El clóset

Un armario, un ropero, una cómoda, un mueble con espacios huecos dentro de una recámara...

18 de noviembre, 2016

Un armario, un ropero, una cómoda, un mueble con espacios huecos dentro de una recámara es el lugar en el que se pueden guardar infinidad de cosas.

Reclamar el espacio en un clóset parece una tontería, sin embargo, es en realidad un espacio de pertenencia, de intimidad, de propiedad. Ahí se guarda el orden, el secreto, la risa, el llanto silencioso, un grito desesperado, una alegría muy personal; se guardan cosas que son solo de uno y nadie tiene derecho a espiar, ni siquiera preguntar. El espacio no es solo para la ropa, ahí está siempre lo mejor y lo peor de cada uno. La individualidad y los secretos.

Nos prestan, cuando niños, un lugar para guardar además de la ropa, un montón de tiliches. No importa lo que un pequeño meta en los cajones y tampoco importa el desorden que exista, los adultos siempre se encargarán de arreglarlo igual como se hace con la educación diaria. En otra edad, el trabajo es de cada quien, su propio tiradero, su propio desbarajuste y mantener el clóset cerrado basta para no escuchar regaños.

Encontrar el par de zapatos es la primera señal de desorden y la primera advertencia de la prisa con que se empieza a vivir. De adolescentes, nada está en su lugar, ni las neuronas, ni los pensamientos, mucho menos los calcetines; si esto es un reflejo de la personalidad, todo se irá aclarando y afirmando con el tiempo, durante la vida y dentro de todos los roperos que se tengan.

En algún momento, el clóset será compartido por mitad con los hermanos, no se revuelven las pijamas ni los pantalones y cada mitad tiene un nombre, ya sea por el orden o por los gustos en el arreglo de la ropa y casi siempre habrá, debajo de las camisas o los suéteres, una cartita secreta o un monedero con los ahorros robados del cambio. Es el único lugar que pertenece a cada miembro de la familia y nadie tiene derecho de abrirlo, aunque no tenga candados o cerraduras.

La intimidad emocional se defiende desde que sabemos que hay un lugar para guardarla y se llama clóset, ropero o armario. Es cierto que los adultos son bastante curiosos y echan una mirada de vez en cuando para asegurarse que no se ha guardado nada extraño o peligroso, sin embargo, esa intimidad del clóset interior, el de adentro de cada uno es inaccesible, ahí no pueden entrar los ojos de nadie.

De jóvenes adultos, todo ahí adentro cambia su forma, su orden y la protección con que se llena o se vacía aún cuando siga siendo compartido con los hermanos. Se esconden palabras en forma de ropa, secretos en forma de chamarra, gritos en forma de zapatos, enojos en forma de pañuelos o alegrías en forma de accesorios. Pocas veces se dice lo que cada cosa representa en la vida interior de sus propietarios.

En otro tiempo, el espacio se vuelve a compartir con otro individuo de sangre y genética diferente, el compañero elegido con quien se intenta ordenar un clóset igual, como se intenta organizar una vida en común.

Ya en pareja y con el tiempo, no se sabe en qué momento las pertenencias de uno se convierten en el triquero del otro y el orden personal poco a poco deja de existir; de pronto, cada uno quisiera exigir su espacio con un solo aroma, parecido al lugar de antes, en donde solo había calzones y perfumes de uno.

Un ropero también se llena de ropa vieja, desgastada, sin botones, de tallas mínimas o extras, igual como en el clóset interior, se han guardado resentimientos, rencores, pensamientos obsoletos y recuerdos de gente que desapareció. La ropa nueva no cabe, de la misma forma que no caben, en el interior, nuevos pensamientos, emociones o nuevos afectos.

Invadir, husmear u ocupar el espacio del otro sin permiso, es como abrir la correspondencia personal. Se llama delito en lo postal, en lo personal se llama grosería e insolencia; si en un cuarto, alguno deja el clóset vacío por cualquier razón, nadie tiene derecho llenarlo sin autorización del dueño de la habitación, de otra forma, lo que esto representa, es una total falta de respeto.

Ha de ser por todo lo anterior, que un clóset se atribuye como símbolo a los que no se atreven y prefieren permanecer en ese espacio tan importante en la vida de los seres humanos, el rincón para los secretos. Y no es solamente para jugar a las escondidas, ni para ocultarse de la sociedad, es el reflejo del mundo interior que cada uno quiere atesorar; no importa de qué se trate, ese lugar se respeta pésele a quien le pese y para ser utilizado o invadido se debe, por obligación, pedir permiso.

El sentido de pertenencia se persigue desde el momento de nacer. La cuna, la casa, la calle, la ciudad, los amigos y enemigos también, el entorno de trabajo, el de la vida social, la familia y las cosas. Así, en reducida comparación, lo único que puede quedar como valiosa y muy respetable pertenencia, es, el clóset.

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