No lo sabía. Un rápido y corto artículo pasó mientras leía y buscaba datos de otra cosa muy diferente y entonces, lo supe, me enteré. Me senté a pensarlo en una banca del parque. ¡Qué triste! –le dije al árbol.
¡Qué suerte!–, respondieron sus ramas mecidas por una rara brisa.
Resulta que ese anuncio rápido, habla del llamado “Chemo Brain” (cerebro de quimioterapia) que no es, sino esto que nos pasa a todos los que pasamos por quimioterapias. Los estudios no están suficientemente avanzados porque no todas las personas reportan esta desconexión y todos lo platicamos casi como un chiste.
Creemos que por tener la vida debemos agradecer todo, así como llega y no. Esto de no poder pensar con calma, de no tener la capacidad de mantenerse en un solo tema o de estar conversando y que lleguen pensamientos que no tienen nada que ver con el momento, no es bonito.
Sucede, por ejemplo, que debo preparar clase para un grupo y me pierdo en el pensamiento, empiezo a escribir y dejo a la mitad el texto, preparo clase para otro grupo y todo queda revuelto. Me pongo a dibujar y termino rayando el cuaderno hasta romper la hoja. Cada día es una lucha constante por mantenerme firme y concentrarme, meterme a mi propio cerebro y aplacar la velocidad o acelerar la calma que vive ahí adentro.
Nunca había tenido necesidad de usar agendas o calendarios, ahora me obligo a tenerlos porque todo lo olvido y aun escrito, cuando lo leo, me pregunto qué y para qué es. Le llaman, Memoria nublada, cambios congnitivos, son pocos los testimonios que hablan del después, de la lucha incesante y la confusión que esto provoca. Según los pocos estudios serios y completos que existen, estos síntomas pueden dejar de serlo para convertirse en la nueva normalidad de cada paciente, otros, aseguran que puede durar hasta diez años.
El caso es que, sin buscarlo, encontré la razón, que no me justifica, sin embargo, ayuda a entender lo que sucede. Percatarse de la desorganización diaria obliga a ordenar el pensamiento de una desconocida forma, a buscar la alternativa para no escuchar tanto ruido en el cerebro, a obligarse a retener información, aunque unos segundos después no se recuerde nada.
Es una suerte, un privilegio, es un premio respirar y sentir después de que se ha cruzado esa frontera entre la vida y la muerte. Es un revivir en vida cuando la sentencia hizo estruendos en los oídos e invitaba a planear un funeral. Es una suerte de esas que no se entienden y una tristeza llena de razón; lo del cáncer ya pasó, los químicos ya no están en mi cuerpo, el cabello creció. En cada uno de los días siguientes a todo el proceso, debí reconocerme de muchas formas y me alimenté de las novedades que trajo el tiempo.
Hace casi tres años, tuve un desencuentro con mi cerebro, empecé a olvidar cosas, a no poder distinguir objetos, a no saber cómo se llamaba el tenedor que tenía frente a mí, a no reconocer olores. Fue un tiempo fugaz que me hizo reír al principio y perdió toda gracia cuando no supe decir el nombre de los números en el teléfono. Durante esos meses de olvido, escribí cosas y textos que no tenía planeados, letras que no reconocía como mías, releía para conocerlas y me gustaban mucho, solo que no comprendí de dónde salían, fue como si otra persona hubiera tomado posesión de mí. Pasó de la noche a la mañana y duró algunos meses. Después, igual, de la noche a la mañana volvía todo a la normalidad, es decir, regresé.
Luego llegó el cáncer, y terminado el andar y habiendo levantado la bandera del éxito, llega, sin que me diera cuenta, una cosa rara, una desconcentración total de las cosas, una ansiedad, inquietud casi desesperante. Flojera, cansancio y apatía. Todas esas sensaciones las he vivido esporádicamente durante toda mi vida, no sería importante ahora de no ser porque, sobre todo, la dificultad para concentrarme en una sola cosa, ha sido una constante desde que terminó todo el asunto del tratamiento.
He tenido contacto con algunas compañeras de la sala de quimioterapia y con amigas que hice en el camino que también padecieron cáncer y todas, convenimos en lo mismo. Falta de concentración, empezar a hacer algo y dejarlo sin terminar, nos reímos de esto, solo que deja de ser chistoso cuando de asuntos serios se trata.
No quiero, y nadie quiere, que ser desorganizado y vivir ausente sea una cosa normal, no hay remedios que reviertan el daño que queda en el cerebro de quimioterapia ni se trata de buscar tratamientos, es una tarea que cada uno debe enfrentar y que desafortunadamente no es fácil porque no se pueden echar a andar neuronas que ya no existen.
Este será entonces, el precio de estar vivo después de tanto. Es la carrera que sigue después de haber aprobado el examen más importante de la vida aun cuando las siguientes, sean notas que quizá se olviden.
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