Enediana, la poesía

Tuve el privilegio de presentar a Elizabeth Cazessús y digo privilegio porque según los protocolos de presentaciones literarias, un grande presenta a otro grande. Y...

6 de octubre, 2015

Tuve el privilegio de presentar a Elizabeth Cazessús y digo privilegio porque según los protocolos de presentaciones literarias, un grande presenta a otro grande. Y me encuentro con otros grandes y de trayectoria importante que no consideran tamaños ni estaturas, consideran sencillamente sensibilidades de igual nivel que se pueden compartir.

“Enediana” es el poema que le da título a la compilación del trabajo literario de varios años de Elizabeth Cazessús y los atrapa en un libro que entrega orgullosa para los ojos, las debilidades y las emociones de quien se atreva a leerlo. Ella es poeta y los poetas son seres casi solitarios porque sus libros, a pesar de ser pequeños y de textos reducidos, son grandes pensamientos que no todos perciben, entonces esa lejanía de lectores convierten al poeta en un feliz solitario como Elizabeth que llora, canta y baila la poesía para que suene lejos y les llegue a todos.

Conocer a una personalidad de cualquier ámbito resulta una experiencia emocionante para cualquier ente común, en una situación así, puede no pasar de una mirada a distancia, un saludo fortuito en el camino, una sonrisa teatral, una fotografía y el olvido inminente en la mente de dicha personalidad.

Saber el trayecto de un personaje como Elizabeth, que ha llevado sus pasos por el camino de la sensibilidad, de la curiosidad por ser y dejar de ser, de saber por hecho que el trabajo de reinventarse como poeta es de todos los días. Estar en la circunstancia para saberlo de primera mano, de escucharlo de primera voz a primer oído, lo convierte en una experiencia especial porque nos regala la oportunidad de convertirnos en testigos.

Durante el recorrido de Cazessús en ésta recopilación de “Enediana” nos permite ser eso,  testigos de un camino que recorrió sola, que en soledad abrazó momentos, escudriñó recovecos tanto de un mundo material, como el suyo muy espiritual para lograr ése encuentro de la mujer con la tierra, con la sal, con el universo y equilibrar un tanto cuanto a la humanidad con ella.

En “Confesión de un Itinerario” nos conduce de la mano a los adentros de su poesía, nos invita a andar paso a paso el trayecto que ella ya recorrió sin saber que un día cualquiera nos lo estaría contando con libro presente.

Después de leer su confesión, me he convertido en cómplice y con honor me tomo las atribuciones que le corresponden a ese título. Después de leer ustedes a Elizabeth,  sabrán también que la complicidad tiene un deber y lleva consigo una repercusión, volver a leer, releer, buscar y rebuscar entrelineas.

Tener curiosidad por conocer  la noche aquella  en  que escribió “Boca” o tratar de imaginar la soledad que oscureció el viento mientras escribía “Sin Ángel, ni Demonio”.  Las letras todas surgen de un espíritu activo y revolucionario, de sus rituales y danzas, de sus nublados y estrellados cielos y de sus más profundas revaloraciones delante del espejo.

Querer saber cómo es la Sierra Madre de Jalisco desde los ojos de la poesía que los viajes de turista no enseñan, querer saber de primer intento, cómo bailan los indígenas cuando lloran, cómo sienten cuando deja de llover. Entender lo que dice la tierra cuando cansada, lanza las poesías que Elizabeth supo atrapar.  

Adentrarse y saborear los “Mandamientos de la Dama Infiel” que lleva mucho más allá de una simple, llana y superficial infidelidad mundana, es la intención de ser siempre fiel a los preceptos y adeptos que como seres humanos somos capaces de establecer en la intimidad, con la furiosa e intempestiva amiga llamada soledad.

Sus letras y su poesía, ésta presencia y ésta convivencia literaria nos asegura que “No es mentira éste Paraíso” como nos cuenta en una de las flores que conforman su ofrenda.

Lejos de querer conocer a la poeta rebelde en sus profundidades, nos queda la hazaña pendiente de adentrar nuestro propio ser en sus textos, hacerlos nuestros, llorarlos, soñarlos, vivirlos, adueñarnos de las letras que ella entrega como un homenaje de sus primeros siete títulos publicados.

Sus años de camino como poeta sobre las líneas que conforman Enediana, nos enseña a una Elizabeth completa y a punto de emerger en alguien más que aún no conocemos, quizá un día seamos de nuevo testigos de ése caminar que volverá a entregarnos con palabras, de las que también nos adueñaremos, con la misma pasión con que sean escritas.

Presentar libros es una cosa, presentar al escritor es una experiencia que queda siempre como compromiso para compartir y en esta ocasión mi compromiso, después de haber leído Enediana, es recomendarla con admiración y respeto.

El poema que abre las páginas,

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