Es un amanecer rosa y frío. Hace tiempo me morí. El aire helado que llega de las montañas nevadas no hace mella suficiente como para correr por unos guantes, nunca los usé, por cierto. Eran aquellos tiempos, cuando viva, que el frío y la nieve hacían sonar el esqueleto y la nariz se volvía roja, ahora no, ahora solo sé que está frío el amanecer.
Hace tiempo me morí y no me avisaron. Las cosas pasan y me entero, más los otros no saben que estoy ahí, hablo y no contestan, me veo y no me ven. Es el limbo quizá. Escribo y no encuentro el papel en donde empecé algún relato, he marcado números en el teléfono y no hay nadie del otro lado de la línea. Me equivoco muchas más veces que antes, cuando estaba viva, después de la equivocación me disculpo y queda el silencio. Cuento el mejor chiste y nadie se ríe. Cuando la alegría de otros, les aplaudo y no se percatan. Leo un libro y olvido de qué trata, termino de ver una película y no recuerdo cuál era. Ya no me rio a carcajadas y he dejado de llorar, ya no tengo frío.
Hace tiempo morí y veo que el mundo sigue girando, las personas moviéndose y el amanecer sigue siendo tenue. Soy invisible en este rodar del tiempo, mi voz suena y veo a quien escucha más no responde, a veces sonríe transparente. No soy del todo, a veces, cuando me acuesto veo que soy un viejito soñador, de cabello esponjado y canoso, otras, soy una bebé encandilada que manotea al aire. Y, como si siguiera viva, con la gente funciono como le gusta al mundo que funcione todo, siempre igual para que no se desacomode su espacio.
Hubo un tiempo, años atrás cuando estaba viva, en el que no parecía que hubiera un suelo que pisar ni un cielo que tocar, una especie de espacio sin gravedad en donde nada pesaba, ni yo. Un tiempo en donde el mundo era chiquito y alcancé a abrazarlo todo al mismo tiempo, también pensé que era eso, una forma de morir, de estar en esa otra vida que dicen, nada pasa y lo que pueda pasar no pesa.
Ese tiempo de levitación por el mundo terrenal, de letras y voces, de sonidos y música, de agua y luces desapareció cuando me morí hace tiempo y no me avisaron. Sigo viendo todo eso, solo que todo eso ya no me ve a mí, ni el amanecer frío, ni el rosa en las nubes, ni las luces de la calle que se van apagando una a una, cuando saben que es tiempo de morir y esperan pacientes a nacer cuando caiga la noche.
Así se muere cada rato, cada segundo, cada anochecer invernal y se despierta, se supone, con cada rayo de sol. Olvidé despertar un día, me perdí el amanecer veraniego por haberme quedado dormida para siempre y no me avisaron.
Será que la vida en realidad no existe, que lo que vivimos es la muerte y cuando más muertos nos sentimos es cuando más estamos viviendo. Así se van dejando trozos de tiempo en el camino, dice Charles Simic, “Dejé partes de mi por todos lados, de la misma forma en que la gente distraída deja sus guantes y sus sombrillas cuyos colores están tristes por haber esparcido tanta mala suerte”
Qué es morirse después de todo, sino unas respiraciones menos y un aspaviento más, una sombrilla olvidada y un par de guantes perdidos.
Por eso estoy aquí
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