No me gusta que los sobrevivientes, los rescatados, los familiares de las víctimas de las tragedias se presten a las televisoras para dar sus testimonios, me parece que le resta importancia y valor a su experiencia.
Sí, son muy válidas la historias que surgen después de una tragedia, lo malo es que pocas veces sirven de ejemplo para todos, muchos solo lagrimean un rato y se duelen del dolor ajeno como eso si hiciera más humano a quien se planta frente al televisor.
Si las personas quieren compartir públicamente sus experiencias como terapia para aliviar en algo su pena y quieren dar a conocer la fuerza que reconocieron en sí mismos a partir de la tragedia y el dolor, pudieran mejor unirse entre ellos, hacer un llamado a una editorial que les publique sus historias y la gente que en verdad quiera aprender, se obligue a leer contenidos humanistas, que conserven los testimonios y se recuerden que el ejemplo y el sacrificio es capacidad de todos los seres humanos, que no se debe esperar a vivir un infortunio para saberlo y ponerlo en práctica.
De historias así, se hizo aquel popular (popular de populoso) programa de Silvia Pinal. La gente mandaba cartas contando sus historias, los escritores, medio le daban forma y servían para que los actores con exclusividad las recrearan como parte de sus contratos, les gustara o no. Esa fórmula se extendió con otros programas ya conocidos, fastidiosos, absurdos y pésimamente interpretados por actorcitos en ciernes (muy malos, por cierto).
Es tan pobre la creatividad que impera en las televisoras, que deben sostenerse de historias o noticias diarias para despedazarlas en un programa que cuesta dos pesos partidos por la mitad. Como cuerda para ahogados, han tenido que asirse de cosas ya creadas, dichos, refranes, rosas, vírgenes y santos. Muy sencillo, es gratis, y las televisoras obtienen altas remuneraciones.
Los temblores y sus consecuencias les caen como anillo al dedo y deciden hacer de la tragedia un espectáculo que, de no ser porque los afectados aceptan las invitaciones, las televisoras no tendrían nada.
Recordando uno de esos programas unitarios, ni les cuento lo que pasó en “Como dice el dicho”, porque nunca supe lo que debí haber hecho cuando, unos meses después de transmitido, una amiga me dijo el chisme. Me robaron en despoblado, un argumento con todo y personaje. Ese alguien tramposo, estaba obligado a cumplir con un programa unitario y con mi libro en mano, cumplió. Lástima, es un buen actor y por las prisas de grabarlo, desbarató el personaje dándole suficientes cambios para que no se notara el plagio.
No, las cosas importantes no se hablan con cualquiera si no se ha pensado muy bien lo que se puede hacer con las experiencias personales, los textos, las ideas o los libros publicados. Sobre todo, si eso significa un ingreso económico.
Los testigos de las tragedias tienen como público a todo el país y solo las televisoras y los rascuaches conductores de los programas de revista son los que ganan. Los demás, los protagonistas, salieron en la tele. Las apariciones de los sobrevivientes y testigos no son hechos de humanidad que a la televisora le importen, son momentos que representan mucho dinero para la bolsa de pocos.
Hay experiencias que valen y no tienen precio, otras, cuestan mucho dinero. Todas las entrevistas, todos los enlaces, toda la difusión que tengan los rescatados y sus familias son dinero para la televisora, ojalá supieran venderse hasta que les llegaran al precio.
Por otro lado, y sobre el mismo tema, aparecieron páginas digitales que están convocando a que la gente cuente su historia para ser publicada, otra vez, sin pagarle a ninguno. Y si el libro en cuestión existiera sin haberse exhibido antes como comercial de papas fritas, con seguridad a nadie le importaría, no muchos lo comprarían y sabríamos la realidad, eso de que otros sean un ejemplo, es solo una frase que suena bonito.
Contar la historia y la experiencia debe tener ganancias para el afectado porque las experiencias, además de valer, cuestan mucho dinero.
Por eso estoy aquí
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