Se quedaron de ver a las once de la mañana en el restaurante de la esquina. Se comunican regularmente y visitan el lugar con frecuencia desde hace muchos años. Las pláticas cambian de cuando en cuando y las novedades no son muchas. Se llamarán, 120 y 65.
A su llegada, y como ya las conocen en el restaurante, les han servido su café americano. 65 enciende un cigarrillo. De inmediato, 120 empieza con la monserga que todo fumador ha escuchado, incluídos los gestos. 120, cucharada tras cucharada de azúcar en su café, lanza la letanía: “Deberías dejar de fumar, mi mamá bla, bla, bla. Mi tía, taz, taz, taz. Mi amiga, la que te platiqué, chan, chan, chan y, además, el esposo de fulana traca, traca, traca”.
65 apaga su cigarro a la mitad y retira el cenicero, ¿te molesta el humo? —pregunta, aunque conoce la respuesta.
No, para nada, lo digo por tu salud —contesta con otro rosario— porque, ñiqui, ñiqui, ñiqui.
Se acerca el mesero a tomar la orden.
65 pide más café y una rebanada de pastel de zanahoria. 120, elije una orden de crepas de pollo con salsa de chile poblano, una torta especialidad de la casa y una rebanada de pastel tres leches. Cierra el menú y el mesero se retira.
Es que desayuné muy temprano con mis hijos antes de llevarlos a la escuela —dice a manera de disculpa— tengo mucha hambre. ¿Sabes?, últimamente he tenido algunos malestares, mucho cansancio y sueño. Falta de energía. Creo que puede ser diabetes porque mi abuelo, tá, tá, tá, tá y dos de mis tíos, calc, clac, clac.
Ven a caminar conmigo al parque en las mañanas, ya sabes que voy de seis a siete —dice 65.
No, es muy temprano para mí —se queja 120, secando el sudor de su frente— si vieras el trabajo que me cuesta levantarme para el trajín del desayuno y escuela. Y como no duermo bien, dejo a los hijos y regreso a dormir otro rato.
Llega el mesero y entrega la orden. Sigue el drama de 120 y sus achaques.
—Entonces sal a caminar un ratito en las tardes.
—No, dicen que el sol hace daño y con estos malestares sudo mucho, a lo mejor también tiene que ver con la menopausia.
—Bueno, al atardecer. No es tan tarde, el parque está cerca de tu casa y está muy iluminado.
—Es que, en la tarde ya estoy con lo de las tareas y uniformes, ya sabes. Tú porque eres muy organizada.
—No, bueno, también tengo todas esas cosas con los niños y las escuelas, solo que me gusta darme un tiempo para mí. También me canso y me aburro, por eso procuro salir a caminar y los fines de semana me llevo a los niños a andar en bicicleta.
—Primero tengo que ir a que me revise el doctor, a lo mejor necesito medicina y algún tratamiento. No vaya a ser que me dé un telele mientras camino.
120, termina sus crepas y empieza con su torta. Mientras, 65 sigue con su rebanada de pastel y el café.
Ha terminado la charla, pagan la cuenta. 65 se levanta, se dirige a la salida y tiene que regresar porque a 120 se le han atorado las rodillas y no puede levantarse.
Dijeron los del restaurante que 120, esta vez comió poco y que siempre hace que 65 apague su cigarro.
¿Qué tanta prudencia se necesita para que 65 no le haya dicho que deje de comer, que haga ejercicio, baje de peso y bla, bla, bla, bla, que es lo que la tiene con esa plaga de malestares?
Parece que la intromisión no tiene lugar, porque 65 fuma y tener ese hábito prohíbe a los fumadores juzgar o criticar a cualquiera, en este caso, a su acompañante que pesa 120 kilos.
Obesidad y tabaquismo, dos males que no siempre pueden convivir en una misma mesa.
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