La temporada decembrina, obliga y regala pretextos para que las fiestas y reuniones de siempre, se llamen posadas. Nadie pide posada, ninguno toca puertas ni canta villancicos, nadie rompe piñatas ni lleva aguinaldos llenos de colaciones y tampoco cargan peregrinos.
Las fiestas en diciembre son fiestas como otra cualquiera, la diferencia es que todos usan abrigos, bufandas rojas y gorros de Santa Claus. Las mismas reuniones, la misma gente con la que han salido todo el año a los mismos lugares. En las empresas, los odiados obreros y compañeros se deben sentar unos junto a los otros en un comedor a intercambiar regalos que nadie quería comprar.
Cuando la obligación manda, las fiestas navideñas son una real tortura para muchos. Para los patrones que están obligados a organizar una cena y cumplir con sus empleados. Las empresas hacen dos, tres, cuatro posadas, la de compañeros buena onda, la de cuates, la de compromiso con los proveedores y la del montón restante. Regalan cosas, hacen rifas y se emborrachan.
En una posada y durante el mes de diciembre todos le entran con ganas al alcohol haciendo los usuales ridículos y desparpajos anuales. En las posadas de oficina, siempre se conoce cómo son los compañeros borrachos y no faltan los deslices provocados por el devaneo de los alcoholizados.
En el centro de Tijuana, la avenida Revolución que recibe al turismo alcohólico cada fin de semana, se pueden ver los bares que anuncian su posada navideña, que es lo mismo de cada fin de semana solo que ahora tienen una santa closa vestida sexy en la entrada y promociones en cerveza y bebida nacional. Los jaladores en las puertas cambian su frase de bienvenida: “Entren tantos pedos gringos, pedos gringos, reciban la promoción…”
“En el nombre del cielo, os pido posada” parecen decir los limosneros y cientos de vagabundos que deambulan, nadie les hace caso porque eso de las posadas decembrinas con olor a pino fresco y espíritu de fraternidad se diluye entre la borrachera, las drogas y el desenfreno de las calles.
Pocas son las personas que se abocan a la tradición y a la costumbre de las posadas que representan el cobijo, la ayuda, la unión y la fortaleza de las familias. Quizá sea porque los comandantes de la religión han hecho que la industria del clero se desbarate y sean cada vez menos los creyentes.
Con la mercadotecnia, las posadas se convierten en una fiesta cualquiera y, “en el nombre del cielo” bien puede ser el nombre de una cantina que funciona día y noche durante todo el año. Los peregrinos, son los que se van a la Villa, atiborrando camiones, pagando mandas sangrándose las rodillas y todos pierden su silla. Otros peregrinos, pagan rondas de cerveza sangrándose los hígados y los bolsillos, muy pocos reciben la nochebuena en santa paz rodeados de seres queridos.
Fingir afectos, congelar sonrisas, jurar amistad eterna, regalar por compromiso, aceptar las invitaciones a todas las posadas, emborracharse, comer en exceso y hacer compras de pánico, es la temporada navideña, es la tradición, ¡ah! eso sí, que no se le ocurra a uno no montar el arbolito, no poner el nacimiento y no adornar la casa, porque eso sí es una blasfemia.
Y entre villancicos, campañas políticas, leyes mordaza, obligaciones y peregrinaciones a la Villa, ¡en el nombre del cielo! qué temporada más revuelta, oscura y nublada, así nosotros y el cielo, cada día más pegados al suelo.
Por eso estoy aquí
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