Quienes nacimos al inicio de la década de los 50, éramos adolescentes cuando Cassius Clay se convirtió en el campeón mundial de boxeo de peso completo, derrotando de manera abrumadora a Sonny Liston en Miami, Florida, en febrero de 1964; victoria que confirmó en su segundo encuentro en mayo de 1965, al que corresponde la imagen que ilustra estas palabras.
“Float like a butterfly, sting like a bee”; “flota como mariposa, pica como avispa” se volvió “la marca de la casa” que su incondicional Drew Bundini Brown proclamaba a todo pulmón en el ring, ante un público siempre electrizado por la presencia del atleta de Kentucky.
La trayectoria de Muhammad Ali es conocida universalmente, y yo no seré quien pueda agregar un solo punto a la historia que hace mucho tiempo se convirtió en leyenda.
Por eso, ahora le cedo la palabra al adolescente que fui, (y que probablemente sigo siendo); al niño que tuvo en Clay y luego en Ali, al ídolo cuyas hazañas me llevaron a aficionarme al boxeo y a practicarlo.
Por eso es que ahora quiero reconocer lo que le debo a este gigante atlético y gigante moral, que en su momento se enfrentó al poder y al “establishment” de Estados Unidos, dentro y fuera de los cuadriláteros.
Su negativa a pelear en Viet Nam, lo convierte en una figura heroica junto a los grandes líderes negros de su época en la lucha por los derechos civiles.
Yo le debo al ejemplo de Muhammad Ali, el haber tomado el camino del deporte y de una vida sana, sin drogas ni alcohol, porque mi sueño era mantenerme en una condición física lo más posiblemente parecida a la suya.
Ahora en la vejez (temprana, pero vejez), cosecho los frutos de su ejemplo, porque sigo practicando deporte con disciplina, y esto me permite esperar que si llego a la ancianidad, no llegue a la decrepitud.
Muhammad Ali fue una inspiración y un ejemplo a seguir para mi generación y para todas las generaciones que han venido después de nosotros.
Ali pudo haber seguido el ejemplo de Elvis Presley o de Joe Louis en su momento, y aceptar su enrolamiento al ejército de Estados Unidos, sabiendo que no vería acción ni pondría en riesgo su vida; que muy probablemente la pasaría dando peleas de exhibición para los soldados y regresaría a casa convertido en lo que Malcolm X tachaba como “todo un Tío Tom”; un negro domesticado en la obsesión de convertirse en blanco; tan blanco como quiso serlo Michael Jackson.
Pero Ali no solamente se negó a ir a esa guerra mercenaria e injustificable; se dio a denunciarla por todos los medios a su alcance, lo mismo que impugnaba el racismo hipócrita de los Estados Unidos, que pocos años antes se fingía ofendido por la supuesta (y falsa) discriminación nazi a Jesse Owens en Berlín 1936, mientras había discriminado al propio Cassius Clay a su regreso victorioso de la Olimpiada de Roma en 1960, cuando el ganador del Oro en peso semicompleto arrojo su medalla al río Ohio, como protesta, porque no lo dejaron entrar a un restaurante SOLO PARA BLANCOS…
Yo he querido escribir estas líneas, como un homenaje al que sigue y seguirá siendo el ídolo de mi juventud y el ejemplo de toda mi vida; por eso, ahora, quiero destacar dos episodios que lo retratan de cuerpo entero; o mejor dicho, que retratan su alma y su extraordinaria calidad humana:
En 1970, en su campaña de retorno a los rings, se enfrentó con Jerry Quarry (fallecido en 1999).
En aquella pelea, Muhammad Ali lastimó a Quarry, y lo tenía listo para el nocaut en el tercer asalto; su contrincante se encontraba literalmente noqueado sobre sus piernas, y lo único que le faltaba era caer a la lona. En ese momento, Ali se volvió al referee y ¡le ordenó que detuviera la pelea!
El árbitro se negó y le dijo que siguiera peleando.
En ese momento, Ali lanzó una ráfaga de golpes sobre la cabeza de Quarry, PERO los detuvo TODOS a pocos centímetros de su rival, para volver a decirle al referee que Quarry no tenía siquiera reflejos ni hacía por defenderse, y volvió a ordenarle que PARARA LA PELEA.
De este modo, se salvó la vida de su oponente, y Ali resulto vencedor por nocaut técnico.
Lo mismo hizo cuando se enfrentó con Jimmy Ellis, su antiguo sparring, al que se negó a seguir golpeando, cuando se dio cuenta que tambien estaba noqueado sobre las piernas.
En ambas peleas, fue Ali quien le ordenó al referee que detuviera las acciones, protegiendo a sus contendientes y evitando que sufrieran daños irreversibles o incluso pudieran morir como le sucedió a Benny Kid Paret en su pelea con Emile Griffith, disputando el campeonato mundial de peso welter.
La forma como Muhammad Ali se condujo ante Jerry Quarry y ante Jimmy Ellis, dice para mí, muchísimo más que todas sus deslumbrantes victorias; habla de un hombre noble, caballeroso y consciente; de un atleta conocedor de los riesgos, y de un adversario incapaz de buscar un triunfo espectacular a costa de la vida o la salud de otros.
Este es el Muhammad Ali que yo he admirado siempre; el joven atleta que improvisaba rimas chuscas para promover sus peleas, y que tambien levantaba su voz para combatir la injusticia y desafiar a quien fuera necesario en su lucha por la igualdad y los más altos valores humanos.
Decir que ayer ha terminado una etapa; afirmar que apenas anoche Muhammad Ali se convirtió en leyenda, es un inmenso error.
Muhammad Ali se volvió leyenda desde que transformó su campeonato mundial en una tribuna para luchar a su modo contra todo lo que merece la pena luchar.
Dios reciba a Muhammad Ali; y por cierto, no me cuesta trabajo imaginar que San Pedro le pida su autógrafo en un retrato de sus peleas con Joe Frazier tan luego como se haya instalado en el lugar de paz y dicha que se ganó con su alma luminosa.
Hoy; con mi joven inconforme y el niño que subsiste en mí, recuerdo siempre a mi héroe Ali, por aquellos golpes que lo hicieron verdaderamente grande; LOS GOLPES QUE NO DIO…
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