Cambia el número en el calendario y aparece un 18. El ocho, siempre me ha parecido un número elegante, casi solitario, altivo, me suena a grandeza a sobriedad. Así como las letras y las palabras tienen un ritmo y un sonido característico, los colores se hacen de tiempo y los aromas de recuerdos, así los números tienen su gracia.
Ocho es todos los números, un signo infinito, dos círculos unidos, dos ruedas o un osito si le dibujamos unas orejitas. El ocho son dos rostros fantasmales a los que hay que regalarle ojos y boca y una nariz, pestañas y un par de cejas para que hable.
El siete no, y los otros son líneas formando ángulos y aunque se dice que el 7, es un número de buena suerte, cabalístico, hablo de la forma, el sonido y el sentido del ocho. Si, los números, como las palabras se sienten. Los otros no se sienten, solo son.
El ocho se siente y es. Suena y se mueve, es pues un bailarín. De suerte o no, el ocho me parece bonito. Sea por la conveniencia de querer creer que el año 2018 será un año que no sepa contar muertos, un año que tenga agallas para defenderse de los agravios y llegue a darnos una sobadita en las emociones como disculpando al siete por tanto desconcierto acumulado.
De suerte o no, de buenos augurios o no. Si para despedir al 7 usaron calzones amarillo o rojos, se colgaron o descolgaron el velo de novia, se pusieron a barrer y se tragaron las uvas e hicieron todos los rituales, para recibir al ocho, habrá que hacer una reverencia porque llega solito, sigiloso, compasivo y bonachón quizá quiera sanar un poquito lo lastimados que nos dejó el siete.
Un símbolo infinito como el ocho con su che determinante que en el segundo mes, será compañero en la distancia del Perro de Tierra, (no sé qué otro perro exista en China, solo conozco los que caminan sobre la tierra); el caso es que viviremos el año del perro y esto es lo que pudiera intimidar al doble círculo.
De perradas y periodicazos se conoce al mal tiempo, de perro se conoce la catástrofe, la carencia, la tristeza y el ocho como año, no ha sido condescendiente ni compasivo, al contrario, ha sido arrollador y desafiante; son los años terminados en ocho los que han marcado, remarcado y dejado una cicatriz que no sana.
Han sido años en los que los golpes duros y en seco, directo a la cabeza y a la razón han pegado con más fuerza, sea por eso que la credibilidad en lo que sucede desde las sillas del gobierno al día de hoy, ya es nula.
Contando en décadas los ochos por los que he pasado, provoca que me tiemble la razón. Yo que quería darle al ocho, el beneficio de la duda y al perro del año chino, una oportunidad de echarse a tomar el sol, resulta cruento el breve recordatorio:
68. Adolfo López Mateos. La rebelión de los estudiantes contra el estado. La matanza de Tlatelolco y la Olimpiadas que más que himnos y goles, fue un triste compromiso que se debió cumplir entre aplausos, rabia y muchas lágrimas.
78. Luis Echeverría Alvarez, la devaluación y la crisis, un gran daño en un pobre año. Las golizas que recibió la Selección Mexicana en el mundial de futbol en Argentina, especialmente el vergonzoso marcador 6 – 0 con Alemania, sin haberlo superado hasta hoy.
88. Otro daño. Carlos “Salido del Atari”, el año que cayó el sistema (y se quedó caído) a la fecha, viviendo las consecuencias. La repetición de los ochos, año doblemente dañado, triste y desolador. Se asoma la continuación en 18, sistema caído.
98. Se firmaron convenios de educación, ecología, salud, telecomunicaciones y narcotráfico entre México y Canadá; esos papeles duermen en los archivos muertos, así como duermen los primeros cuatro rubros porque, del quinto, ese ya se sabe. Subió la gasolina un 15% y bajó el precio internacional del petróleo. Se murió Octavio Paz.
08. La tragedia de la discoteca New’s Divine. El atentado en el Centro Histórico de Morelia. La muerte de Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos y, para que no se diga que solo muertes, se desnudaron 45,000 personas en el zócalo.
Como terminación, el número ocho parece no servir ni para reintegro. Pobrecito ocho, tan bonito que suena, tan sutil que se siente, tanto que lo quiero presumir de altivo y se atreve a contarme lo cruel que ha sido. Con todo, voy a creer que, el uno que lo antecede le regalará una buena dotación de compasión, por lo pronto, voy a pintarle unos ojitos y una boca sonriente, una nariz, pestañas y un par de cejas… a ver si no le salen cuernos apenas llegue el perro de la tierra y se pongan a pelear.
Por eso estoy aquí
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