El año raro que terminó no dejó espacio para la reflexión, todo sucedió tan rápido. De un momento a otro las cosas y los colores del día se movieron a tal velocidad que fue casi imposible digerir una noticia cuando la otra llegaba atragantado todas las emociones. Se formaron en la fila funesta uno detrás del otro, unos cantando, otros declamando, otros muchos escribiendo y todos, desaparecieron tras la puerta que solo ellos pudieron ver.
Se fueron, unos, sin tiempo para despedirse, otros simplemente no quisieron aparecer en el último de los escenarios y los aplausos quedaron resonando en un auditorio vacío. Por accidentes, por enfermedades, por decisión, como sea que haya sido, muchos quisieron ser y hacer historia en el dos mil dieciséis; día a día, mes a mes alrededor del mundo, harán falta las presencias de 259 escritores, 36 escritoras y 36 poetas, todos incluidos en un ficticio título: 331, plumas sin tinta.
Es cierto, conforme avanza la edad de cada uno, avanza también el tiempo para enfrentar la muerte y aunque muchas de las plumas muertas son autores que, por la edad llegaron a esa puerta, también los pocos eran muy jóvenes. Me gusta creer que quien escribe su mundo e imprime en las hojas las vicisitudes de su vida extiende su tiempo de vida porque no carga, ni en la conciencia ni en sus emociones, las enfermedades de quien calla.
Los libros que hemos tenido en la mano y que han impactado momentos de nuestras vidas, fueron escritos de mil maneras; la hazaña que tuvo que pasar un autor para iniciar, terminar y ver sus creaciones tras la vitrina de una librería, son momentos que no se conocen porque son momentos de soledad y silencio que un escritor guarda para sí, aunque es interesante cuando que los creadores cuentan sus, a veces, pesares, esos, los de rascarse la cabeza, tallarse los ojos, caminar en círculos hasta marearse o sentarse por horas frente a una hoja en blanco.
Que nos contara el autor, cómo es eso de la historia nueva que quiere escribir o de la que no quiere publicar, las letras que le han avergonzado o las que tiene en el tintero. Ver a un creador cuando escribe no será frecuente, de lo que sí hay oportunidad siempre, es de leerlo.
Los que se fueron dejaron su herencia cultural alrededor del mundo. Los que todavía podemos escuchar, leer y saludar, están perforando el papel y presionando los minutos en un teclado y son ellos, quienes dictan de muchas formas, la historia de nuestros tiempos para ordenarla en el estante de la posteridad.
Por eso, me gusta buscar a los escritores cuando van a hablar de sus obras, porque escucharlos, es ver en sus palabras el íntimo tiempo que dedicaron en sus historias. Observar ese gesto de satisfacción que surge cuando tienen su creación en la mano frente a sus lectores, es un gesto que hace sonreír e inspira a quien escucha.
Muchísimos escritores que me han llenado de alegría con sus presentaciones y también muchos llenan mis días y los escucho a través de sus libros. Si, al día de hoy hay muchas plumas muertas y también hay miles de plumas vivas que respiran tinta y murmuran letras para instalarse en las manos de los buenos lectores.
Hablando de plumas muy vivas, quiero contar un momento muy enriquecedor. Cerrando el año, el periodista cultural, Jaime Chaidez Bonilla, me invitó a su programa de radio Cada jueves que se transmite a las 8 de la noche por Radio Cultura Fusión-Imer, acepté con nervios, casi miedo, iba a leer un extenso texto de brindis por el año nuevo; Jaime Chaidez me dijo que podía ser leído vía telefónica, solo que, además de él, estarían en cabina, el escritor Daniel Salinas Basave y el profesor Enrique Briseño; no pude no asistir, digo, no todos los días se tiene la oportunidad de estar, dentro de una cabina de radio con tres personajes de ese tamaño.
Escuchar de frente la pasión con que Daniel cuenta sus peripecias, ideas y los grandes éxitos que ha cosechado, ver la plática que tuvieron Enrique, Jaime y Daniel son cosas que no pasan todos los días; ya lo que yo leí es lo de menos, sin embargo, ese Brindis por la vida toda fue un gran aliado, esas letras me llevaron a vivir un momento que no fácilmente se va a repetir.
La historia del escritor es tan importante como sus letras. Las letras del escritor son tan importantes como su historia y qué gran ventaja la de los escritores que, aunque dejen de respirar, siguen viviendo; y qué enorme oportunidad para nosotros, lectores y escuchas que podemos leer la obra de los muertos y de todos los que andan por ahí, muy vivos con suficiente tinta en sus plumas y toneladas de papel en sus hombros.
Descansen en paz esos 331, que vivan muchos años todas las plumas que siguen murmurándole letras al papel.
Por eso estoy aquí
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