EDUARDO TAMBIÉN ESTÁ EN:

¿Tenemos derecho a vivir ilimitadamente?

Ha habido discusión en los últimos días acerca del problema de las pensiones en México. Se resume, simplificando algo, que son muchos pensionados y van...

16 de octubre, 2019

Jose Enrique Gomez Alvarez

Ha habido discusión en los últimos días acerca del problema de las pensiones en México. Se resume, simplificando algo, que son muchos pensionados y van a ser muchos más en pocos años por lo que el dinero no va a alcanzar para cubrir las pensiones. Se ha dicho, por supuesto, que uno de los factores que ha conducido a esto es:

El avance de la ciencia está generando un incremento en la esperanza de vida de la población mundial, y la de nuestro país. El problema no es solo el de las pensiones, sino en la necesidad de que los gobiernos encuentren las fórmulas más adecuadas para poder brindar los servicios de salud que una sociedad envejecida va a requerir. Se plantea una cobertura universal de los servicios médicos, pero no se fundamenta el cómo puede hacerse de una manera sustentable (1).

Una de las interrogantes de fondo que plantea este tema no es solo la calidad de vida de los ancianos y su derecho a vivir con la misma. Uno de los problemas éticos es la cuestión justicia: ¿Qué tanto debe disponerse de pensión para una vida digna? ¿Debe asignarse una misma pensión a pesar de la disparidad de sueldos y ahorro de las personas?

Se ha planteado también si deberíamos tener un límite temporal a la existencia por cuestiones de calidad de vida o de expectativas sobre la misma: ¿Se deben conservar los mismos derechos en todas las etapas de la vida? Hay dilemas clásicos: llega a urgencias un paciente anciano y un joven. No pueden atenderse a los dos, ¿deberíamos atender al joven por la perspectiva de tener una vida “por delante”? ¿No es discriminatorio? Desde una óptica utilitarista parece ser que la aportación que puede una persona dar a sí mismo o a los demás se ve limitada por la edad o las discapacidades. De hecho, muchas decisiones acerca del derecho a la vida de niños no nacidos o incluso nacidos se ven cuestionadas por la calidad de vida del mismo y de lo que pueden aportar a los demás miembros de la comunidad (2).

Así, si trasladamos lo anterior a la vejez, podríamos argumentar que la proporción de malestar que genera, en sentido económico u otro como podría ser la serie de cuidados requeridos y el displacer en general que produce la vejez en proporción a los momentos gratos que pueda tener, hace surgir la duda de si es lícito limitar los elementos que permiten mantener la vida.

Por otra parte, si consideramos que existe un derecho a la vida, entonces se debería mantener la vida de todos no importando las perspectivas de “aportación” que la persona pudiese dar a sí mismo o a los otros. No obstante, puede insistirse u objetarse que de hecho tomamos decisiones en torno a ciertas intervenciones sobre la vida, por ejemplo, el suspender un tratamiento que ya no resulta efectivo o que es muy gravoso para el paciente que sugieren que el deber absoluto no es mantener la vida sino la dignidad de las personas.

En suma, el punto de partida de los principios da consecuencias muy diferentes entre sí sea en el inicio de la vida o al final de la misma.

Referencias