Tu palabra contra la mía

Entre palabras y denuncias, gana quien grita más fuerte, aunque la otra palabra, la de la afectada, sea más enfática y tenga fundamento.

21 de noviembre, 2017

Entre palabras y denuncias, gana quien grita más fuerte, aunque la otra palabra, la de la afectada, sea más enfática y tenga fundamento. Sin gritos nada vale y la palabra, acompañada de lágrimas vale todavía menos.

Las denuncias en boca de las mujeres por haber sido agredidas, han comentado algunos caballeros, “están de moda”, se han revuelto en opiniones hombres y mujeres en redes sociales, todos creen tener la razón y ninguno, nadie más que la afectada sabe lo que es y lo complicado que resulta enfrentar, mucho más difícil denunciar, porque “es tu palabra contra la mía”.

Qué triste resulta saber que, desde niños, todos contamos con un suceso de abuso, por mínimo que este haya sido. La diferencia está en que hay seres humanos a los que no les afecta, así como hay muchos a los que ese momento les cambia y les detiene la vida para siempre.

¿Cuándo se denuncia? Se supone que debería ser de inmediato y se supone que quienes atienden la denuncia, ya sea, la misma familia o los organismos encargados, deben creer para investigar y castigar, cosa que no sucede. Nadie lo cree porque no hay pruebas y se vuelve a lo mismo: “una palabra contra otra” y los casos de abuso quedan en el cerebro, en el alma y en la vida cotidiana del agredido.

A mí me han sucedido al menos, tres casos que pueda recordar, cuatro, quizá sean más. Con la fortuna de que, ninguno de esos sucesos dejó una huella tan profunda que haya logrado destruir mi vida, la descompusieron sí, me confundieron también, y me alejé de personas porque me convencieron de que yo tenía la culpa.

Uno, denunciado ante gente cercana y no pasó nada, nadie me creyó, “fue tu culpa”, “tú lo incitaste”, “son mentiras”, años después, se supo de otras niñas cuando el tipo murió sin haber enfrentado a nadie.

En otro caso, yo tenía 17 años y me escapé de casa para irme de fiesta con “amigos” mayores de edad. Fue mi primera vez en una discoteca, la de moda en ese tiempo. Una de las mujeres del grupo, (ni recuerdo su nombre) me dio una bebida y otra más, no me cayó nada bien el alcohol, cosa que aprovechó un junior muy conocido y me llevó afuera “para que se me pasara el mareo”, me metió a su camioneta y empezó a hurgar entre mi ropa, escuché un golpe en la ventana del auto, era el guardaespaldas del abusador que lo sacó de las greñas, lo apartó y me sacó a mí. El guardaespaldas me exigió decirle en dónde vivía y me llevó a mi casa, no se me ocurrió denunciar y jamás volví a ver a esa gente.

Tuve un jefe que me ofreció mejor sueldo sin trabajar más tiempo, ya se sabe. ¿Debí denunciar? No lo hice, solo no volví a la oficina. Cuando dije por qué había dejado el trabajo, nadie me creyó, “seguro tú querías con él y él no te peló y te corrió”.

En otro empleo, había un personaje muy entrado en años, altamente respetado en la empresa que tuvo una especie de fijación conmigo, al principio como abuelito tierno y dulce, después la sensación que me causaba su cercanía me resultaba incómoda. Algunos compañeros, hombres, se reían: “dale chance al viejito”, a mí no me hizo gracia y lo comenté con mi jefe inmediato, quien puso atención, habló con él y las cosas no llegaron a más, aunque la incomodidad de su mirada persistió.

La denuncia judicial que interpuse en otra ocasión, no valió de nada aún cuando llegué a las oficinas correspondientes con la nariz rota y la ropa ensangrentada. “Otra vieja chillona” dijeron los funcionarios encargados de la protección de la ciudadanía, lo increíble es que uno sale avergonzado de esos lugares, con todo y que las lágrimas se confunden con la sangre, en el alma nace una amargura que ofusca el pensamiento y no queda más que irse lejos, muy lejos.

¿Por qué hasta ahora?, han cuestionado a las mujeres que se atrevieron a denunciar. ¿Por qué no en su momento?, han preguntado casi en son de burla. Las respuestas que cada una quiera dar, son muy variadas y con todo, todas las repuestas incluyendo las ya denunciadas llegan a la misma conclusión: ¿para qué?, ¿a quién le importa? ¿Que está de moda? No, no está de moda, se denunció en papeles oficiales y nadie hizo caso.

Publicarlo como se ha hecho, es la única forma que dejaron las autoridades y los hombres, para que se sepa que duele, que lastima, que puede destruir la vida de una mujer. Se trata de educación, no de exhibición, se trata de invitar a otras mujeres a que se alejen de los abusadores a tiempo y que denuncien a tiempo, se trata de advertirles a los hombres que, tarde o temprano serán expuestos y señalados como una vez lo hicieron con una mujer.

Pensé, en cada caso, si valdría de algo alzar la voz, porque no es fácil poner en la balanza “mi palabra contra la tuya”. 

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