Por eso estoy aquí

El discurso en general iba bien, aderezado con datos históricos que seguramente el presidente Trump no conocía. El cierre no hacía falta, sonó a una...

10 de julio, 2020

El discurso en general iba bien, aderezado con datos históricos que seguramente el presidente Trump no conocía. El cierre no hacía falta, sonó a una invitación para que los conciudadanos voten por Trump, mismo que horas después se utilizó como propaganda de campaña en favor del presidente para su reelección.

“Por eso estoy aquí, para expresar al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto. Nos ha tratado como lo que somos: un país y un pueblo digno, libre, democrático y soberano”: AMLO.

Una cosa es la diplomacia y otra muy diferente es la degradación.

No se trata de que se tengan  que pelear, insultar o agarrarse a cachetadas y tampoco de poner las viejas –o  nuevas– rencillas  sobre la mesa. Las cachetadas se las dieron simbólicamente con los regalos que se entregaron el uno al otro: bates de béisbol, además del avión que “adornó” la mesa de centro en el despacho oval durante la reunión.

Que por el riesgo de contagio, dicen, no se podían dar la mano al saludarse. Sin estrechar las manos, con los gestos y la bienvenida tan indiferente en la puerta de la Casa Blanca, se entiende que cumplieron con un deber entre dos personas, no necesariamente entre dos países, y si uno de los temas a tratar era el T-MEC, faltaba el tercero involucrado, a esto, entre “amigos”, se llama deslealtad.

La austeridad del gobierno mexicano durante el viaje fue congruente con los discursos domésticos de López. La incongruencia está en la pobreza que impera, la falta de empleo, el constante entre el México real y los empresarios millonarios que asistieron a Washington. Los dos extremos del país con el solitario “austero” en medio.

Otros gobiernos habían dividido a la población y así tomó López al país: dividido. La división entre ámbitos, entornos y hasta entre amigos y familiares está siendo casi peligrosa. Un discurso bien escrito, leído y traducido, desafortunadamente no asegura nada más que mantener la desunión. Lo hemos visto antes, muchas veces, de muchas formas.

Llevar a la práctica y mantener las buenas relaciones entre pueblos y sus habitantes no radica en una visita oficial en la que la indiferencia –no el pleito– fue protagonista. Es indiferencia cuando se lanzan halagos y agradecimientos sobre algo inexistente, una relación de “amigos” y usar la palabra amistad en un encuentro de pocas horas, no borra lo dicho por uno u otro porque en la política, no hay perdón ni olvido.

Unas horas de visita como “primer viaje al extranjero” no cambia la situación real que vive México. Si se trata de esperar a que haga efecto la medicina de López, podemos seguir esperando. Seguir y volver a creer como hemos hecho una y otra vez, no por fe ciega, sino por la necesidad que tenemos de unidad como mexicanos y las ganas que tenemos de dejar de pelear como gallos con las navajas que nos han amarrado desde hace mucho tiempo.

Los empresarios que asistieron fueron la importancia real en esa visita. Tuvieron entre ellos una reunión relajada en la que seguramente planearon algo que sí va a suceder para bien de no muchos, y si no sucede, no les afecta porque se gobiernan a sí mismos y, de paso, nos gobiernan a nosotros. En última instancia, usarán esa reunión como parte de sus currículos.

Ni perdón ni olvido, simplemente, indiferencia.

A final de cuentas, siempre ha sido responsabilidad de cada ciudadano llevar su vida en paz, buscar el sustento económico y la unidad familiar y social con recursos emocionales propios, cosas que no dependen de los gobiernos ni de las visitas oficiales ni de los discursos preparados con finales decepcionantes.

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