Sucede muchas veces, los jóvenes tienen al alcance la tecnología que les permite hacer trampas y salir del paso con sus tareas. Sucede muchas veces, que los maestros lo pasan por alto o simplemente no se percatan de ello.
Sin la alevosía de los cobardes, una chiquilla de secundaria presentó una tarea copiada de internet. Ella es una buena estudiante, es educada y como todos los chicos de su edad, rebelde. Para hacerle ver su equivocación, los maestros nos reunimos para decidir la forma en que abordaríamos el tema; propusimos tener una plática en la que ella pudiera encontrar un beneficio, que fuera una experiencia que recordara sin sentirse avergonzada.
La idea de hacerle saber que nos dimos cuenta de la copia/plagio en su tarea, era muy importante porque la composición que entregó, se expuso ante la junta de padres de familia y en este caso, todo estábamos involucrados en la trampa. Como primera receptora de la tarea, yo era responsable de la investigación y no la hice y, porque conozco sus trabajos y su capacidad para redactar su pensamiento ordenado, no creí necesario corroborar en internet como normalmente hago cuando las tareas son incongruentes a los trabajos en el aula.
Pasados unos días, volví a leer el texto de la alumna. Por una serie de palabras, me saltó la curiosidad, entonces, tecleé la primera frase en el buscador que me llevó al texto completo, exacto. Sentí irresponsabilidad porque cuando la entregó, la felicité e hice alarde de la tarea con otros maestros, que, a su vez, la felicitaron también.
Debíamos, cuanto antes, hablar con la jovencita. De no hacerlo, le habríamos dado permiso de hacer más trampas, de pensar que sus maestros somos tontos y que nos creemos todo, que podemos calificar con excelencia un trabajo copiado. Por otro lado, si existen padres de familia incrédulos o curiosos, habrían detectado la trampa antes que yo, y me acusarían de inepta.
Por más que la reunión con la alumna fue sutil, que le dirigimos palabras suaves y cálidas, ella no soportó la vergüenza. Lloró, cubrió su cara con las manos y masculló una ahogada disculpa, disculpa que aceptamos. Después, ella tendría que hablarlo con sus papás y de tarea, hará un ensayo del texto explicando por qué lo eligió y por qué lo escrito tiene que ver con su mundo, citará al autor y escribirá cuánto se parece a ella lo que dice la composición.
Una de las maestras, le dijo que las cosas que escriben otros pueden ser tan nosotros, por ejemplo, una canción que dedicamos fervientemente a alguien porque dice lo que sentimos. Lo mismo sucede con las poesías y con las frases que encontramos todos los días en los libros o en internet.
Todos hemos sentido esa angustiosa vergüenza cuando nos cacharon en una travesura, una maldad, en una trampa, un engaño o una traición. La vergüenza hace que la sangre corra veloz por las venas y se estacione cerquita de los ojos para dejarla salir en un estallido de lágrimas. La intención de los maestros, era que ese momento, ella no lo recordara con amargura porque es una buena niña y es sensible, creo que le tomará un tiempo antes de sentirse del todo bien.
Los seres sensibles, como la estudiante en cuestión, lloran y se disculpan. Los seres sensibles, como los maestros que hablamos con ella, aceptamos la disculpa y nos mantenemos firmes confiando en su capacidad. En lo personal, tengo la seguridad de que un día, ella redactará un texto muchas veces mejor que el encontrado en internet.
Qué bonito se puede hablar cuando, al profesionalismo y a la ética, se le une la empatía y el cariño. Qué bonita es la gente joven que sabe escuchar, aceptar, disculparse y, después de abrazar a sus maestros, darle vuelta a la página y avanzar.
Por eso estoy aquí
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