Buscamos tener un hijo, primero porque la naturaleza de mi cuerpo lo requería como protocolo de tradiciones y costumbres, después porque el hecho de casarte implica reproducción casi forzosa. Buscamos no tener un hijo durante el tiempo en que nuestro entorno lo esperaba, supimos que no queríamos un hijo o varios hijos para cumplirle al público y decidimos andar juntos atestiguando nuestro caminar por el mundo que ofrece vivir en pareja.
Nuestro crecimiento individual, emocional, psíquico, espiritual, profesional y de convivencia se estableció en el momento justo. Cualquier noche de nuestro matrimonio el pensamiento se volvió uno y sonriendo decidimos que era tiempo de que otro ser nos acompañara, iniciamos la búsqueda de la concepción.
El método tradicional no funcionaba y afortunadamente en el momento que supimos que no podríamos tener nuestros propios hijos, nos abrazamos agradeciendo la cordura que tuvimos hace tiempo al negarnos cumplirle a la sociedad. De haberlo hecho, con seguridad nuestro matrimonio habría terminado, el no poder concebir y la obligación que se presentaba en aquel momento me hubiera frustrado como mujer, esposa y todo lo demás.
No fue un momento difícil, recuerdo cuando el médico anunció que estábamos imposibilitados para dar un ser propio al mundo. Salimos de consulta abrazados rumbo a la cafetería cercana, nos miramos a los ojos y él dijo: es una alegría saberlo. Le sonreí porque casi pude leer su pensamiento y dije: la vida nos regala la oportunidad, no de tener uno, sino de elegir uno.
No quisimos hacer averiguaciones en nuestro lugar de origen, ni siquiera investigamos casas hogar cercanas. Sabíamos de antemano que las casas hogar y casas de cuna de la localidad tenían listas de espera de más de un año. Fue entonces cuando decidimos hacerlo fuera de nuestro país y fuimos a México.
Hicimos los contactos necesarios, los requisitos cubiertos, citas, papeleo. La institución correspondiente nos avisó y nos presentó a una jovencita indigente, embarazada de apenas dos meses, ella tenía decidido dar a su bebé en adopción, además de todas las razones posibles, es que era adicta a cualquier cantidad de drogas y por supuesto se prostituía para surtir sus dosis diarias.
Muy lejos estábamos de juzgarla por el contrario, la compasión se apoderó de nosotros, platicamos con ella en sus momentos de lucidez y la acompañamos cuando tuvimos oportunidad porque regularmente se perdía en las calles y no sabíamos de ella por muchos días. Esperamos todos, como esperaba ella a su hijo y volvimos a nuestra tierra por unos meses. La institución nos avisó que el bebé estaba a punto de nacer y que la jovencita esperaba paciente nuestro regreso.
Las últimas firmas, trámites de consulados y migración estaban en tiempo y regla, los últimos días del embarazo los pasamos cubriendo todos los requisitos que las autoridades solicitaban, no queríamos que un papel nos hiciera “abortar”
El embarazo llegó a su fin y la jovencita nos entregó ¡dos! preciosos bebés, un niño y una niña. La acompañamos en el hospital por los siguientes días, rentamos un departamento para esperar el tiempo necesario y finalizar los trámites con los bebés ya nacidos.
Pasamos 7 meses entre visitas a los bebés, llevarlos a pasear con nosotros de vez en cuando y entregándolos de nuevo a la institución, debíamos darle tiempo a la jovencita para decidir definitivamente si los entregaba en adopción o no.
En alguna ocasión la tristeza nos invadió terriblemente, la jovencita se había ido con los bebés de regreso a la calles, las instituciones y las personas encargadas recorrimos callejones, canales, recovecos de los lugares que ella alguna vez llamó hogar. Preguntamos a los vagabundos, a los indigentes, a los adictos que se juntan a determinada hora a las orillas de un canal de un rio sin agua. Entramos en algunas alcantarillas, las casas de rehabilitación, todo lo que se nos pudo ocurrir. No la encontrábamos por ningún lado.
Estos días fueron un tanto, como un aborto inesperado, un robo de infantes, un secuestro de emociones y esperanzas, una muerte espiritual no entendida, un descontrol de estabilidad. Momentos tan difíciles que nos hicieron fuertes al mismo tiempo.
Un día en que nosotros también “vagamos” casi sin esperanza por una calle no recorrida anteriormente, recibimos la llamada de una de las encargadas de la casa hogar, la jovencita recorría una calle con los bebés, haciéndolos llorar para recibir dinero de los peatones.
La convencieron de regresar a la casa hogar, afortunadamente no había recibido limosnas suficientes para proporcionarse su dosis de droga diaria y la encontraron casi lúcida. Hablaron con ella todas las personas posibles y la dejamos descansar algunos días, nosotros pudimos llevarnos a los bebés por primera vez a casa, los cuidaríamos mientras ella terminaba de desintoxicarse.
Y lo logró, ella estaba notablemente recuperada, una madrugada pidió hablar con la directora de la casa hogar y le solicitó los papeles para firma definitiva, pidió nuestra presencia y delante de nosotros, con una gran sonrisa nos entregó legalmente a sus hijos.
Hicimos un álbum de fotografías de mis hijos en su entorno de origen, de su mamá biológica, con el personal de la casa hogar, con las funcionarias, con algunos del consulado y aduanas. Hicimos todo un álbum del recuerdo para que nuestros hijos siempre sepan de dónde vienen. Construimos toda una vida en casi un año en el norte de México. Los bebés tuvieron su primera maestra en México, fueron a clases de natación, aprendieron a flotar y a disfrutar el agua. Un remanso de paz para los chiquitos que habían empezado a vivir de una forma cruda y cruel.
Hoy, tienen casi seis años, lo poco que podemos enseñarlos a hablar español es con algunos discos compactos que trajimos de México, con leyendas indígenas, cuentos típicos y canciones de rondas infantiles tradicionales de las tierras que los vieron nacer. Hablan inglés con acento australiano y como vivimos en Oriente, también saben árabe y francés que el abuelo se empeña en enseñarles. Van a escuela y tienen amigos.
Mis hijos, nuestros hijos, los hijos de una jovencita que con cordura entregó dos pequeños a una vida llena de amor, respeto, admiración y sobretodo estabilidad emocional, hijos de un mundo difícil que venían con la gran misión de ser maestros de quienes estén a su alrededor.
Por eso estoy aquí
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