No es preguntarles qué quieren ser de grandes, sino cómo quieren ser. A la pregunta, generalmente un niño pequeño responde “como mi papá”, lo que contesta el cómo y no el qué.
¿Qué quieres ser en el futuro? un chiquillo contestó: “en el futuro quiero ser grande”. Otro, dijo que quiere ser campeón de videojuegos, los demás quieren ser futbolistas y todos coinciden en que para ser algo de eso, no necesitan estudiar, ni siquiera deberían ir a la escuela, dijeron. Existen casos más patéticos, niños que quieren ser narcos y jóvenes que ya son; como en todo, hay también honrosas excepciones, chicos que saben salir del montón y se enfocan en crecer sabiendo.
Con mala fortuna para el mundo, en muchas escuelas, sobre todo en las particulares, la consigna es hacer deportistas competitivos para que el nombre de la institución sobresalga y como ya no se permite reprobar el grado, los alumnos crecen creyendo que son futbolistas; cuando se dan cuenta que para ser campeones necesitan pensar, concentrarse, estudiar, ser disciplinados, cuando se topan con reglas, ordenes y la rigidez que ser campeón requiere, hasta ahí llegan las patadas y los goles, si no antes se fracturaron una pierna y su corto camino en el futbol se acaba.
“Las materias de la escuela no van a servirnos para nada” alegan la mayoría de los muchachos. Puede ser que algunas de ellas no sean de utilidad y las olviden en cualquier momento, sin embargo, aprender cosas, todas las cosas, sirvan o no, hace que el cerebro tenga un ejercicio continuo. Recibir información es un entrenamiento para aprender a acomodar y ordenar las ideas, las metas, los sueños, y diseminar lo útil de lo superfluo. La escuela, y lo que se aprende ahí, es el calentamiento cerebral que se necesita para ganar cualquier competencia en la vida.
Entre todos los niños, adolescentes y adultos jóvenes que asisten a mis clases, encuentro que ya ninguno quiere ser ingeniero, doctor, arquitecto, enfermero o maestro, apenas un par de chiquillos quieren ser bomberos o policías, ni hablar del sacerdocio o de religiosas de una congregación.
Aunque los chicos no lo crean, hubo un tiempo en que había niños que querían ser sacerdotes, ir al seminario y estudiar teología. Hubo otro tiempo, hace mucho más tiempo que, en casi todas las familias había un apóstol de la iglesia y eran tan importantes como hoy lo son los niños que meten o detienen goles en los partidos inter escolares; muchos de aquellos seminaristas y novicias, son los pocos que quedan en las iglesias y monasterios. Los que están hoy, son los de hace muchos años y siguen siendo el orgullo de sus familias, es algo así como tener el cielo un poco más cerquita que los demás.
Hubo jóvenes hace no muchos años que, buscando evitar las matemáticas eligieron las carreras de psicología y derecho sin saber que el razonamiento matemático es el detonante para toda capacidad mental, por eso hay tantos malos psicólogos que no saben resolver sus propias vidas y una innumerable cantidad de abogados que, o nunca ejercieron o lo han hecho muy mal.
Los psicólogos viejos, los sabios, aquellos jóvenes que estudiaron, trabajaron y vivieron al mismo tiempo, hoy no tienen trabajo porque la psicología moderna alega que la práctica vieja es obsoleta, además, muchos de los buenos lectores de la mente cerraron sus consultas porque las escuelas abrieron su propio departamento de psicología operado por jóvenes recién egresados de la carrera, mismos que, ni tienen hijos ni han vivido suficiente como para saber entender la mente del otro.
Los niños, hoy no se rigen por lo que hay y ven en casa y la competitividad irracional que enseña la escuela, los tiene al borde de un fracaso que ni siquiera sabrán distinguir. El mundo joven se está llenando de futbolistas que no serán campeones porque no quieren aprender nada más allá de la redondez de un balón.
Por eso estoy aquí
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