Desde los patios del colegio a la hora de recreo, desde las aulas escolares y las reuniones sociales, se puede saber qué serán y cómo serán los estudiantes cuando terminen sus estudios. El comportamiento de los alumnos, la personalidad y los rasgos característicos, marcan la pauta en las vidas profesionales de cada estudiante. Todos tuvimos un compañero que pintaba para ser lo que es ahora o somos nosotros mismos, aquello que quizá no vimos en la etapa escolar.
Somos, la mayoría de las veces muy transparentes, aunque creamos lo contario. Hay actitudes y acciones que son parte esencial de cada ser humano y no se pueden ocultar ni borrar. Hubo el niño que, por su facilidad de palabra, se convirtió en orador, en maestro. El mediador, es un abogado. El que siempre dibujaba durante las clases, es un arquitecto. La que vendía pulseritas y dibujos, es una empresaria. Así, cada uno podemos pensar en aquellos compañeros que son lo que ya eran mientras jugaban.
Y jugando con la imaginación, pondré a los precandidatos en los patios escolares y las reuniones sociales en sus tiempos juveniles:
José Antonio Meade, pudo ser ese compañero que nunca sobresalió, de los que siempre trabajó en equipo, terminó haciendo la tarea de todos y la calificación nunca fue suya solamente. Era el grandote bobo, el que se sentaba hasta atrás, que se reía de todo y nunca supo contar un chiste. Era el que repetía lo interesante que decían los demás, el que hacía bola sin ser necesario y nunca fue extrañado cuando no estaba. En los comités estudiantiles no alzaba la voz, solo la mano cuando la mayoría la levantó. En las reuniones sociales, ahí estaba también, con su sonrisa boba, como quedando bien con todos.
Ricardo Anaya, “El cerillo”, fue el típico burlón, altanero y berrinchudo. El consentido de papá y mamá. El que siempre quería ser portero, defensa y delantero al mismo tiempo, el que interrumpía la clase. En la universidad, no esperó a ser votado para ser presidente de la sociedad de alumnos, se eligió a sí mismo, buscó a los calladitos estudiosos y formó su grupo, con sus propias reglas. Ricardo, no necesitaba quemarse las pestañas, no estudiaba, porque “El cerrillo” aprendía todo muy rápido y eso le daba tiempo para la fiesta y la arrogancia. En una reunión social, Ricardo era el que llegaba siempre entonado y al último, cuando ya todos estaban en la fiesta; esto, para que todos lo saludaran y lo vieran cuando hiciera tu ruidosa entrada, dominaba la conversación con chistes escandalosos y muchas groserías.
A Andrés López Obrador, no le fue nada bien en la escuela. Andrés era el que siempre estaba castigado por hablar en clase, por deambular por el salón. Nadie lo quería en su equipo, además, tenía una letra muy fea. Era de los que hablaba con el compañero de la otra esquina del salón, nunca tomó apuntes y nunca hizo las tareas. Los maestros repetían su nombre cien veces al día y el chamaco no hacía caso. Cuando Andrés salía a recreo, se metía en los juegos de todos sin quedarse en uno completo o se quedaba parado en medio del patio estorbando las carreras. A Andresito, pues, no le gustó la escuela. Sí, Andrés, caía bien, solo que aburría muy pronto.
Si solo los currículos, las calificaciones y los honores con que pudieron terminar sus carreras profesionales, fueran garantía, Pepe Toño y El Cerillo, serían, los dos juntos, un acierto para el país. Andrés no, él quiere desbaratar y detener lo que de educación se ha logrado, precisamente, porque no le gustó la escuela.
Es una lástima que la política y la ambición, nublen las calificaciones que como estudiantes lograron y que, para llegar al poder, se tengan que convertir en una representación de las sirenas, Telxiepia (la sirena de palabras engrandecidas), Pisínoe (la persuasiva) o Radne (la que quiere mejorar todo). Pura fantasía moderna sin Argonautas que sepan seguir a Orfeo para librarse de los cantos malditos.
Los propósitos reales de cada sirena, están enfocados en el ego, la ambición y la pelea, la burla y la denostación, “valores” que los muy jóvenes están aprendiendo al pie de la letra, solo hay que ver los patios escolares de hoy, para saber quiénes serán las sirenas de mañana.
Por eso estoy aquí
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