Rasurando barbas

Él insiste en hablar como dueño de una empresa, de esas en las que nadie quiere al jefe.

30 de septiembre, 2016

Él insiste en hablar como dueño de una empresa, de esas en las que nadie quiere al jefe. Ella, insiste en su discurso como Secretaria de Estado acompañada de la sonrisa idiota tan característica de los políticos; ninguno de los dos dijo algo nuevo, nada que no hayan dicho ya, se retaron para decirse de frente lo que antes habían dicho uno del otro en sus campañas.

Escuché un enfrentamiento. Dicen que ella ganó, dicen que él ganó, que ella se impuso, que él no pudo. El público no pudo guardar la compostura en momentos ridículamente cómicos y el mediador, con dificultad controlaba a los candidatos y sus impulsos de palabrería.

Él interrumpió, ella no hizo caso al tiempo. Los temas políticos por supuesto están en la mente de ella porque ha vivido y escuchado de ellos la mitad de su vida, los temas administrativos y financieros están en la mente de él porque ha vivido en ellos toda su vida; la visión de uno y otro se enfoca desde diferentes puntos y se dirigen a diferentes objetivos, ninguno se acomoda en la visión del otro, por lo tanto, ninguno puede ganar ni el primer debate, ni la presidencia de su país.

Ninguno de los dos es un personaje que tenga, ni la personalidad para recorrer el mundo, ni la imagen mediática presidencial, ni el cerebro completo para elevar un país que se desmorona por las esquinas. Ninguno tiene la elocuencia individual, cada uno en su campo apelan al discurso de siempre ella, en lo político y él, en lo empresarial.

Ella, es una repetición de muchos otros líderes que ganan por medio de la manipulación y la mentira. Él, la repetición de tantos propietarios de empresas que hacen su dinero a base de la esclavitud de sus empleados. Dicho en un tono social, ella tiene razón en algunos aspectos, dicho en un tono amable, él también; no les funciona entonces la retórica y la dialéctica a la que los dos están acostumbrados y eso no le está sirviendo al país para decidir.

Si ella se corona como presidente de ese país ya se sabe lo que será, lo mismo con diferente cara y diferente traje. Si él gana, ya se sabe, será el mismo dueño verdugo solo que con una súper torre llena de empleados esclavizados.

Es extraño que solo dos, los menos indicados, sean los candidatos para gobernar el país más poderoso donde, la educación académica, el orden civil, la organización bélica y todo lo demás es de primer mundo; con esa campaña, ese debate y en estos tiempos, esos dos, están demostrando exactamente lo contrario.

Los seguidores de ella son los que viven en la costumbre, los que no quieren cambiar nada, los que quieren seguir viviendo en la rutina y la monotonía, los que creen que estar en guerra los hace grandes. Los seguidores de él no han sabido vivir en ninguna parte y quieren encontrar el lugar menos apacible solo porque creen que los ricos se volverán pobres y tendrán permiso para treparse unos encima de otros.

A todo esto, ¿Por qué se le sigue llamado Secretaria de Estado cuando ya no es? Y, ¿por qué le dicen millonario, si se asegura que no es cierto? Ella y él, váyanse a tomar un café como buenos enemigos y cuéntense sus cuitas, desgárrense las vestiduras y después, ubíquense en la plataforma de la congruencia, el intercambio y la realidad, ahora es por el mundo de todos, no por la silla de uno o del otro.

Y es incongruente que, desde aquí, critiquemos lo que sucede en la casa del vecino de arriba porque ya pasamos por esas ridiculeces presidenciales, hemos visto los circos en las elecciones, ya sabemos qué se siente tener a un payaso, un político costumbrista y también a un ignorante en el poder. Dicen que no hicimos nada y es que aquí, ganan los que se burlan de quienes quisimos impedir semejante atrofia para nuestro país y aún no hemos sido suficientes para detener una catástrofe. 

Casi todo es incierto en el mundo, lo único cierto es que con cualquiera de los dos que gane, el país del primer mundo va a perder. Así que, ¡Arránquense gringos! Su vecino del sur se está rasurando las barbas, habrá que poner las suyas a remojar, si no, con gusto les damos la bienvenida a este felicísimo tercer mundo en el que no pocos, tenemos la fortuna de vivir libres y en el que muchos tienen la desgracia de ser políticos para vivir después, en agónica pena el resto de sus vidas.

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