Recientemente tuve la oportunidad de asistir a un curso que se imparte desde 2011 en la International Anti-Corruption Academy (IACA) o Academia Internacional Anticorrupción ubicada en Laxenburg Austria. El objetivo de este curso es entender qué se está haciendo en el mundo para combatir la corrupción, cuáles han sido los avances y los desafíos.
En una de sus presentaciones, el académico Bo Rothstein, de la Universidad de Gothenburg en Suecia, analizó algunos de los factores a través de los cuales se ha tratado de explicar el fenómeno de la corrupción sistémica.[1] El primero de estos factores ha sido la cultura, entendida como la orientación moral de la población. En su opinión, el culpar a la cultura de una nación por este mal, no es muy distinto de decir que su gente es mala y deshonesta, lo que no te da un buen punto de partida para diseñar un cambio de política pública. Los filósofos suelen argumentar que hay una gran diferencia entre las normas morales y las normas sociales. Por ejemplo, si estás en un país en donde la práctica regular para acceder a un tratamiento médico para tu hijo es a través de mordidas, queda claro que la mayoría de los padres van a acceder. Ello no quiere decir que algo así no les moleste moralmente y que no estén convencidos de que el hacerlo es éticamente incorrecto.
En el otro lado de la moneda, un doctor en un sistema de salud sistemáticamente corrupto podría desaprobar de la práctica a nivel moral pero también entender que tiene poco sentido ser el único jugador honesto en un sistema donde el otorgar dinero en un sobre es la práctica que rige. Asimismo, también podemos resaltar el alto costo que un policía honesto tendría que asumir dentro de policía mexicana. La conclusión es que las instituciones que son informales y disfuncionales, así como las redes, no deben ser entendidas como parte de la cultura. Es decir, los valores culturales y las prácticas no siempre son consistentes.
Otro elemento a través del cual se ha intentado explicar la corrupción está en las instituciones. Dado que las instituciones son construidas, reproducidas y en ocasiones destruidas por los humanos, en principio, deberían ser fácil inducir un cambio en éstas, lo que nos llevaría a pensar en la posibilidad de acabar con el “enemigo” de las instituciones pobres o débiles. De entrada, es importante mencionar que un estudio de Mungiu Pippidi ha mostrado con información de 189 países que la presencia de una agencia anticorrupción o una oficina de ombudsman en un país, no muestra un impacto estadísticamente significativo sobre el control de la corrupción. Un ejemplo de ello es Uganda, país que se ha mantenido con altos niveles de corrupción a pesar de una serie de intervenciones del Banco Mundial y demás donantes que han establecido un esquema institucional que, de conformidad con la Agencia de Cooperación Sueca, fue “altamente satisfactoria”. Incluso las instituciones anticorrupción de dicho país sacaron un 99/100 puntos en el Índice Global de Integridad en 2009.
Otro ejemplo claro es el de Italia, en donde sus instituciones nacionales tienen alrededor de 150 años y a pesar de ello encontramos diferencias marcadas en los niveles de corrupción. El norte de Italia tiene niveles de corrupción como Dinamarca, mientras que el sur tiene niveles de corrupción como Serbia y Rumania. Este resultado nos deja ver que el enfoque en el cambio de instituciones es insuficiente.
Finalmente, el autor menciona que hay una serie de factores que contribuyen a disminuir la corrupción y a mejorar la calidad del gobierno tales como: 1) un sistema impositivo de base amplia y funcional; 2) educación universal; 3) la meritocracia en el servicio público; 4) equidad de género; 5) un sistema profesional de auditoría. En este sentido, deja fuera los esfuerzos encaminados a hacer leyes más estrictas, mayores controles, menor discrecionalidad para los servidores públicos, mayores castigos, entre otros. De igual forma, éste concluye que las instituciones formales son necesarias pero no suficientes para combatir la corrupción.
[1] Nota basada en el documento denominado Fighting Systemic Corruption: The Indirect Strategy por Bo Rothstein. https://www.mitpressjournals.org/doi/abs/10.1162/daed_a_00501
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