“No es importante que ganes, es importante que participes”, es una grabación que se tiene como rúbrica. De niños, los padres no enseñan a los hijos a perder, la palabra en sí no se menciona. Cuando no se gana significa que perdió, punto, no hay más.
Se sigue acostumbrando a los chicos que no es importante ganar e insisten en que competir ya es ganar. Es tan importante participar en una competencia como hacer el esfuerzo posible por ganar. Aceptar que se perdió es, incluso, más relevante que la sola competencia.
Por otro lado, de muy chiquitos, cuando aprenden a patear una pelota, se les deja fácilmente anotar un gol, es una sutil muestra de que los otros tienen el deber de dejarlos ganar y así, se van ganando todo y cuando crecen, se les ocurre -por pura comodidad- ser funcionarios públicos y entonces, se encuentran con que todos ahí, fueron criados igual y quieren ganar y los otros tienen obligación de dejarlos anotar.
Se supone que es el pueblo, que más bien se ha convertido en espectador desde las gradas, quien debe decidir quién es el ganador y quién el perdedor. En esa cancha de la política mexicana, todos pierden y no porque no tengan votos suficientes, están derrotados porque hace mucho tiempo perdieron la dignidad que es lo que finalmente los llevó al poder.
Entre la importancia de competir, participar, ganar o perder está el esfuerzo y la aceptación del triunfo o la derrota. Al incluir a los jóvenes en una competencia, se adquiere la responsabilidad de aceptar el triunfo sin egolatrías, la derrota sin amarguras y la sana convivencia sin egoísmos.
Es una difícil tarea para el ser humano. Por supuesto que nadie disfruta la derrota y ninguno se levanta planeando el fracaso. Absolutamente todos buscan el éxito diario y significa ya, un triunfo el hecho de haber esforzado la mente, el cuerpo y la voluntad para lograr un paso más en lo que sea que se haga.
Las escuelas tampoco preparan a los niños para aceptar sus derrotas y los padres insisten en que sus hijos son campeones, aunque sean unos pelmazos. Los colegios y escuelas cobran, los chicos se frustran y los adultos se jactan de hacer lo máximo para superarse. El resultado de estas ineptitudes se ven con claridad cuando esos niños se vuelven politiquillos de cuarta exigiendo ganar, aunque sepan que no sirven para nada. Les dijeron campeones tantas veces, que se lo creyeron, les evitaron la angustia de perder que se les infló el ego, les dijeron que no importa que no ganen, de todas formas, ganaron, aunque el mundo entero sepa que son unos fracasados.
Tan confundidos y aturdidos llegan a la edad adulta que se vuelven presidentes y el público, aunque se agarre de las greñas en las tribunas no puede bajar a la cancha para poner orden y levantar la mano del ganador, porque no hay uno.
Realidades, solo de realidades palpables se debe vivir. Con la congruencia y la ética suficiente para que no den ganas de competir por un puesto público, que visto desde la barrera, es lo más fácil para sentirse ganador porque se tienen los bolsillos llenos de dinero robado que estaba destinado para los niños de escasos recursos que se resisten a perder aun cuando en el intento de ganar se les acabe la fuerza y la credibilidad.
Si México fuera un país pobre, no habría políticos millonarios y aquí cabe una pregunta, ¿por qué a los corruptos siempre les encuentran dólares y no pesos?, ¿también ganan en dólares? o ¿les paga el narcotráfico, los que los dejan anotar gol solo porque aprendieron a patear la pelota? Ganar siempre ganar y hacer que la virgen les habla cuando pierden. La batalla diaria de quienes se hicieron grandes creyendo las mentiras nefastas de sus padres.
El país se ve envuelto en la pobreza de pensamiento, en casa, en la escuela en la vida social y desde las gradas, solo hay gritos que ya nadie escucha porque se han repetido tanto que carecen de sentido.
Ha de ganar el que quiera, no el que haya hecho su mejor y más auténtico esfuerzo y esta afirmación viene desde pequeños. “Por eso estamos como estamos/por eso nunca progresamos /por eso estamos como estamos/si tal parece que gozamos,
poner las cosas al revés” … dice la canción de Los Apson (1995)
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