La mejor de todas

Debe haber muchas personas en el mundo iguales, miles que pueden abrigar en sus corazones a mucha gente aunque no tenga su sangre ni su genética.

2 de octubre, 2015

Debe haber muchas personas en el mundo iguales, miles que pueden abrigar en sus corazones a mucha gente aunque no tenga su sangre ni su genética. Debe haber excelentes seres humanos en la tierra con los que es muy fácil convivir y con los que es muy sencillo discutir aprendiendo, tantos que son el mejor ejemplo a seguir, al menos en esas virtudes.

La mayoría podemos presumir de tener el mejor Papá del mundo, el mejor hermano, la mejor hermana, el mejor hijo o la mejor Mamá y con seguridad muchos pueden decir que tienen la mejor o el mejor amigo del mundo.

Hay una señora que con su mirada adopta amistades y se ríe con quienes parecen enemigos, ella sabe que las penurias y los sobresaltos son también una comedia que es parte de la vida,  que con una sonrisa se puede aplanar una montaña. Si digo que es la Señora más grande del mundo, muchos discutirán que conocen una igual o mejor.

Mi Lupita es la persona que a mí me toca conocer y la historia que quiero contar hoy, porque también me mueven las cosas emocionales y bellas que nos presta de repente la vida y que desde hace más de veinte años, viven de mi mano y en el fondo de mi corazón. La persona favorita de cada uno de ustedes hará la misma labor.

Me hice amiga de dos jovencitos cuando trabajé como salvavidas en una alberca en Ciudad Juárez, los días de verano sucedían uno a otro y la convivencia con ellos dos y mi hijo, de entonces cinco años, provocaron la curiosidad de Lupita, Mamá de los jóvenes.

Nos invitó a tomar limonada una tarde después de trabajar  -para conocerme- dijo ella. Era la típica tarde de los veranos en Juárez, Lupita tenía preparada una mesita y las jarras de limonada en el parque frente a su casa y nos esperaba porque los jovencitos habían platicado en repetidas ocasiones de la salvavidas de la alberca y su hijo y ella quería saber a quién querían tanto sus hijos.

Dije que ella adopta con la mirada y eso hizo Lupita con nosotros, a partir del momento que nos sentamos, platicamos como amigas de toda la vida, me convirtió en su hija y mi hijo en su primer nieto, gané tres hermanos más y una prima. Ella no necesitaba tener más familia, ya sus hijos estaban acostumbrados a tener hermanos por todos lados, solo porque Lupita decidía que era la forma de tener cerca a la gente más bonita que ella iba conociendo en su vida.

Las puertas de su casa siempre abiertas para recibir al más alegre, al desconsolado, al triste, al regañado. Para todos había lugar en su casa y en sus oraciones, decía -mi lista de peticiones para Dios es cada vez más grande y yo me siento bendecida por eso-

Hace poco más de un mes ella me dijo que estaba enferma y que no quería hablar de eso, que mejor le contara cosas divertidas y ella me contaría que su sala se había convertido en su recámara porque no podía subir las escaleras. Tuvo una operación y me dijo que aprendía cada día a vivir con una bolsa a un lado de su cadera. Me dijo que aprendía a comer diferente y caminar con cuidado, cosas que uno debe hacer siempre y que se olvida porque uno se siente inmortal –dijo.

Quise ir a visitarla, me dijo que esperara unos días porque necesitaba sentirse segura con esas nuevas cosas con las que tenía que vivir y esperaba que el diagnóstico del doctor fuera satisfactorio. Hablamos de la muerte y dijo que ella no quería morirse –Yo soy muy feliz, no me quiero morir.  Ella puede reírse de las cosas más tristes y sufrir los dolores de sus seres queridos sin olvidarse de sonreír.

-El cáncer es agresivo y determinante- me dijo la última vez que hablamos hace un mes.

La mejor Señora del mundo no debe sufrir –pensé después de colgar el teléfono. Ella no porque en su vida hubo absolutamente todo y nunca se rendía, ella no porque supo saltar todos los obstáculos y los terribles momentos que la alcanzaron. Ella ya tuvo sufrimientos y no dejó que nada le borrara la alegría en su corazón, no puede el cáncer hacerla sufrir más de lo que ella pudiera soportar.

La Señora mejor del mundo, la Mamá de muchos, la amiga de tantos. Mi amiga, cómplice, confidente y consejera no debía sufrir y no lo hizo, se fue anoche y mucho de los sentimientos y emociones que puedo tener ahora, se fueron con ella.

A ella le gustaba rezar y ahora, desde donde esté seguramente estará sonriendo y haciendo bromas, tomando su cafecito y diciendo desde ahí ¡Que Dios los bendiga! Con certeza ella le mandará bendiciones a todos los que tienen a un –lo que sea-mejor del mundo cerca. Así era ella, siempre la mejor de todas. Descanse en Paz Lupita, voy a extrañarte tanto.

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