La burla no termina, la ironía crece y el sarcasmo se hace presente en cada una de las palabras aprendidas y salidas de la boca del señor Peña Nieto, y no, no es fácil aceptar sus disculpas Sr. Presidente; su discurso del perdón fue solo la píldora para evitar la enfermedad.
La Ley General del Sistema Nacional Anticorrupción, en su artículo 3, fracción VI tipifica como delito el Conflicto de Intereses, aunque el artículo 108 constitucional establece en su segundo párrafo que, “Durante su periodo, el presidente de la República sólo podrá ser acusado por traición a la patria y delitos graves del orden común”
Si usted quiere que alguien perdone su error, debe primero aceptar que quienes están en las cárceles por el mismo hecho, son todos inocentes…digo, también han pedido perdón y también ellos lastimaron a sus familias. ¿Usted va a sacar de la cárcel a aquel que pida perdón porque cometió el mismo error que usted? Mire que he trabajado con ellos y saben perfectamente que cometieron un delito y deben pagar por ello, algunos cometieron su mismo error y están purgan sus sentencias.
Se puede fácilmente enumerar los errores por los que, en el tiempo que le queda de gobierno, no terminaría de disculparse; el problema es que, como usted no lee, no sabría de qué se trata esa lista. A partir de los tres libros se le acumularon los tropezones, aún no ha podido levantarse del primero. No señor, para imponer y ejercer una ley no es necesario pedir perdón. Como los niños chiquitos, solo cuando los descubren dicen la verdad y usted, me parece, ya tiene más de cinco años.
Una Casa Blanca, una prole maleducada, discursos mal preparados, errores garrafales en nombres de ciudades y pueblos, el gabinete elegido, es interminable, pues, el cúmulo de acciones que se pueden enlistar como errores y por los que no ha ofrecido disculpas.
Y, ante un error que se convierte, por su propia ley, en delito, ¿de qué se trata el “tan emotivo” discurso? ¿de devolverle sutilmente al pueblo los insultos que le han propinado? O ¿de hacerse el bonito y honesto después de todo el desgaste? qué le queda, ¿una disculpa pública?
(Aquí me interrumpo porque me deja pensando la columna de Eduardo Ruiz-Healy en la que nos pregunta si somos una nación de débiles o fuertes. Yo misma estaba siendo parte de los débiles en este preciso caso. Es cierto, los errores se pueden perdonar y es cierto, a muchas personas les resulta difícil pedir perdón. Prefiero, en lo personal tratar en lo posible no equivocarme por si de pronto se me dificulta ofrecer disculpas. Y acepto las disculpas de otros, a veces, no tanto por ellos, sino por salud mental y emocional. Esto en la forma humana, de la vida diaria, en comunidad, en familia).
Las disculpas de otros políticos no existieron nunca, como bien apunta la columna de ERH. Esos errores se quedaron como parte de la historia y, además, casi como muestra de que se puede hacer cualquier cosa solo por el hecho de ser presidente.
La disculpa de Díaz Ordaz, fue, sin duda un discurso. Aceptar sin resarcir el daño no tiene validez, en el caso de Díaz Ordaz era imposible remediar nada, el daño estaba hecho.
Y en el caso de Peña Nieto y la Casa Blanca es un hecho con alevosía y ventaja, porque había un interés personal de por medio, por supuesto no pensó en su posición ni jerarquía, con este y los demás errores es donde cabe la cuestión, ¿es necesario pedir perdón? ¿a qué suena? Ese dicho de “no hagas cosas buenas que parezcan malas” no aplica en la política; saben de antemano que están haciendo uso del poder, además, el discurso era obligatorio para que el Sistema Nacional Anticorrupción tome rumbo y se ponga en marcha.
¿Cómo resarcir el daño? Si el insulto existió desde que pensó en comprar el inmueble. En casa, en privado, las palabras: “No mi reina, usted no va a comprarse ninguna casa, soy el presidente y no estaría bien visto” habrían evitado ese perdón presidencial y la “irritación” del pueblo. De cualquier forma, existen muchas otras situaciones y formas corrupción a las que ahora, llamarán errores antes de ser juzgados por conflictos de intereses que han provocado “irritaciones” y dañado al pueblo mexicano.
Es su chamba señor presidente, buscar la forma de no equivocarse, de no agraviar a quien le dio su voto, a los pocos que aun confiamos en México y su gente. No se trata entonces, de perdonarlo o no, se trata de que es demasiado tarde para que crea que podemos creerle. Los delitos, los de sangre, los de miedo, los de corrupción, aunque se perdonen, no se limpian aunque se devuelvan las casas.
Y nadie guardamos rencor, no se preocupe por nosotros, tenemos una vida, por mucho, más sencilla que la de usted y no detenemos la cotidianidad, aprendemos si, a no cometer delitos que luego nos cueste la vida enmendar y saliva para solicitar un perdón.
Como seres humanos, tampoco somos peores o mejores que usted. Los errores que se comenten se viven en casa, en privado, cada uno decide cómo y cuándo disculparse, pedir perdón y sobre todo cumplir la promesa de “no lo vuelvo a hacer” ni eso ni nada que se le parezca. Nadie está exento de equivocarse, ninguno tenemos la capacidad perfecta para nunca cometer un error, solo que, dentro de la madurez, la educación y la genética que nos corresponde, cada uno sabe cuándo los errores no lo son.
Con alevosía, ventaja y poder. Entre que se cansan, se equivocan, compran, venden, roban y se les escapan; eso ya se llama de otra forma y ciertamente, el perdón no aplica, ni de ida ni de vuelta. Vamos a ver ahora, cuántos funcionarios públicos quieren disculparse públicamente y devolver los bienes antes de transgredir la ley por hacer caso omiso al artículo 58, de la misma nueva Ley General del Sistema Nacional Anticorrupción.
Por eso estoy aquí
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