De Alonso Ruiz. Colecciones del Fondo Editorial de Baja California (FEBC)
“Soy Oro y Escoria, me creó Alonso Ruiz. Estoy lleno de palabras y no tengo voz, aquí dentro hay muchos sonidos y no tengo oídos, tengo todo un cuerpo de letras y no me muevo; para que yo pueda hablar, escuchar y moverme, necesito tu voz, tus oídos y tus manos. Te cuento además que aquí dentro vive Pedro, un ser aburrido en secreto, socialmente correcto, públicamente respetado, cumplido, responsable, ético y sobre todo a los ojos de todos, estable; esa estabilidad que se ve desde afuera como obligación y Pedro, como muchos seres en el mundo, sabe que necesita un tanto de inestabilidad de vez en cuando para sentir que el mundo se mueve bajo los pies y alrededor de los cuerpos. Todo radica en el interior individual abandonado, ese interior que seduce y atemoriza porque casi se ha vuelto ruina, un interior que tiene recovecos, escondites, pasadizos y mucha oscuridad”
Cito a: Henry Van Dyke: Utiliza en la vida todos tus talentos, estaría muy silencioso el bosque si solo cantaran los pájaros que mejor cantan.
Me toca presentar la obra de Alonso y sonrío desde el inicio de la lectura cuando me encuentro con la fascinación que guardo por las ruinas y los lugares abandonados, me intriga tanto como me divierte mi propia persona a través de los días y los años vividos cuando se le ocurre ser diferente.
Desde la primera página decido acompañar a Pedro y me recuerdo las ruinas que conocí en un recóndito pueblo sin nombre en el estado de Campeche, me instalo en la imagen aquella mientras Pedro me lleva a su pueblo, a su espacio, a sus ruinas y a su gente, es cuando olvido lo que conozco para conocer el tiempo y sus pasos del protagonista.
El espacio de tiempos y gente que Alonso dibuja con sus letras a través de Pedro, se vuelven tan reales que la humedad del cerro se siente y es necesario quizá, encender una luz porque la oscuridad de su aventura puede cegar; si la ruina es tentadora y la historia detrás de ella seduce, la pobre vida de Pedro inquieta y su monotonía duele.
La aventura de Pedro en las letras de Alonso puede fácilmente compararse con esa íntima deconstrucción, ese abandono personal; la diferencia entre las ruinas de una vieja hacienda y las ruinas que causa el abandono interior, es que la primera causa fascinación y curiosidad la segunda, miedo y frustración. Pedro busca el tesoro que Alonso ha perdido en las ruinas y la pregunta para los dos es la misma: ¿qué harías si encontraras el entierro? La respuesta de uno puede ser inmediata, el otro quizá no se responda jamás.
Y al final de cuentas, dice un proverbio alemán: ¿qué sentido tiene correr, cuando vamos por la carretera equivocada? Pedro corre y busca hacer amigos para deshacerse de ellos sin mayor contemplación; aborrece el lugar donde vive y quiere llevarse el tesoro que guardan sus ruinas. Se olvida de sus principios para inventar otros que le convengan más. Busca un tesoro y olvida su tesoro personal, respeta al maestro para burlarse de él después o sabe encontrar la forma de salir del pueblo y puede quedarse atrapado en sí mismo.
Es una rara combinación que persigue a cada ser humano insatisfecho, a cada ser que quiere encontrar más allá de lo que ha conseguido y nunca se detiene a ver que lo que tiene es simplemente la perfección de su propia identidad.
Oro y Escoria es pues, el retrato de aquellos que nunca evolucionan, hay tantos que viven en ruinas en la eterna búsqueda del tesoro que llevan en las manos y que por ciegos nunca ven.
Por eso estoy aquí
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