Espejo de México

A raíz de la balacera generalizada ocurrida en Acapulco hace pocos días, leí un comentario que me llamó la atención: “El Acapulco turístico ha vivido...

13 de mayo, 2016

 

A raíz de la balacera generalizada ocurrida en Acapulco hace pocos días, leí un comentario que me llamó la atención:

“El Acapulco turístico ha vivido en  una noche, lo que el otro Acapulco, vive todos los días y a todas horas”.

Desde pequeños mis hermanas y yo, íbamos muy frecuentemente a Acapulco. A pesar de lo seguido de nuestros viajes, cada vez era mágica y extraordinaria; la aventura comenzaba en el mercado de Medellín en la Colonia Roma, donde mi mamá nos llevaba a comprar huaraches, como si en Acapulco no los vendieran por todas partes.

Esa simple parte del ritual, nos hacía imaginar que ya estábamos a punto de llegar a la recta final, cuyo camellón central tenía lo mismo que a ambos lados, cientos de palmeras que daban la bienvenida prometiendo la maravillosa vista del puerto al comenzar la bajada desde la Garita.

¡Las antenas de radio que coronan todavía la cima más alta de la bahía, eran el anuncio inequívoco de que ya íbamos llegando!

Recuerdo que cuando éramos todavía muy pequeños, íbamos con mis abuelitos al Hotel La Riviera, sobre el camino a Caleta; era un lugar muy hermoso que ahora lleva mucho tiempo abandonado; luego comenzamos a quedarnos en casa de la familia Ralph, en el cerro de la Pinzona, de la que tenemos recuerdos entrañables e imágenes que atesoramos.

En esa hermosísima y sencilla casa, servía una pareja compuesta por Doña Esperanza y Don Benito. Ella se hacía cargo de cocinar, y sus platillos eran verdaderamente deliciosos. Don Benito la ayudaba con el cuidado de la casa y con las compras; por cierto que en aquel entonces (a finales de los 50 y principio de los 60), Don Benito iba desde Inalámbrica hasta Icacos a comprar “vidrios” a la panadería que aún los expende,  ¡y no tardaba más de media hora!

Conservo fotografías de mis hermanas y mi mamá, sentadas sobre un pequeño muro, en un sitio que se conoce como La Bandera, en la parte más alta de la actual carretera escénica, cuando esta, era apenas una brecha de terracería.

Acostumbrábamos ir a la playa del Revolcadero, cuando el emblemático Hotel Pierre Marqués todavía ni siquiera se construía. La playa era un paraíso casi virgen.

Mis abuelitos, fieles a la más pura tradición acapulqueña, por las mañanas nos  llevaban a nadar a Caleta (“morning beach”) y por las tardes, después de comer, a Hornos (“evening beach”).

Todas las noches nos llevaban al frontón Jai Alai de Caletilla, donde veíamos los partidos donde se apostaban quinielas que eran lanzadas por los asistentes a los apostadores, dentro de unas pelotas de tenis utilizadas para ese propósito.

Conforme  el tiempo fue pasando, yo seguí yendo a Acapulco, convertido en un joven que ya iba por mi cuenta.

Al llegar a la bahía, se podía ver un señalamiento que decía:

“ACAPULCO. Población 103,000 habitantes”.

Poco a poco fueron surgiendo los grandes hoteles en la bahía, mientras en el revolcadero reinaba único el Pierre, dueño de un paisaje interminable y magnífico.

La población permanente de Acapulco, vivía con tranquilidad provinciana y, aunque había pobreza, no había la miseria ni la desesperanza que ahora azota al puerto con su huracán de violencia y de injusticia.

 A falta de oportunidades de trabajo y de condiciones dignas de vida, Acapulco se fue poblando de millares de personas que no tenían ninguna oportunidad en el resto del estado de Guerrero.

Las pésimas políticas de los gobiernos que han asolado a Guerrero desde tiempo inmemorial, dejaron al Estado en el abandono, de manera que en Tierra Caliente, la Montaña, la Costa Chica, la Costa Grande, en fin, todo el estado, se fueron sumiendo en una pobreza más ominosa y opresiva.

Los campesinos siempre a merced de los especuladores y de los intermediarios; a merced de los CONASUPOS y los CNC; de los caciques y toda clase de sanguijuelas, fueron dejando de sembrar y plantar maíz, coco, plátanos, mangos y demás cultivos “lícitos” pero incosteables, para entregarse al negocio de la marihuana y ahora, de la amapola.

Una vez más, invoco las palabras del Cura Morelos en sus Sentimientos de la Nación, cuyo mensaje advertía desde hace dos siglos, sobre las consecuencias de la abismal injusticia que siempre ha vivido nuestra patria:

12º  “Que como la buena ley es superior a todo hombre las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, MODEREN LA OPULENCIA Y LA INDIGENCIA, y de tal suerte SE AUMENTE EL JORNAL DEL POBRE, que mejore sus costumbres, ALEJANDO LA IGNORANCIA, LA RAPIÑA Y EL HURTO”.

Morelos no hablaba de darle al trabajador LO MENOS POSIBLE; hablaba de un salario que permitiera elevar la calidad de vida alejando la ignorancia, y sobre todo, ¡EVITAR LA TENTACIÓN DE LA VIOLENCIA Y EL HURTO!

Yo ignoro si haya quienes delincan por gusto; pero lo que sí sé , es que hay millones de mexicanos que se ven arrojados en brazos del delito por absoluta necesidad de sobrevivir.

 ¿Qué es Acapulco el dia de hoy?

Comenzando por la antigua llegada al puerto, ya no existe el romántico y esplendoroso boulevard pletórico de palmas de coco que se mecían dándoles la bienvenida a los visitantes.

Para llegar a la Costera, hay que atravesar primero por la zona miserable en la que destaca la irónicamente llamada CIUDAD RENACIMIENTO… (Ya ni la burla perdonan).

Ascender por el antiguo camino que conduce a la Garita desde donde se domina la vista de la bahía, significa hoy cruzar por barrios cada vez más abandonados y más violentos.

Sin necesidad de ir demasiado lejos, la pura Avenida  Cuauhtémoc es una frontera ofensiva entre la pobreza más extrema y la estrechísima franja acapulqueña donde algunos miles de turistas (cada vez menos), acuden a divertirse, haciéndose de cuenta que los jodidos y los desesperados ni siquiera existen.

(Como quien dice: ni los ven ni los oyen…)

¡Cuántas veces he escuchado la queja de visitantes que maldicen lo que ellos llaman “la plaga de los vendedores ambulantes”!

Como si quienes se ven obligados a vender chingadera y media, y a mover la barriga, sacar cangrejos, cantar sin ganas o llevarle chupe a los “vacacionistas” no preferirían echarse sobre la arena a descansar también…

Sobre el camino de Acapulco (hoy conocido como el camino viejo o la libre) se pueden ver todavía vendedores de iguanas y armadillos vivos, o de otros animales ya disecados.

Los “heroicos” legisladores han prohibido y amenazan con castigos severísimos a quienes trafican con esas especies en peligro de extinción, sin darse cuenta que quienes se ven obligados a venderlos, ¡están en peligro de extinguirse por inanición!

 La actual distribución demográfica de Acapulco se compone más o menos de 98% de pobres hasta miserables, y un 2% de indiferentes que habitan o visitan la orillita del mar, donde su vida es más sabrosa, sin importar que a menos de 500 metros, millones de mexicanos vivan en la zozobra, en un verdadero infierno de prostitución infantil, tráfico de drogas  y disputa de territorios por parte del crimen organizado.

La voracidad y la estupidez de la clase política mexicana, desde el Ejecutivo Federal, hasta el demente alcalde Félix Salgado Macedonio, sobreexplotaron Acapulco depredando nada menos que EL PAISAJE de los palmares, manglares y selva tropical, que eran su PRINCIPAL ATRACTIVO.

Saturaron Acapulco con WALMARTS, COSTSCOS, GIGANTES, y con conjuntos residenciales intensivos y abusivos, otorgados con licencias y permisos surgidos del soborno y el amiguismo.

En una de mis últimas visitas a Acapulco, pude ver como un Green de golf del Hotel Princess, ¡quedaba a menos de diez pasos de la parada de los microbuses!

¿Podría imaginarse un contraste más ofensivo?

Decenas de seres humanos hacinados en microbuses destartalados y sin comodidad alguna, viendo golfistas que fingían no enterarse de su existencia…

Ir a “ACA” de “fin” exige además de una valentía temeraria, una indiferencia a prueba de balas.

El llamado Acapulco Diamante, alberga mujeres “totalmente palacio” y “Golden boys”; por sus calles transitan Porsches, Ferraris, y toda clase de autos de lujo que, contrastan con la miseria de los habitantes locales.

 ¡No puedo menos que horrorizarme de cómo es posible que a tan pocos metros de distancia, haya un abismo de tal magnitud entre los que tienen lo que se les antoja, y los que carecen de todo!

Acapulco es el espejo de todo Mexico; un país gobernado por hampones que se dicen “autoridad”, y sus socios que se desenvuelven al margen de las leyes que supuestamente rigen al país; un país secuestrado por un fisco voraz, que luego dilapida los recursos públicos en toda clase de lujos para los favoritos del sistema corrupto que nos azota.

Lo más sorprendente no es que estemos viviendo una epidemia de crimen; lo inexplicable es que no haya sucedido un estallido social mucho más violento que el de 1910.

Días vendrán…

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