Semana de advertencias

Me llegaron noticias de que te asustó la tormenta, supe que hubo goteras en tu casa, que el agua se empezó a filtrar por las...

13 de febrero, 2016

Me llegaron noticias de que te asustó la tormenta, supe que hubo goteras en tu casa, que el agua se empezó a filtrar por las paredes, que algunas ráfagas de viento entraban por entre las ventanas. Supe que se llenó de lodo la entrada de tu casa, y que las pisadas de zapatos sucios estaban por todos lados. Me enteré que te quejaste de tanta tierra y lo mucho que tendrás que limpiar en cuanto salga el sol. Me contaron que se inundó tu patio y las afueras de las terrazas.  Además, que los limpiadores del parabrisas de tu auto estaban secos y que más rasparon el vidrio que limpiarlo y que los frenos  no estaban aptos para el pavimento mojado.  Que los tapetes quedaron marcados con tus pisadas, que los faros eran tan opacos que no lograban iluminar tu camino al atardecer. Supe que te quedaste atrapado en el tráfico porque había un derrumbe de piedras en el cerro.

Sí, supe que mirabas por la ventana  mientras te quejabas del horrendo clima, de la lluvia que no te permitió hacer nada, y lo peor fue cuando te quedaste sin luz, que no pudiste ver películas, ni encender la radio, tus hijos no sabían que hacer porque no había computadora. Tu vida es un desastre, ya lo sé, además los niños no fueron a la escuela y te hicieron presa de la desesperación por tenerlos desocupados haciendo cualquier cantidad de comentarios acerca de lo aburrido que les resultaba la vida. Supe también que te hizo falta una cobija, que no encontraste suficientes chamarras para taparte y que la cama estaba helada cuando te ibas a dormir; que te leíste todos los periódicos y te lamentaste por la situación que estaba viviendo la gente en los cañones y los cerros de la ciudad.

Tus conversaciones cambiaron de rumbo, ya no fue la violencia, ni la política, ni la crisis lo que ocupó tu pensamiento, ahora era la lluvia, los rayos y la tormenta y las alertas de un tornado que nunca llegó.

Te cuento que el temporal fue para mí todo un espectáculo, salí a recorrer las calles, dejé que la lluvia me abrazara, que el viento me acariciara, le permití a los relámpagos que iluminaran mi ser completo, brinqué charcos y me mojé los pies descalzos en el arroyo de agua que bajo del cerro. Levanté la cara al cielo y mi lengua se llenó de lluvia, los granizos me golpearon la cabeza y mis dedos se entumieron porque no quise meter las manos a las bolsas de mi chamarra. Corrí en contra del viento y me reí mucho con él. Jugué “carreritas” con los restos de un árbol de Navidad que vagaba por las calles. Me senté a escuchar la lluvia en la banqueta.

La naturaleza enseña.

¿Está tu vida preparada para una tormenta? ¿Estás seguro que no existen goteras en tus emociones, en tus sentimientos? ¿Tienes la certeza de que tus cristales del alma son suficientemente firmes para resistir un viento adverso? ¿Qué tan seguro estás de que tu pensamiento esta impermeabilizado contra la superficialidad? ¿Qué tanta preparación tienes en tu cuerpo físico para enfrentar un derrumbe en tu vida? Las uniones entre tu alma y tu espíritu ¿están protegidas con tal fuerza que sean capaces de detener maldades contra ti? ¿Sabes acaso la magnitud de firmeza y capacidad que tiene tu ser para enfrentar temporales implacables? ¿Son los cimientos de tu conciencia y sabiduría, tan profundos y fuertes como para que ningún huracán te arrastre rio abajo?

La naturaleza nutre, sacude. La casa de concreto y adornos es un cuerpo. Cuánto descuidamos de cada momento que cuando llega la tormenta se descubren debilidades ¿Cuántas fisuras existen en el interior que cuando llega una partícula inmediatamente sangra? Que poco se crece y se evoluciona, sin no hay tormentas nunca lo sabremos.

Y, si te llegaras a quedar incapacitado temporalmente de tus manos, ¿sabrías trabajar únicamente con lo que te queda disponible?  Cuando se fue la electricidad ¿Qué hiciste? Qué poquito se aprende cuando la vida corre sin interferencias, qué aburrida la vida sin cambios, qué letargo se vive cuando todo está en completo orden. Después de la tormenta, quedará el rezago de la queja, será el centro de atención en las conversaciones y nadie tendrá la peor situación que contar, todas serán irremediablemente desastrosas, a ver quién gana a contar la más trágica.

¿Alguien que diga que la semana fue esplendorosa? ¿Alguien que haya dejado su cara al viento? ¿Alguien se cubrió de brazos calientitos mientras le sonrió al cielo oscuro? ¿Alguien se dejó abrazar por el viento helado? ¿Alguno se queda con la enseñanza de la naturaleza sabia? Por mucho tiempo no habrá otra y llegaremos a extrañarla cuando el sol del verano queme las pieles y entonces empiecen las quejas de nuevo porque hace mucho calor.

La naturaleza nutre, el espíritu crece, el ser evoluciona y los seres volubles no caben en un mundo en el que la naturaleza rige, en el que sol se asoma de vez en cuando para ver si aun estamos, y se esconde porque sabe que aun no hemos aprendido suficiente.                                                                                                                                                                                        

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