Los mexicanos llevamos un largo tiempo sumergidos en lo que ya no es una crisis, sino un naufragio.
Sin embargo, a pesar de lo terrible, abrumadora y grave que es nuestra situación nacional a todos los niveles, tiene remedio.
Todos en un momento u otro, nos preguntamos: ¿Alguna vez saldremos de esta postración?
La solución está a la mano y es sencilla; pero no es fácil.
Todos sabemos que hay mexicanos que venden iguanas, tortugas, águilas y toda clase de animales silvestres; especies en peligro de extinción cuyo comercio está prohibido; sin embargo, hay que tomar en cuenta que ese tráfico se trata de una cuestión de vida o muerte:
Los mexicanos “de a pie” que venden especies protegidas a las orillas de los caminos de México, lo hacen porque la alternativa entre vender esos animales o no hacerlo, significa morirse de hambre ellos y sus familias.
¡Hay millones de mexicanos en peligro inminente de extinción!
¿Cuántas veces hemos visto mexicanos indigentes ofreciendo armadillos, iguanas, tortugas, serpientes, papagayos y demás animales a las orillas de nuestras carreteras?
Los automóviles a bordo de los cuales van familias de paseo, o simples turistas, pasan de largo y les dispensan su indiferencia o hasta su censura:
"¡Cómo se atreven a vender animales en peligro de extinción!"
Los que llegan a detenerse para comprar algún bicho, todavía se dan el lujo de regatear con esos compatriotas y hasta utilizan la intimidación para el regateo: “está usted vendiendo ilegalmente; yo por buena gente corro el riesgo para ayudarlo…”
En estos tiempos de grandes avances sexuales, no faltará quien pregunte si el vendedor no tiene en su repertorio alguna niña para vender o alquilar…
Somos un país capaz de solidaridad y de actos de inmenso heroísmo y generosidad, como ha quedado demostrado muchísimas veces en huracanes, terremotos, incendios y epidemias.
Somos una nación hospitalaria que “sabe echarle agua a los frijoles” para compartir con otros más necesitados.
Todos sabemos que los partidos políticos se aprovechan de la ignorancia y la miseria de muchísimos millones de mexicanos, porque saben de la extrema necesidad en la que viven tantos compatriotas; y en vez de ayudarlos de verdad, los mantienen como “vivero electoral” para comprar su voto a precios irrisorios, con una torta y un “chesco” para llevarlos de acarreados; o por una pinche despensa para comprar su voto en las “democráticas elecciones”.
La perversidad se ha sublimado en las tecnologías de la manipulación masiva hasta tal punto, que han proliferado los casos de transformación de la actividad política en reality shows y hasta en telenovelas cuyo “final feliz” consiste en “la llegada al palacio” del candidato guapo y la “cenicienta bonita”; y la necesidad de evasión de la realidad es tanta, que los infelices votan en la creencia de que estan escribiendo el guión de un verdadero cambio benéfico para el país.
Los “trabajadores de la educación” no nos van a sacar de la ignorancia ni de la indiferencia.
Yo creo (quizá romántica e ingenuamente) que quienes educan, instruyen y forman a niños y jóvenes, ¡no son “trabajadores” susceptibles de sindicalización, sino apóstoles!
Yo viví en un México vibrante en el que los MAESTROS (hombres y mujeres), eran patriotas entregados a una misión sublime: la misión de crear patria en el corazón y la mente de sus alumnos.
Viví un México en el que a los policías de esquina, nadie se atrevía a hablarles de tú ni de broma; eran policías respetados y queridos por las comunidades que los llenaban de regalos en el día del agente de tránsito.
Viví en un México en el que la autoridad (con todos sus defectos y a pesar de ellos), tenía mínimos de legitimidad moral que le permitían gobernar.
Siempre hubo “favores y gracias” judiciales; pero con elegancia, pudor y hasta con justicia.
PERO HOY…
Hoy tenemos que rescatar a los millones de damnificados.
¿Damnificados de qué? Se preguntarán muchos.
Damnificados de este sistema que pretende que volvernos competitivos en el mundo globalizado, consiste en abaratar el salario hasta niveles de esclavitud, para que nuestros compatriotas acorralados por el hambre no tengan más remedio que tomar empleos miserables; o LO QUE SUCEDE MASIVAMENTE: Incorporarse a las filas del CRIMEN ORGANIZADO.
Si la tonelada de maíz se cotiza en unos cuantos pesos, mientras la de mariguana y la amapola se cotizan en varios miles; ¿por cuál cultivo creerán los gobernantes que se inclinaran los campesinos para sostener a sus familias?
Si queremos cambiar este México indiferente, adormecido y abrumado, tenemos que hacerlo a traves de un “CAMBACEO” casa por casa; puerta por puerta; escuela por escuela; fábrica por fábrica.
Un cambaceo en el que cada mexicano despierto, se ocupe de despertar la conciencia y la consciencia de otro u otros mexicanos, para liberarlos de su “clientelismo” de tortas, chescos y despensas con que los extorsionan los “mercenarios políticos” de los que somos rehenes.
Si no nos hacemos cargo de cambiar a México personalmente, el siguiente gobernador de nuestro estado será peor aún que los Duartes y los Moreiras; que los “gober-preciosos” y los Mario-Villanuevas.
Si no nos ocupamos de ayudar al mexicano más próximo para que recapacite y medite su voto en la próxima elección, todos la perderemos.
Tenemos que enseñarle a cada mexicano, qué clase de poder y de facultades está concediendo cada vez que vota.
En cada votación regida por el CINE (circo nacional electoral), estamos poniendo la vida de México en manos de payasos mentirosos; de malabaristas engañadores; de equilibristas que sin el menor recato se cambian de disfraz y de partido con tal de seguir mamando de la teta pública.
Si queremos que México salga del abismo; que se levante de la sima y llegue a la cima, tenemos que rescatarlo de a uno por uno; cambaceando de puerta en puerta; con paciencia y persistencia.
Tenemos que convertir cada cuadra, cada manzana, cada barrio y cada colonia en una verdadera patria vibrante en la que el vecino conozca a su vecino; en la que todos sean para uno y cada uno sea para todos.
Si seguimos viviendo en la indiferencia, pensando que las cosas malas que le ocurren “a otros” no nos atañen, nos estamos condenando a ser los siguientes en la fila de la indefensión y del atropello.
Mexico no va a cambiar si no lo cambiamos gota a gota; grano por grano, teniendo en mente que la suma de muchos “insignificantes” es la que construye las mayorías que pueden retomar el mando de la patria.
Es muy cansado; es muy difícil; lo más seguro es que nadie lo agradezca; en un principio seremos evadidos y rechazados como si fuéramos “testigos de Jehová”, o vendedores de biblias; pero es la única forma: con constancia y sin cejar.
NADA QUE NO HAGAMOS NOSOTROS EN PERSONA, UNO POR UNO, TRAERÁ EL CAMBIO QUE LE URGE A MÉXICO.
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