es rápido, casi automático. Podríamos decir que intuitivo, mientras que el sistema 2, usa actividades mentales más esforzadas como cálculos o concentración.
Así también decidimos, rápido o lento. Hay decisiones muy acertadas que se hacen basadas en el sistema 1. Con intuición. Cuando algo no nos “late” o cuando vemos la cara enojada de alguien sabemos inmediatamente cómo comportarnos y qué decidir. Otras decisiones requieren un poquito más de tiempo para considerar opciones y deberán ser un poco más lentas. Usando el sistema 2 de Kahneman. El problema es que cuando hablamos de dinero también juegan un montón de emociones, ideas preconcebidas y falta de conocimiento financiero por lo que solemos tomar decisiones bastante malitas. Muchas veces nuestras decisiones de compra usan el sistema 1. Nos encanta algo y ya lo compramos. ¿Les pasa?
Ahora quiero entrar en el punto que nos importa a nosotros los simples mortales. ¿Cómo puedo yo tomar buenas decisiones económicas?
Necesitamos un poquito del homo economicus. Pensar lento, como sugiere Kahneman. No necesitamos tener todos los pelos de la burra en la mano, pero si es importante, al menos, tomar cierta distancia antes de tomar decisiones económicas.
Tomamos decisiones económicas todos los días y casi a todas horas. Decidimos en muchos rubros de nuestra vida.
Nos levantamos y podemos decidir bañarnos rápido o hacer todo un spa. Esa decisión económica implica el tiempo de consumo de agua y gas con su consiguiente pago, y mil otros gastitos incluido hasta cuál shampoo usamos.
Para todas esas decisiones “rápidas”, nos conviene hacer una sola reflexión sobre cómo vivimos esos procesos y decidir si gastamos mucho o poco, si cortamos gastos porque nos da igual que pasta de dientes usamos o si preferimos una marca específica.
Luego nos vamos al trabajo y ahí decidimos si pasamos por nuestro café a cierta cafetería o nos los llevamos de casa. Si nos los llevamos de casa necesitamos comprar un termo. ¿Cuál compramos? El caro pero que mantiene el café caliente por 5 horas o el barato y que solo lo mantiene caliente media hora.
Y así podemos analizar un solo día de nuestra vida y darnos cuenta de las miles de decisiones económicas que tomamos y cómo todo suma. Al final del día podemos estar gastando más de lo que pensamos, podemos estar regalando nuestro dinero, podemos estar perdiendo dinero por mencionar algunos cambios en nuestra cartera.
Una buena reflexión para mejorar nuestro nivel de decisión es preguntarnos: ¿lo quiero o lo necesito?
Un segundo punto es comparar precios cuando se trata de comprar, cuando se trata de invertir o de ahorrar. ¿Dónde me cuesta menos por la misma calidad? ¿Dónde me pagan más por poner mi dinero?
Por último, siempre pensar que ahora tenemos fuerza para seguir generando recursos, pero un día nos sentiremos cansados y querremos viajar por el mundo. Entonces, ¿de qué vamos a vivir, con qué recursos vamos a viajar? Y la respuesta es: del dinero que hayamos puesto a trabajar hoy. Esta es una de las decisiones económicas más importantes que tenemos que tomar para vivir mejor.
¡Cuéntenme sobre sus aprendizajes y dudas que tengan de temas económicos o de finanzas personales! Estando atentos a los cambios de nuestra economía podemos tomar mejores decisiones con respecto a nuestro dinero. No se pierdan de aprender un poquito más cada 15 días en Ruiz Healy Times.
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