Daniela

El 20 de septiembre, la sala de espera en el consultorio de oncología estaba llena.

18 de octubre, 2016

El 20 de septiembre, la sala de espera en el consultorio de oncología estaba llena. La computadora del doctor se desprogramó por lo que se acumularon los pacientes con cita desde de las ocho de la mañana; eran las 11:00 am y seguíamos esperando es pues, una sala de espera y quienes la habitamos somos pacientes.

Para mí, nunca fue desesperada la espera, nunca esperé con ansias un día específico, ni una cita, ni una sesión de quimioterapia, me hice amiga del tiempo como sea que debiera transcurrir.

Hace frío en la sala, el aire acondicionado nos tiene temblando a todos. Salimos de vez en cuando a la explanada del hospital, afuera llueve, el aire es húmedo y templado, es la lluvia de una tormenta tropical llegando del pacífico.

Daniela tiene cuatro años y espera junto a su mamá en la banca que comparto con ellas.

¿A ti también se te cayó el pelo? -pregunta Daniela- te ves bonita -asegura tocando mi cabeza- es como una flor de hielo -agrega.

¿Cómo una flor? -pregunto- y, ¿vas a contarme por qué de hielo?

Porque está fría -dice- ¿Si sabes que la flor de hielo es la más poderosa? Esa no se derrite, protege y cubre a todos.

Yo no sabía que existe una flor de hielo Daniela, a ver, vamos a escribir eso que acabas de decir -digo mientras saco mi libreta.

Ella repite: “La flor de hielo es la más poderosa, esa no se derrite, protege y cubre a todos” yo tomo el dictado atenta y le pregunto si quiere dibujarme esa flor en una hoja.

Yo no sé leer -dice mientras acomoda la libreta en sus piernas y empuña la pluma para dibujar, me explica los dibujos:

“Esta es la flor de hielo que vive en la punta de una montaña, cerca del sol junto a la luna y cerca de una casa que se llama Todos, ésta es una gota de agua que es un pico como la montaña, es así porque solo cae en donde tiene que caer, no como las otras lluvias que caen en todos lados; está picuda porque es de las hadas de magia y es de vidrio, no de agua, de todas maneras, es lluvia”

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Mientras la niña cuenta todo esto, su mamá entra al consultorio y las personas en espera, vuelven sus ojos y sus oídos a la vocecita tan clara como bien vocalizada. Daniela no ve a nadie, sigue dibujando. Luego pasa la hoja y dibuja también la “flor de fuego”, dice que suena como una campana. Después dibuja la “flor del desierto”, dibuja otra vez la flor del hielo que ahora tiene nombre “Ubelia” y me da la libreta para escribir el nombre, ella lo copia.

Salta a la otra hoja, dibuja un corazón y me mira.

Es tu corazón que tiene alas -dice- y ésta, -señala- eres tú, una sirena con alas.

Pone la pluma en su barbilla y mira hacia arriba: “debe ser divertido poder nadar y volar también”.

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¿Tú sabes nadar? -pregunta sin mirarme.

Sí, sé nadar, solo que no sé volar, yo sé escribir e imaginar como tú.

¡Ah! entonces las dos sabemos volar -sonríe divertida y cierra la libreta cuando ve salir a su mamá del consultorio:

¡Mamá, mira! -grita- escribí mi nombre en la libreta de Luisa y aprendí las vocales “a-e-i-o-u” y escribí su nombre y el nombre de la flor del hielo. Luisa, ¿le puedo enseñar a mi mamá mis letras?

Me regresa la libreta cerrada. Adiós, Luisa -dice tomando la mano de su mamá.

Antes de dar la vuelta al pasillo grita "¡Adiós flor de hielo!"

La flor de hielo, la campana, la gota picuda y la lluvia.

El 21 de septiembre, me toca estrenar la nueva sala de quimioterapia en el hospital. Rosy, la enfermera de siempre no está, nos atiende un enfermero que acaba de llegar. Es esta la temporada en que adentro de los edificios hace calor y afuera ya está refrescando, entonces también nos recibe un potente aire acondicionado.

En mi sillón (elegí uno de la sala anterior) tiemblo, me acurruco abrazando mis rodillas, en verdad hace frío en esta sala. Una enfermera me trae un cobertor. Después, se acerca el enfermero que con cuidado busca mi vena. Yo cierro los ojos como siempre, implorando que no me duela, que no se sienta el químico en ninguna parte, que no me provoque malestares; no siento el piquete de la aguja y el líquido que prepara las venas empieza a hacer su recorrido.

Algo le pusieron al medicamento hoy -digo en voz alta- estoy viendo caricaturas en la bolsa de la basura y siento que me elevo. A nadie le importa y me quedo dormida.

Cuando despierto, la última quimioterapia ha terminado. La sexta sesión fue tan apacible que pasó casi desapercibida. Me levanto del sillón y recuerdo a Daniela, tenías razón pequeña -pienso mientras doblo el cobertor para entregarlo- la flor del hielo protege a todos, la gota picuda solo cae en donde tiene caer, escuché la campana y sí, volé y nadé en mis pensamientos mientras dormía.

Los seres humanos, no importa la situación que estemos viviendo, somos siempre magia y los niños, vienen muchas veces a recordárnoslo con palabras, sonrisas o con dibujitos en una libreta.

Ha terminado el recorrido de las quimioterapias y fui esa sirena con alas, las hadas de Daniela hicieron magia en la aguja. La gota picuda entró en mi vena como algodón. Los químicos atrapados en la bolsa colgada del perchero, como la lluvia y el sonido de la bomba que cuenta el goteo, como el sonido de la campana que hace la flor del fuego.

Seguiré siendo en adelante, todas esas flores, la sirena con alas, el hada o la gota de lluvia por si acaso alguno necesita de todo eso alguna vez.

Las experiencias, los momentos, los aprendizajes y las llamadas coincidencias son incontables y me siguen sorprendiendo todos los días. ¿Cómo no estar agradecida?

El Pueblo Mágico que acepté conocer hace nueve meses, la vereda que quise caminar, todo el regalo absoluto que recibí con manos desocupadas, ha terminado.

La puerta, al final del pueblo está a punto de cerrar y la cerraré despacito en una especial reunión el 27 de octubre a las 7 de la tarde en la Casa de Cultura en Playas, en compañía de los que quisieron recorrer el trayecto conmigo y de quienes, en lejanías muy cercanas estuvieron junto a mí.

El cáncer, que quiso ser mi enemigo lo convertí en mi amigo, lo tomé de la mano, lo viví, lo disfruté y él, tan avergonzado como contento, me ha dicho adiós; casi me parece que dijo: gracias. Yo también digo: Gracias, a los “Todos” de Daniela.

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