Sergio El Grande

En el camino vamos perdiendo amigos, vamos perdiendo afectos, manos para aferrarnos, hombros para llorar...

23 de febrero, 2018

En el camino vamos perdiendo amigos, vamos perdiendo afectos, manos para aferrarnos, hombros para llorar, se muere el tiempo de los otros. Se pierden los brazos que consuelan y se apagan las risas. Cuando entramos en esa etapa en que empezamos a despedirnos de la presencia para aprender a vivir con la ausencia, la palabra, extrañar se hace presente con su real y cruel significado. Extrañar: no está, nunca más, se fue para nunca más volver.

Por mucho que se diga que es parte de la vida y que se presuma que podemos estar preparados para la muerte, no es cierto, nunca se podrá estar preparado para un golpe tan certero. Cuando unos ojos que se cierran para siempre, y no son los nuestros, la partida es un arrancarse las entrañas y gritar sin sonido, como sucede en las pesadillas.

Se fue mi hermano, el mayor. Se fue de repente, sin aviso. Se cerraron sus ojos en un momento de felicidad, en su tiempo de paz y alegría, la Muerte de los Justos, le llaman. Esa fue la de Sergio, merecedor de un camino directo a la vida, a la luz, a ese lugar que imaginamos bello y que construimos pacífico para la tranquilidad de los mortales.

Arnoldo, mi otro hermano, el menor, ha escrito y descrito con el alma hecha añicos, cómo fue su encuentro con el cuerpo de su adorado hermano y nos vuelve a partir lo poquito que habíamos podido armar. ¡Qué cosa tan fuerte es la muerte! Desbarata emociones y las revuelve, no se sabe cuál existe y todas juntas parecen una revolución sin orden ni forma. El cerebro se llena de aire como los ojos se llenan de lágrimas, como el corazón se vuelve una bomba explosiva de alto impacto.

Es bonito abrazar el dolor propio, es reconfortante saber que uno sigue siendo un ser humano sensible, aunque todo eso, parece insuficiente para abrazar el dolor de los otros, el de mi mamá. No me alcanza la razón para entenderlo, se lo dije, me duele muchísimo tu dolor y me ahogo en llanto porque ella ha perdido un hijo, yo tengo uno y duele un montón el solo pensamiento.

Me apachurra el corazón el dolor de Nolo, mi otro hermano, ellos convivieron día a día, se protegieron, lloraron juntos, se acompañaron, se vieron crecer de la mano, hombro con hombro y ese otro pesar, no sé cómo acompañarlo. No me quedo con mi propio sentir, el mío lo iré sanando poco a poco, me armaré despacito más no me gustaría completarme, sin que ellos hayan logrado su parte.

Los brazos se hacen cortos y débiles, sentí impotencia por no poder abrazar a Lissy, mi hermanita, que debió ser fuerte y entera para abrazar a su mamá mientras recibía la noticia. ¡Ay! La distancia es cruel, muy cruel. Sus voces en el teléfono resonaban con ecos, la distancia de por medio temblaba, los sollozos y la respiración cortada no tenían tono ni atinaban a las palabras.

Si las alas fueran nuestras, habría querido volar al lado de mi sobrinita que, con doce añitos, la de los ojos lindos, Hay unos ojos, me llamó por teléfono a la media noche y su vocecita solo atinó a decir: “Tía, ven por favor, mi papi se murió” Las alas no existen, ni los aviones nos esperan. Mi existencia entera se desparramó.

Quisiera quedarme rota un poco más hasta que mi hermana, mi hermano y mi mamá se repongan. Dicen que el tiempo es sabio, sí es, cambia los pensamientos oscuros por luz, cambia el ruido por la música suave, cambia el sobresalto por la quietud. Cambia y transforma y también tiene la extraña virtud de recordarnos con un grito lo que se puede olvidar.

Creo que el tiempo se arma de herramientas para mantenernos alerta, no para recordarnos al que murió, sino para despertar lo que se duerme cuando andamos viviendo ocupados y sin emoción. Así como la muerte llega de pronto, así también, la vida, con una muerte y su recuerdo, nos despierta cuando estamos olvidando la sensibilidad y los afectos. Nos levanta de la cama de la rutina para sacudirnos y presentarnos a todos aquellos a quienes debemos abrazar, a quienes hemos olvidado y que siguen vivos.

Sergio fue un coleccionista de amigos y no creo que en el mundo exista una virtud más grande que esa. Le dije siempre a Checo: “no tienes idea de lo grande que eres” ahora lo sabe. Nos ha sorprendido gratamente saber que Sergio se llenó de afectos y que su vida estuvo rodeada de personas buenas, como él.

Cuenta Arnoldo, mi hermano, que se sintió abrazado por personas que no conocía, que lloraron con él muchas, muchas amistades de Checo que él no sabía que existían. Hemos recibido abrazos de todos los colores y cada uno acompañado de lágrimas muy sentidas.

Sergio, te lo dije: Eres grande. Ahora lo sabes. Lo sabemos todos con certeza, abrazamos tu tiempo, apreciamos tu vida y bendecimos tu tiempo. Gracias por todo, gracias cada día. Aquí, nos encargaremos de proteger a tus hijas en la emoción y cuando dejen de extrañar y empiecen a necesitarte, estaremos a tiempo con los brazos abiertos para entregarles Mi niña creció, el pedacito de ti, que llevamos en nosotros.

A mis personas favoritas que han perdido un ser amado, les abrazo otra vez y no como aquella vez cuando su dolor era profundo, les abrazo el alma porque quizá en aquel momento repetí palabras queriendo acompañar, hoy les abrazo de otra forma porque ya sé lo que se siente y cómo se siente.

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