Recuerdo con precisión el momento del terremoto. Me encontraba entre dos estaciones del metro: Eugenia y Etiopía de la línea 3. Quedamos retenidos por más de media hora. Al salir caminando del túnel, recuerdo que persona se desmayó y cayó al piso en el andén de la estación Etiopia (caminamos de Eugenia a Etiopía por los rieles). Algunas personas se detuvieron a asistirlo, otros, incluyéndome, no. Salimos, lo que queríamos era eso: … ¡salir! De ahí varias veces me he preguntado, ¿debía detenerme? Aunque en una primera aproximación podría parecer obvio que sí, podría muy bien señalarse que no. Quizás alguien podría decir: El deber es sólo en caso de algo acordado. Esto no aplica aquí, así que…” De un modo formal el argumento podría quedar así:
- Si se ha establecido un deber entonces es situación que se actúa.
- No actúo.
En consecuencia,
- No sea establecido un deber.
Esto nos plantea unos de los problemas cuando las sociedades se han atomizado, es decir, se considera que el criterio del actuar es mi propio interés y sólo si conviene a mis intereses, puedo o quizás, debería actuar por los demás. Ahora bien, en situaciones de emergencia, ¿realmente opera ese criterio? De aquí viene al caso la noción de “solidaridad” (en serio, no de nombre pomposo de programa asistencialista). “Solidario” implica “sólido”. Esto se da sólo por “empatía”: el sentir con el otro, como el otro. En suma, solo se puede ser solidario cuando realmente me pongo en la posición del otro.
La distinción anterior nos lleva al argumento que pone en entredicho (1): Hay deberes que requieren de empatía para su correcto ejercido del deber (los médicos, maestros, son ejemplos clásicos). Y de ahí se podría argumentar:
- Todo caso en que se deba ser empático es deber ser solidario.
- Algunas acciones son caso en que se debe ser empático.
En consecuencia,
- Algunas acciones es deber ser solidario.
En el caso del evento de 85, si se era médico, o trabajador social o algunas de estas ramas de ejercicio humano, parece ahora más claro que debían actuar así, pero no queda claro si entonces los que fueron solidarios, sin pertenecer a estos grupos especiales, también actuaron o deberían haber actuado por deber.
En realidad, la disertación anterior nos muestra que una sociedad civilizada, la naturaleza humana, se civilizó cuando fue más allá del mero deber mismo. Cuando la persona renuncia a algún aspecto de su interés propio porque piensa que el bien debe ser transferido sin más a los otros, independientemente de consecuencias para uno mismo. Cuando una persona ha donado su trabajo, ha dejado una atente libre de un fármaco, cuando dona sangre, etc piensa (por favor no usar la expresión “siente”) en que eso es bueno sin más.
La noción de civilizado es por eso, valga la obviedad, una virtud cívica, en donde se comprende que hay un equilibrio entre el individuo y la comunidad que se ha sumido no sólo por las consecuencias individuales, sino por el todo social que conlleva. Nos reconocemos como civilizados cuando actuamos pensando en todos. Si se establecen deberes es para normar y facilitar la delimitación de responsabilidades, pero no porque quede agotado sólo en ellas.
Así, las acciones realizadas por muchas personas en el terremoto de 1985 fueron: acciones que manifestaron nuestra humanidad, aunque se “pierda” algo de mí: tiempo, dinero, reposo etc en el acto de ver a los otros en situación de vulnerabilidad.
Si queremos ser más civilizados debemos ser solidarios. Conviene reiterar que esto se lleva a cabo sin tintes sentimentalistas, sino de la realidad humana.
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