Las invitaciones no aceptadas, las justificaciones para no asistir a una reunión, la falta de diálogo, la ausencia, el silencio y la distancia física pueden alejar a los amigos virtuales. Con papel, sobres y correo ordinario, las distancias se acortan y no existe la despersonalización en la comunicación.
Hace años cuando no existía el internet como herramienta de comunicación, cuando los carteros tenían muchas noticias malas y buenas para repartir de casa en casa. Cuando los buzones de las casas se llenaban de tarjetas de cumpleaños, felicitaciones por navidad, de cartas de los familiares repatriados, condolencias y telegramas; se llenaba de personas en forma de letra. A veces, se esperaba en la puerta de casa la hora de llegada del cartero que, puntual, cuadra a cuadra en su bicicleta y morral de cuero al hombro saludaba atento sin saber si la noticia que entregaba era agradable.
Las cartas recibidas invariablemente empezaban con un obligatorio: “Querido (a): Disculpa que no te escribí antes, pero es que…”, seguido de: “espero que tú y tu familia se encuentren bien de salud”, para terminar con el riguroso: “escribe pronto, te quiere, tal”. Ensalivar el sobre, comprar el timbre postal, abrir la bandeja del buzón de correos, deslizar el sobre y verificar de nueva cuenta que la carta cayó en su lugar; a unos pasos del buzón por alguna razón se echaba un último vistazo a la caja postal, quizá la carta se salió volando o el correo como magia ya iniciaba su recorrido.
En la escuela primaria se aprendía cómo escribir una carta: la letra debía ser legible, el vocabulario completo y educado, la sangría, los párrafos, el saludo y la despedida; el lugar donde debía escribirse el remitente y el destinatario, además de la esquina correcta para pegar el timbre postal. (Alguna vez se dijo que si el timbre se colocaba al revés, significaba el envío de un beso a manera de complicidad). Si una carta no llevaba la dirección correcta se devolvía al remitente y la desilusión aparecía en el rostro del escribano por haber recibido su misma carta y no la contestación anhelada.
Había cajas de papel con diferentes diseños para escribir cartas en todas las papelerías, oficinas de correos y buzones por todos lados, el cartero de la colonia era conocido por su nombre y el 12 de Noviembre la propina de regalo para celebrar al cartero no podía faltar.
Los tiempos cambian y la nostalgia hace mella porque las redes sociales y el correo electrónico acercó tanto al mundo, que el mundo mismo parece alejarse. La comunicación electrónica provoca la despersonalización de las misivas, la carencia de detalles o la exageración de éstos; la falta de vocabulario y la inexactitud de los destinatarios, la publicación de una noticia muy personal se hace tan pública que deja de ser significativa. Los grandes momentos en la vida de una persona no son más una complicidad, los besos ya no son con un timbre al revés ahora son con monos y se sienten de una fría manera.
‘El que corre’ les llamaron a los mensajeros que corrían relevos de casi 10 kilómetros para entregar información importante entre las comunidades. Después de correr, se subieron a un caballo, luego a la bicicleta y los actuales ya no corren y no siempre les vemos el rostro, andan montados en su motocicleta ataviados con un enorme casco de protección, al menos en las motocicletas es más difícil que los alance un perro.
No olviden felicitar al cartero en persona, esperando que él mismo recuerde que desde el 12 de noviembre de 1931 se conmemora a los personajes que se encargan de alimentar los buzones metálicos con todo tipo de noticias y por supuesto, los recibos para pagar las cuentas. ¡Feliz día, señor Cartero!
Por eso estoy aquí
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