El diálogo es usado hoy en día con un énfasis excesivo. Si un grupo, persona se “niega al diálogo” parece de una intransigencia total. Se ha supuesto que el diálogo constituye así en una especie de solución universal a los conflictos.
Aunque eso suele suceder, el diálogo tiene múltiples finalidades. Así, un objetivo puede ser el persuadir a otro u otros, de alguna proposición que se considera verdadera (o falsa). También a veces el diálogo, puede servir para transferir conocimientos, como en una conferencia. A menudo esto sucede en ámbito de los argumentos probables, o sea, aquellos en donde cabe cierta duda de las conclusiones. A veces, no obstante, también en discusiones de datos duros se llegan a producir estos diálogos.
Puede pensarse entonces que si existe un “diálogo auténtico” y se había dicho que existen diversos tipos de diálogos según la finalidad, entonces ¿cómo podemos saber que nos encontramos con características qué pertenecen a todos los casos?
Pues la respuesta de fondo es sencilla: cuándo alguien “solicita diálogo” es que considera que algo de la realidad ha quedado fuera de lo que se quiere comentar o compartir. Aún en el diálogo de negociación, se busca tener algún elemento común en donde llegar a acuerdos. Ese elemento común tiene que de algún modo poder ser confirmado por alguien distinto a nosotros. Resultaría por demás extraño defender que quiero un diálogo sobre los “tucurutos” y cuando se me pregunta ¿Qué es eso? Y se responde que “algo que sólo conozco yo y del cual no hay modo de comunicártelo”.
En este aspecto, el diálogo aunque tenga finalidades diferentes investigación, negociación, investigación científica, pedagógica de persuasión o el que sea, tiene un supuesto fundamental: se puede alcanzar algo de la realidad y lo podemos constatar los que participamos en el diálogo. Si esto no sucede, es sencillamente sometimiento o autoengaño.
Pero falta otro elemento importante, para que un diálogo tenga condiciones para operar, es decir, en donde el que habla es escuchado y viceversa, requiere que al menos de primera instancia se considere digno de confianza al otro. Si, en serio, considero que el “otro” no tiene ninguna intención de encontrar la verdad, es imposible establecer ninguna comunicación.
Agregaría solamente a lo anterior algo crucial: en la búsqueda de la verdad es posible que no se llegue a ningún acuerdo. El diálogo como tal no garantiza acuerdos, es un camino de búsqueda del conocimiento, pero como tal ese conocimiento obliga a los que participan a reconocer eso[1]. Por eso puedo buscar diálogo por algo que considero injustamente valorado y en el transcurso del mismo descubro equivocación mía. En ese sentido no puedo llegar a ningún acuerdo entendido como que se me debe “conceder” algo. En este sentido sí es una utopía pensar que el diálogo soluciona todo.
[1] He tomado y reelaborado algunas ideas tomadas de Llano, Carlos. Las formas actuales de la libertad. México: Trillas.
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