Es cierto que, de adultos y con el cerebro saturado por tanta información, se pueden leer entre líneas o desbaratar los cuentos infantiles. Alguna vez, las princesas de los cuentos, los niños perdidos en un bosque, las sirenas que pierden sus colas o la pequeña traviesa que se mete a casa de los osos, fueron historias que lograron entretener y también, fundar fantasías a los infantes.
El desarrollo acelerado y casi agresivo que tienen los niños de hoy, no tiene nada que ver con el cerebro y el tiempo de la gente de hace, al menos, 20 años. Los adultos ya saben que toda fantasía es causante de grandes frustraciones, que no hay príncipes y menos azules, que no hay princesas sumisas y que las sirenas son un mito.
He convivido con pequeños muy pequeños y he visto su desarrollo, han crecido y sus padres me han permitido de una u otra forma seguir cerca de ellos, estos niños de hoy, son ya personitas que comprenden como adultos, que razonan como los filósofos que son, que analizan como gente grande. Esta generación de niños de entre cuatro y diez años viven un mundo interno sin conflictos mundanos, ellos no aceptan los cuentos ni las canciones infantiles de antes, no necesitan tanta advertencia, lo intuyen solos.
Leía cuentos con Ximena e Ivanna. Ximena ya sabe leer y las dos prefieren que yo les lea mientras ellas dibujan lo que escuchan. Ivanna, sabe las letras y los números, aprende a escribir y le cuesta mucho trabajo hacer la letra “e”, necesita verla para seguir el patrón, se desespera porque dice que la “r” se voltea y la “p” se pone de cabeza. Ximena sonríe y le dice a su hermana que eso ya le pasó: “cuando aprendes a escribir, todas las letras se ponen derechitas”.
Sacan sus libros de cuentos, los tradicionales, los que todos conocemos solo que, en estos libros de nueva edición, el lenguaje cambia como si quisieran adaptarlo a los niños de hoy, y no, encontramos, por ejemplo, que en uno de ellos aparecía la palabra, “estúpido”.
“¡No!” -dijo Ivanna- “no tiene que decir eso, mejor cambiamos de cuento”. Pasó las hojas del libro y llegó a La Sirenita.
“Este ya me lo sé y también vi la película” -dijo- “y no me gustó, ¿cómo crees que alguien va a querer tener piernas y quedarse sin voz?”
Otro cuento entonces, Ricitos de Oro.
“Esa niña no es traviesa como dice el cuento, esa niña más bien, es maleducada” -dice Ivanna- “Nadie puede meterse a una casa ajena y comerse las sopas y dormirse en las camas y luego, cuando la cachan se va corriendo sin disculparse”.
“¿Si se metiera una persona a tu casa y hace eso, ¿qué harías tú?” – le pregunto.
“Le llamo a la policía y le digo a esa persona que se disculpe porque eso está mal” – contesta segura.
“Dice el cuento que la niña era bonita y tenía unos lindos ricitos de oro” -quise saber qué pensaba- “Eso no importa, bonita o fea, chiquita o grande, lo que hizo está mal” – dice.
Otro cuento. El traje nuevo del emperador “Léeme este” -pidió Ivanna- “¿ya te lo sabes?”
“No” -mentí- (este era mi cuento favorito).
“Léelo, verás cómo es la gente” – me advierte.
“¿Por qué?” – pregunté. “Léelo, ya verás”.
Terminé de leerlo.
“¿Ves?” -me dice con sus ojos muy abiertos abanicando sus manitas arriba y abajo luego, pone la palma de su manita en la frente- “todos se dieron cuenta que el emperador no tenía ropa, la gente no quiso decirle la verdad y todos se burlaron de él, pobrecito emperador”.
“Él era presumido” -le dije- “parece que aprendió la lección y…”, “No” -me interrumpe- “el cuento no dice que aprendió la lección, solo dice que todos se burlaron de él, si no fuera por ese niño que le gritó, la gente se seguiría burlando y eso no es bonito”.
“¿Cuál otro leemos?” -le pregunto, pasando las hojas.
“Ninguno, no me gusta ningún cuento. Mejor escribimos y te enseño los dibujos en mi libro de colorear”.
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