Un ejercicio aparentemente sencillo para quien utiliza su imaginación de manera constante, relativamente fácil para quien ejercita la creatividad, un trabajo muy simple para quien tiene el talento de ver lo que no está y una especie de divertida tortura para quien tiene un cerebro disfuncional, como el mío.
Ya no veo bien de lejos, y de cerca ya no me es posible leer si no tengo los anteojos puestos. De lejos, veo a la gente y a las cosas, más no distingo rostros con exactitud. A las lejanías que no distingo de inmediato, mi cerebro les dibuja cosas raras, por ejemplo, si es un hombre canoso bien peinado, veo su cabeza cubierta con un gorro como el que usan los carniceros en el supermercado; si una persona viene acercándose y veo que enseña los dientes, imagino que es una expresión de dolor en los pies porque le aprietan los zapatos, y cuando se acerca me doy cuenta que se va riendo con alguien que escucha en su bluetooth.
Muchas veces, las ramas de los arboles son personas que bailan y se abrazan al ritmo de una música que yo les silbo. Otras veces, los montículos de basura, son personas sentadas esperando que pase un tren, tienen su maleta a un lado y de vez en cuando son acompañados por un niño despeinado.
Ahora culpo a la vista, en realidad siempre ha sido así. Especialmente los domingos muy temprano, abro lo ojos y veo la pared blanca, la miro fijamente y empiezo a ver un desfile de figuras que se van transformando de una cara barbada a una imagen completa de un monstruo que sonríe; gnomos que van de la mano hacia la ventana y desaparecen. Hay rostros que se dibujan despacito, primero son serios, luego empiezan a sonreír bonito, arrugan los ojos y después se convierte en la grotesca imagen de un ser amenazante, a esos les digo que se vayan y obedecen.
Las imágenes que ya son, mi cerebro las destruye, las descompone y les cambia por completo la intención.
Lo que ven mis ojos, en mi cerebro deja de ser hasta que pierde sentido y le inventa uno nuevo, cuando eso pasa, que pasa siempre, me detengo a escribirlo. ¡Ojalá supiera dibujar! Porque lo que queda escrito no se parece a lo que vi, aunque las letras intenten proyectar eso que mi cerebro inventa.
La ropa de la gente en la calle, nunca es como ellos la usan. Les he puesto gorras, capas, bufandas y lentes, si llevan lentes, se los quito. A las señoras de cabello largo, les he visto una crin de caballo, a las que llevan el cabello en una coleta, les he visto una cuerda que les detiene el caminar y luego las imagino enredadas en el tronco de un árbol.
A los niños, siempre les veo figuras en sus rostros y si veo de reojo a las personas, aparecen otras personas a un lado de ellos, unas que no están y que a veces son muy feas, como animales feroces. A la gente que camina como si brincara, la veo acompañada de aves que se ríen del chiste que les cuento y me rio también. Y a mucha gente la he visto atrapada en lazos de colores, por eso caminan despacito.
Los alumnos de mi clase, que han sido una maravillosa sorpresa en este ciclo escolar, han pasado ya por este ejercicio de escribir las imágenes. Muy pocos no atinan a extenderse más allá de la descripción de lo que ven, sin embargo, la mayoría de los cuatro grupos de secundaria, me han dejado impresionada con la creatividad y la grandiosa imaginación que están despertando.
A cada grupo, le di una imagen. Fotografías, pinturas, viñetas y entre el paquete de imágenes, iban dos en blanco, reparto y las dejo boca abajo en cada mesa junto a una hoja blanca, sin renglones. La instrucción es: No lápiz, solo pluma, a la cuenta de tres, voltean la imagen. Observen, escuchen, huelan, sientan, vivan en ese lugar y escriban. Tres prohibiciones en todas mis clases: No usar corrector, no escribir la palabra “pero” y no hacer renglones en la hoja.
Tengo, para esta vez, 30 tarjetas, 28 imágenes diferentes y dos en blanco. Los alumnos de los cuatro grupos de secundaria, 1ro A y B, 2do y 3ro; quiere decir, que hay cuatro historias de cada imagen. Es muy interesante leer lo que imagina un niño de primero o lo que imagina uno de segundo o tercero o del otro primero sobre la misma imagen. Hay una imagen a la que los cuatro alumnos le inventaron la misma historia y las tarjetas en blanco son los cuentos más vastos.
Terminado el ejercicio, todos coinciden en lo mismo: “Dejamos de imaginar cuando nos obligaron a no preguntar”. Los cuentos en los que ellos viven, dentro de una imagen, son el despertar de esa imaginación dormida y como conmigo las tareas nunca terminan, pasan su tiempo imaginando lo que no hay, y escriben el mundo que van inventando. Quiero que mis alumnos sean seres raros, locos, creativos, divertidos.
Me parece que así es la gente rara que vemos en las calles, la que parece perdida en otro mundo cuando lo que hace, es convertirnos en monstruos, por eso gritan. Nos transforman en payasos con peluca y zapatotes, por eso se ríen. Nos ven como animales salvajes, por eso salen huyendo o nos ven como grandes artistas en un teatro y por eso se sientan atentos y aplauden porque, solo los locos raros se atreven a ver lo que no está y que a muchos nos falta descubrir.
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